viernes, 25 de marzo de 2022

Arrasada Ucrania

No estamos en guerra con Rusia. Macron lo tiene claro y las empresas francesas que invirtieron en Rusia piensan igual: continúan allí a pesar de la guerra en Ucrania, de las sanciones y de que las cosas puedan empeorar. Las empresas estadounidenses y británicas sí se han retirado de Rusia. McDonald's ha cerrado 847 restaurantes y el gobierno de Putin ha aprovechado para cambiarles el nombre por el de Uncle Vanya. Ahora venden hamburguesas con nombre ruso. Las francesas Auchan, Leroy Merlin y Decathlon mantienen abiertas sus tiendas pese a la guerra. Francia no ha convertido a Rusia en un país apestado a causa de las locuras de su presidente. Los demás sí (y pagan justos por un gran pecador).

Mientras todo esto sucede, la ocupación exprés de Ucrania hace semanas que naufragó y hétenos aquí a Baldomero bombardeando despiadadamente cuanto pilla: apartamentos, hospitales, centros comerciales… Putin ve nazis y almacenes militares como nuestro Gobierno ultraderechistas: por todas partes. De momento la UE acoge con gran determinación a los tres millones de refugiados que huyen despavoridos de la vesania putinesca, pero ya veremos qué pasa cuando se refugien también los otros siete millones de ucranianos que deambulan por su país buscando cobijo donde sea. Cuando suceda, la carga económica en el seno de la UE empezará a pesar más de lo que pesa el deterioro económico ya sobrevenido. 

Baldomero no quiere ni puede perder, y para preservar su condición invicta podría querer lanzar un ataque contra algún país de la OTAN, por ejemplo Polonia, y fracturar la unidad de la Alianza Atlántica: él duda, y yo también, de que los aliados quieran enfoscarse en una guerra mundial. Él no sé, pero yo soy de los que piensan que no puede haberla de ningún modo porque ambos bandos son economías de mercado inmersas en una economía mundial globalizada, donde personas, bienes y dinero se mueven libremente. Es lo que paga las guerras. Incluso China se adhirió al sistema capitalista occidental. 

Cierto es que la invasión de Ucrania está sacudiendo los cimientos del orden mundial y amenaza con alterar los supuestos más básicos de la globalización. Muchos empiezan a comprobar que la interdependencia económica es también una herramienta de intimidación cuando adopta la forma de sanciones económicas. Los cambios drásticos acaecidos en todo el mundo por la pandemia y la crisis en Ucrania están sacudiendo los acuerdos que se creían sólidos e inmarcesibles. Tal vez resulte que la Historia se esté revirtiendo…


viernes, 18 de marzo de 2022

Invicta Ucrania

Según todos, Ucrania ha ganado la guerra, aunque pierda. Y yo aprovecho para preguntarme varias cuestiones. 

La primera es de lógica, o eso creo: cómo puede una (super)potencia militar (y nuclear) como Rusia no doblegar a los más bien poco potentes ucranianos en un fin de semana, cuando es justamente lo que pretendía y para lo que había aleccionado a las tropas, que hasta acuden a la invasión con el uniforme de bonito en el petate. Pero, teniendo en cuenta que las (super)potencias militares (nucleares o no) han sido incapaces de encorvar a nadie en las últimas décadas, hay que tener ganas de zambullirse en un nuevo fracaso. O llamarse uno Baldomero Putin e imaginar que lo del Donbás estaba siendo una gran victoria, extensible a todo el antiguo imperio de los zares (que no el sovietismo del hijoputa de Stalin). Al final, el mundo no nuclearizado puede ser timorato e incluso cobarde, pero cuando hay que echarse al monte, a más de uno le crujirán las costillas antes de que pueda rompernos el cráneo. Y apretar el botón nuclear es más difícil de lo que las bravatas sugieren…

Otra cuestión es qué demonios de Occidente hemos estado construyendo para que, ahora, a prisa y corriendo, lo queramos reconvertir en un santuario libre de relaciones comerciales con (ciertos) dictadores y autócratas y putines. Hablo de ciertos dictadores porque los saudíes siguen haciendo llover bombas en el campo yemení, siete años ya, pero los muertos y las destrucciones de esa esquina arábiga no parecen equiparables a los muertos y destrucciones en Ucrania. Y no es el único caso. A la postre, el petróleo (y el gas) es un asunto muy serio que bien merece una misa, digo una guerra, e incluso tenderle la mano a un maduro narcotraficado que ha dejado extinta a la antaño conocidísima Venezuela. Al parecer las fantasías de Baldomero acerca de un Rus de Kiev sí nos indignan, pero no nos indignaba que matase opositores, encarcelase periodistas y todo lo que usted quiera añadir. Ahora que se ha metido a saco con un europeo (lo del Donbás también lo admitimos), nos enfada lo suficiente para querer romper hasta la baraja energética. Eso incluye el gas del futuro, que no el del presente, que no podemos prescindir de él. Pero, ¿y si en ese futuro no está Baldomero? Volveremos a la casilla de partida.

La tercera cuestión no tiene lógica. ¿Qué demonios quiere hacer España en todo esto? Porque unas veces dice una cosa y otras la contraria para, finalmente, no hacer ni lo uno ni lo otro. Eso es ser cruciales, creo.


viernes, 11 de marzo de 2022

Valentía ucraniana

En Mariupol vive (o vivía, tal vez) un amigo del que nada sé desde hace días. Le conocí por ser proveedor de zinc y congeniamos rápido: es (o era, tal vez) todo un personaje, tan risueño como rollizo. Se dedicaba a la purificación de metales y a la chatarra. Su fábrica se encuentra (o encontraba, tal vez) en la periferia del puerto, desde donde realiza envíos a todo el planeta. O al menos a toda la porción de planeta que conoce de su existencia y realiza negocios con él, como es (o era, tal vez) mi caso. Imagino que habrá empuñado las armas para defender su ciudad de los invasores rusos. Me escama un poco no haber vuelto a saber nada de él, porque quien puede no duda en enviar mensajes o vídeos o fotos para dar fe del horror en que están sumidos en Ucrania. Temo por su vida.

Las guerras relámpago se desarrollan como tales para vencer al enemigo con un mínimo de destrozos y de muertes. Esta guerra putinesca tiene de relámpago lo que de veloces sus carros de combate cuando permanecen detenidos a causa de la carencia de combustible; los destrozos que está causando son tan mínimos como mínimas son las ganas del zarito de masacrar el país entero y mandarlo de vuelta al medievo; y las matanzas que ha ordenado son tan selectivas como lo es su vesania y locura. Mata todo cuanto se mueve, destruye tanto como le da la gana, y va despacito porque no le queda más remedio. Y aún le sobran arrestos para amenazar a cualquiera que quiera entrometerse. Todo lo más, permite cominear: poquito y sin que se note. 

Los ucranianos, los pobres, resisten como pueden y gozan de casi todas nuestras simpatías (salvo las de ciertas gentes, que de todo hay en botica), pero no del apoyo militar que necesitan para mejor plantarle cara al matón kremliniano. La simpatía no gana guerras y las sanciones económicas pueden ser muy coercitivas, pero no impedirán la devastación del país. De enviar aviones y ayudar a los kievitas lanzando bombas desde el aire contra los malos, nanay, no vaya a enloquecer aún más el zarito y decida asolar nuestras ciudades y el planeta entero. Total, que invadir países ajenos está muy feo, pero mire usted, si se llama Rusia, mejor le dejamos golpear tranquilo la cara del mequetrefe al que ha decidido agredir, no vaya a meterse con nosotros el muy chulo. Me pregunto qué pasará cuando su putinesca locura decida anexionar Polonia…

Le echamos un valor que espanta. Pero no puedo quejarme: si ese temor es cierto, debería estar liándome a tiros con un fusil en Ucrania y pararle los pies al zarito. Pero no lo hago (o sí, tal vez).


viernes, 4 de marzo de 2022

Desolación ucraniana

Sabíamos que Putin era un chulo. Lo que no sabíamos es que fuese, además, un demente. Incapaz de convivir con la idea de una Ucrania que no es suya, suya en propiedad porque piensa que todo lo soviético le pertenece, arremete contra sus hermanos del Rus de Kiev para aplastarlos, al tiempo que amenaza con apretar el botón nuclear y acabar con todo el planeta si alguien osa decir cualquier cosa molesta. Muy desesperado debe andar para querer perpetuarse en la Historia como un loco estúpido.

A este chulito atómico le han acompañado en la ONU los de siempre, más Colombia y Sudáfrica (ay, caramba), pero algunos de los suyos desertaron: China (muy esperable) y… ¡Cuba y Venezuela! Y mientras tal eventualidad sucede, Ucrania sigue refugiándose en los subterráneos y en España surgen las voces del pacifismo comunista. Puntualizo porque pacifistas, y pacíficos, somos todos, salvo Putin y cuatro energúmenos más, cada uno a su manera. Es fácil invocar la paz y construir el discurso del diálogo (también lo alude la ONU), cuyas propiedades curativas parecen taumatúrgicas. Tan fácil es que puede aplicarse a guerras fingidas (eso se vio mucho aquí en Euskadi no hace tanto tiempo). 

Al más vocinglero comunista y pacificador español le espantan las heroicidades de los civiles que acuden con rifles a oponerse a los tanques rusos. Según este individuo, es una atrocidad y una ofensa a Putin: debería evitarse a toda costa defender la patria porque enardece el belicismo del zar y sus deseos de masacrar a todo kievita que se cruce en su camino. Putin (me niego a decir Rusia: el ruso es un pueblo admirable al que se le enquistan los chiflados desde tiempos del bolchevismo) finge hablar mientras mata, y Ucrania (me niego a decir Zelenski: todos los ucranianos están demostrando un valor admirable) no finge su agonía mientras se iza contra tan dialogante invasor. La culpa, por tanto, es de la OTAN y de los ucranianos, que no mueren lo suficientemente rápido. Ergo, no les enviemos armas para que se defiendan de Putin, que entonces la guerra durará mucho más y vaya usted a saber si no acaba enviando bombas nucleares a todo el mundo. Solo le ha faltado decir “bases fuera”.

Se colige que, para estos simpáticos pacifistas comunistas, tan abstraídos por la ideología, la paz significa derrotar miserable y rápidamente al oprimido, siempre y cuando el agresor sea afín. Y la culpa: de la OTAN, no se olvide. Supongo que las hambrunas ucranianas del pasado, que dejaron millones de muertos, fueron también culpa de la OTAN.