viernes, 14 de octubre de 2022

Exhibición múltiple constante

Si la disidencia es traición, la avenencia esclaviza. Cualquier idea lanzada al coso de las disputas debería justificar su predisposición para el combate dialéctico. Importan las paradojas del argumentario, que siempre las hay, no lo bien pronunciado que suena en sus corifeos y la rápida asunción de sus turiferarios. Entre unos y otros cunde un exceso desasosegador. Siempre hay quien alabe las bondades del exhibicionista, vestidas con arpillera o tafetán, que eso es lo de menos. Pero, como decía el cantar, mucho vestido blanco y mucha parola, pero el puchero bulle con agua sola. El puchero es, claro está, la sabiduría.

Lo publicitado es importante, pero solo relativamente. Así, las mozas biquinineras de Instagram decoran sus turgencias con frases de burdo manual de autoayuda queriendo parecer profundas ante la parroquia. Sin serlo, claro, cosa que a sus seguidores importa un bledo, interesados como están en las otras profundidades, pero la cuestión es que ya nadie esboza un escote sin añadir el papelito de las galletas chinas de la suerte. Otros especímenes con menor generosidad genética actúan de modo similar, prefiriendo exhibir lo comprometidos que se sienten por cualquier causa que suene a necesario e insoslayable: el cambio climático, el sentir de los simios o la hegemonía neofascista en Europa. Yo casi prefiero lo de las mozas y no tan mozas con poca ropa: la perpetua manifestación woke es de una indecencia cansina, nunca sacia su necesidad de confrontar al otro bando y, de no existir, lo inventa. Es compromiso combativo ante al sinnúmero de irresponsables que por el mundo medra. Pura deflexión: el tránsito de la increencia al fervor produce conversiones masivas hasta el punto de que poco ha de faltar para que se cumpla uno de los preceptos órficos más sublimes: las almas regresando del inframundo (el inframundo es esto en que veníamos viviendo). 

Como hoy en día todo lo que parecía sólido es líquido, y lo líquido, gaseoso, se me antoja  que la única materia reacia a los cambios de forma hállase en el tejido convoluto de quienes pensamos que no conviene dejarse convencer por sofistas. Mal asunto: los orates han ocupado la dirección del manicomio. Desde fuera no hay forma de distinguir a un loco de un cuerdo salvo en que este último sabe callar. Véase, si no, lo del Colegio Mayor, y dígame si usted, turiferario de cualesquier causas últimas de la Humanidad, no es, mutatis mutandis, trasunto de jovenzanos groseros con subidón de estímulos genéticos (e instagrameros).