Parece
que ha pasado mucho tiempo desde que ese dinosaurio refunfuñón y calamitoso de
Trump apareciera en la cornisa de la Casa Blanca. Pero ha transcurrido solo un
año. Muchos aún insisten en lo accidental de su elección, olvidando que su
partido, el Republicano, es mayoritario en las dos cámaras con representación
en Estados Unidos. Pese a ello, y aunque no sea la primera vez que ocurre en
tan magno país, hay tal punto de segmentación y desavenencia alrededor del
díscolo presidente que la administración pública ha tenido que echar el cierre.
Algo impensable en estas latitudes, por mucho que unos cuantos soñemos de vez
en cuando con ello si bien en distintas circunstancias y diferente resultado…
Algunos
lo consideran un loco con dinero. Otros un iluminado. Con dinero. Los
norteamericanos, aunque cueste creerlo, no le odian en masa. Para una parte importante
de la población yanqui les parece un hombre franco, llano, que dice las cosas
como las piensa, sin reparar en hipocresías y medias verdades, tan habituales
en la política. Y supongo que a quienes le consideran un patán detestable lo
que más le preocupa es, justamente, que se ponga a pensar. Pero más allá de la
psicología del sujeto, tan poco preparado para la gobernanza como yo para la
mansedumbre, sorprende en Trump el afán que tiene por mantener su caudillaje
ideológico, que usa de continuo para arengar (y excitar, y convencer) a las
masas de afines que le apoyan. Afán muy superior al de la responsabilidad para
la que fue elegido: hallar soluciones a los problemas de sus ciudadanos, tanto si
le odian como si no, que los gobiernos se designan por votos, pero se mantienen
con impuestos.
Da
igual. Todo eso a Trump parece importarle un pimiento, contento como está en construir
un país alternativo y paralelo, alejado de la realidad, tal y como hacen por
estos pagos nuestros amigos los independentistas. Y aunque el acervo de
majaderías que profiere le menoscabe la popularidad tan rápidamente como un
tractor ara mi huerta en el pueblo, lo cierto es que de momento llevamos un año
y sigue allí tan tieso, con su regresiva ideología, sus barruntos de 140
caracteres y el empeño en no dejar títere con cabeza allá donde se le vaya la
vista, que es a todas partes.
A
trancas y barrancas, dando el espectáculo, bien pudiera que al cabo de los tres
años que le quedan de mandato lograse otros cuatro más. No infravaloremos los
sistemas electorales. Aquí nos devolvieron al Carles…