viernes, 21 de octubre de 2022

La pobreza social

Cuando era niño, mi madre daba clase en una de las escuelas del centro, que entonces habitaba las familias más humildes que uno pudiera imaginar. Una tarde, mi madre volvió a casa muy afectada. Había en su clase un niño de estatura pequeña cuya familia, una madre y un hermano mayor, su padre había abandonado para irse con otra. Vivían en la más afectante pobreza. La criatura se pasaba los días con una sopa y un huevo frito como único alimento diario. La madre limpiaba escaleras y, una tarde, con una propina extra que le habían dado por limpiar una casa, compró un pollo asado para comerlo con sus hijos aquel fin de semana. El niño le contó a mi madre, su señorita, que durante la noche, acuciado por el hambre, el hermano mayor se levantó a la cocina y se comió todo el pollo. 

Esa época no es la de ahora. Aquellas gentes salieron adelante y, en su inmensa mayoría, prosperaron. Con el ingreso a la UE, España se subió al tren de los países ricos. Hoy habitamos una nación donde los ciudadanos del mundo menos desarrollado quieren vivir. El Gobierno justifica en el hemiciclo sus proyectos de gasto en los dos millones y medio de niños que viven en plena pobreza y que uno de cada cuatro ciudadanos lo lleva marcado en la frente (y los suyos aplauden: no sé muy bien qué, es aberrante). Luego afirma que hay un 1% de ricos y un 99% de clase media. ¿En qué quedamos? Ocultan la parte que no les gusta: desde que gobiernan hay un millón más de personas en riesgo de pobreza. La culpa, por supuesto, es del covid. El Presidente declara, ufano, que la crisis que se avecina (la culpa, por supuesto, es de Putin) la va a gestionar igual que gestionó la pandemia. Estamos apañados.

Los políticos siempre reclaman la necesidad de abultar más sus presupuestos para hacer políticas sociales. Se lo escuché al peneuvismo en días recientes. En el senado, concretando algo más, el presi acaba de alegar la lucha contra el cáncer para razonar sus deficitarias cuentas. Salvo entre 2004 y 2007, años de superávit, nuestro país no ha dejado nunca de ingresar mucho menos de lo que gasta. Esa diferencia la coloca el Tesoro en el mercado y lo llamamos deuda, un engendro ominoso que crece sin parar y que a usted y a mí permite vivir teniendo alrededor más de lo necesario y de lo no necesario también. El capital no lo pagará jamás nadie, pero sus intereses sí: quienes vengan detrás (que arreen, que diría el otro). Es lógico que nos suban los impuestos. También suben los precios y seguimos pagando. No nos queda otra.