viernes, 28 de abril de 2023

Hacienda no soy yo

Cuando allá por Mesopotamia inventaron la jerarquía social, tiempo llevaba funcionando la recaudación de impuestos, que muchos aún piensan que aquello proviene de cuando el sheriff de Nottingham, ese malvado lobo gordinflón que le quitaba las moneditas a pobrecitos conejitos en el Robin Hood de Walt Disney, trasunto del personaje narrado en el Ivanhoe de Scott, y que bebió en las leyendas populares. Al fin y al cabo, ¿no es Haciendo un avaricioso engendro que pretende llenar las arcas del Estado por el simple método de quitárnoslo a los demás? Solo hubo dos cosas anteriores a los impuestos: el comercio y la ambición de poder de los hombres. De esta última se nutre la Hacienda Pública desde tiempos inmemoriales: en alguna parte se supone que está escrito que la sociedad ha estipulado un contrato por el que se busca eliminar las diferencias sociales (la mala suerte) redistribuyendo la riqueza que un territorio, por el mero hecho de existir, posee o permite poseer. 

Como muchos han dejado escrito ya (los Piketti y Acemoglu, por ejemplo), la desigualdad no deja de aumentar (aunque la pobreza vaya en retroceso) y los poderosos no dejan de saquear a los ciudadanos al tiempo que, absortos, fingen indignarse con nuestra falta de solidaridad interclasista. Si la desigualdad exige una política redistributiva sin ambages (a nivel global) contra los rendimientos del capital (que llevan tiempo aumentando por encima de los rendimientos del trabajo: a este paso, el año 2100 el mundo pertenecerá a unos pocos), las extracciones sistemáticas de los mandamases, directas como indirectas, jamás desaparecerá mientras imperen los partidos, esas agencias de colocación tan eficientes, capaces de convertir mediocres en prebostes (ninguno se verá empobrecido en España: ahí tienen al perfecto inútil de Zapatero, propietario de una mina de oro venezolana, y ya veremos qué pasa con Sánchez).

Todo lo anterior lo denominan ineficiencias del sistema. Pero no son las únicas. Los impuestos se emplean (derrochan) en cosas que no son imprescindibles, y a eso lo llaman política: a lo que queda tras descontar pensiones, desempleo, estructura y algo más. Como les sabe a poco, y no hay para tanto, toca endeudarse porque al déficit nadie renuncia. Política es como dicen ahora a dejar cada vez mayores impuestos a las generaciones venideras. Y la desigualdad, peor. Y las extracciones, mayores. Y Hacienda, a hacer lo fácil: esquilmarle a usted y a mí y alegar que lo hace en nuestro beneficio, para pagar todos esos gastos absurdos que, una vez que se crean, jamás desaparecen. 


viernes, 21 de abril de 2023

Bruselas y la pertinaz ceguera

Como hace muy buen tiempo esta primavera, y apenas llueve en este mes de abril (el de las aguas mil), usted tendrá una excusa más para avalar la lucha contra el cambio climático y el objetivo europeo de emisiones cero para 2050, algo que dista sólo 27 años (si alcanzo esa fecha, seré un octogenario refunfuñón, ya lo advierto). Casi tres décadas es mucho para cualquiera de nosotros, aunque luego digamos que se pasan en un suspiro. De ahí que seguramente piense que podemos lograrlo, podemos dejar un planeta más verde a nuestros hijos y nietos.

Pues no. Como informa la Agencia Internacional de la Energía, cada año consumimos más petróleo y más gas y carbón, con las solas excepciones de cuando Lehman Brothers (2008 y 2009) o el Covid, ese bicharraco que ya nadie recuerda (2020). Si midiésemos la energía en toneladas de petróleo, tendríamos que el año pasado quemamos más de 6.700 millones de toneladas de crudo.  Ese mundo verde propugnado por muchos, especialmente por los más ricos, solo se podría conseguir construyendo diariamente miles de aerogeneradores, millones de paneles solares, o el equivalente a una central nuclear diaria. De modo que vamos bien. Tendremos que irnos al mar para poder desplegar en tierra tanta producción de energía renovable. Tan titánica tarea a algunos les parece factible (y miro a los de Bruselas) y a otros les parece tan irremediable que nos regañan todos los jueves (como la chica esa gritona que cruzaba los océanos en catamarán). 

Todo esto viene a cuento a causa de la aprobación en el Parlamento Europeo en el aumento fiscal y normativo de los derechos de emisiones. Poner una fábrica en marcha será más caro. La gasolina será más cara (mientras haya, claro). El gasoil de las calefacciones será más caro. El pellet será más caro porque, siendo renovable, no va a ser el tonto que se quede atrás en a cuenta de resultados. La luz será más cara, aún más que ahora. Todo lo importado por mar será más caro. Y volar en avión será igualmente más caro. Lo más barato, quedarse en casa, poner una estufa de leña que sirva también de cocina, alumbrarse con cera o directamente, morirse. A este arreón inflacionario que vendrá cayendo más pronto que tarde, añádale usted los impuestos viejos y nuevos del fisco, porque el planeta ha de ser más verde y más woke y más solidario. 

Así son las “cosas chulas” que dicen algunos cada vez que abren la boca, porque para otra cosa (decir cosas sensatas) no sirven. Chulas y disparatadas. Europa acabará despareciendo. Se lo digo yo.


viernes, 14 de abril de 2023

El Fernando S. que dragó

No hace demasiado tiempo, en Diario Vasco me censuraron un par de frases de un artículo en el que hablaba de fútbol. Recuerdo que puse, entrecomillada, una cita textual (salvo precisión de mi memoria) de una frase pronunciada por Fernando Sánchez Dragó en un debate de televisión (cuando había esas cosas, y no los gallineros vergonzantes que montan hodierno) sobre fútbol, en el que también participaba el inefable José María García (los restantes no los recuerdo). La cita fue, más o menos, esta (porque igualmente la transcribo de memoria): “No me interesa nada el fútbol; cuando veo en el Metro a alguien leyendo el Marca o el As, sé que estoy ante un encefalograma plano”. Creo que fue la propia subdirectora quien me comunicó la censura: era una entusiasta del balompié y creyó que resultaba hiriente para los aficionados de este deporte. Poco importó que hubiese especificado el contexto de que la cita no era mía (obviedad) y que no estaba de acuerdo con ella (justificación). Al final creo que la omití y así quedó zanjado el asunto.

El caso es que fue la primera vez que pensé detenidamente en la personalidad intelectual de Dragó. Aquella noche supe que, en lo esencial, estaba de acuerdo con él en lo del fútbol (ergo, mentí en el artículo). Y de ahí a interesarme por su figura literaria (y televisiva, donde dispuso de varios espacios culturales muy interesante, como otros que le siguieron hasta que sobrevino la idiotez del Mississippi o de las Crónicas de Marte), y descubrí a un individuo marcado por un infinito amor (y obsesión) por la cultura. Leí algunos libros suyos, indagué en su biografía, especialmente su juventud comunista y antifranquista y el sosiego anarcoindividualista que profesaba con devoción en los últimos años. Junto con Cohotado, creo que representa el único ejemplar de “queer” que yo conozca. Para mí, que soy ácrata, pese a las divergencias, siempre fue Dragó un niño terrible del que observar usanzas y aprender perspectivas.

Sé que últimamente prodigaba espacios consagrados por Vox, ese grupo donde se juntan lo peor (por exaltación) y lo mejor (por devoción) de la derecha española, y que se tilda sistemáticamente de extremismo, lo mismo que si los de la otra orilla (incluidos postetarras) no lo fueran. Hay audacias que asombran. Y en esas me quedé cuando leí la noticia de su fallecimiento. Tal vez no esté de acuerdo en muchos aspectos de su vida, empezando por su exceso en casi todo. Pero que fue un individuo peculiar, transido de libertad hasta las pestañas, y una mente elevada, lo tengo muy claro. Como lo del fútbol.


viernes, 7 de abril de 2023

Suma, pero sin teología

Los empresarios más ricos del mundo han apostado por enviar gente al espacio. Me sorprendió conocer que el octogenario capitán Kirk de Star Trek fue uno de ellos, el más anciano de todos los paseantes del universo inmediato. Al final, no es solo la vocación: en ciertos casos, se mimetiza con el trasfondo de las ilusiones que albergamos. El espacio es un inmenso vacío que rodea a esta pálida bolita azul que habitamos, esporádicamente interrumpido por colosales explosiones nucleares, cuerpos que orbitan unos alrededor de otros, y las ilusiones de los vivientes que alberga.

Pero no. Ahora espacio es también el lugar que ocupa una persona dentro de la simplicidad geométrica de lo político. Últimamente se habla un poco (creo que cansinamente) sobre el ámbito que se ha empeñado en diseñar (me niego a usar el verbo construir) la vicepresidenta segunda de este Gobierno, quien fue elegida para ser líder de su formación política por un individuo otrora afamado que huyó cuando le sobrevino una debacle política (perpetrada, a su vez, por otra mujer bastante más interesante), y que ahora ha decidido encabezar un nuevo proyecto político, ante lo cual no voy a objetar nada, faltaría más, pero sí comentar algo. Por qué siendo lideresa de un partido opta por iniciar otro, es cuestión en boca de todos, y tiene mucho que ver con la autocracia del otrora afamado individuo que la designó, un poco de la manera y modos con que designaba sus aventuras fuera y dentro de la cama. 

Ese proyecto lo han venido a denominar adición aritmética, pero más allá de tópicos e ideas insustanciales como las invocaciones a la alegría y a la felicidad (amén de otras invenciones muy chulas), nada sabemos del mismo. Está preñado de lirismo benedettiano y filosofía coelhiana: atrayente para mentes soñadoras sin intención alguna de sumergirse en sus fondos. El problema surge cuando uno se plantea unirse a tamaña vaciedad. Supone una renuncia total a trabajar en pos del bien común, siempre tan penoso y complicado, en aras de indicadores intangibles y vaporosos, pero teniendo en cuenta todo lo que ha sucedido alrededor de lo “woke”, que se basa en conceptos muy afines, una unión masiva hacia tales valores insustanciales, con apariencia de muy importantes, enseguida desembocará en una nueva modalidad de dictadura crucial. 

Hacen bien en llamarlo el espacio de la vicepresidenta: es obvio que se halla totalmente vacío. Pero de ese vacío vienen naciendo últimamente, quién sabe cómo, las decadencias más amenazadoras