viernes, 29 de noviembre de 2019

Diferencial


Me compadezco, muy sinceramente, de quienes, ora navegando por las melifluas aguas del nacionalismo, ora alumbrados por la revelación independentista, se consideran partícipes de la épica que cabalga a lomos de los hechos diferenciales, que no son sino un puñado de fueros antiguos, reminiscencias medievales despertadas del sueño de la Historia para mayor prodigalidad de su hacienda, y -eso sí- una lengua.  Poco grano hay en ese pajar para tanto como se muele, o mucho ruido y pocas nueces, que diría el Bardo de Avon, de cuya real existencia dudo.
Mis hechos diferenciales son mucho más elocuentes. No necesito fueros, ni tampoco naciones, bastante tengo con haber sido arrojado a una de ellas en el momento de nacer y sin yo haberlo pedido, que resultó ser la primera de la Historia en ser llamada así, nación, tras la cual vendrían todas las demás. No necesito hacienda para ser diferente, porque estas tensiones con que los gobernantes se empeñan en afear algo con dos siglos y poco más de vida, la democracia, nacen por el peculio, que todo lo envilece, y luego por todo lo demás. Yo no necesito nada para proclamarme independiente de todos ellos, de unos y de otros, que si vivo conforme a sus normas es porque han exhaustado la faz del planeta de tal modo que no hay lugar adonde ir sin que uno se los tope.  Y qué grande alivio se siente cuando los gobernantes son grandes hombres de estado, mas cuán inmensa es la tortura de someterse al dictado de tantos mediocres como menudean.
Mis diferencias no precisan un habla, ni siento envidia o rabia porque alguien escribiera en otros tiempos una gramática para así otorgar a esa lengua la universalidad que las demás para sí quisieran. Porque idiomas hablo, y también matemáticas y música, y escribo con solvencia en varios de ellos, no en igual equilibrio. Y todas me gustan y agradan. Y entenderme puedo hacerlo con cualquiera, que no es obligado batallar cuando se juntan dos diferencias, ni aplastar a la más débil, que siempre es mejor crear otra nueva, mezclada con cosas de aquí y allá, sin humillar a ninguna ni dejarse llevar por la ira que nace de la envidia o la frustración.
Soy diferente. Y por mucho más que por ser gallego, vasco, catalán o lo que sea. Soy diferente y me gusta mezclarme con otros que igualmente se saben distintos, herederos de su Historia, y emprendedores de lo que el futuro aguarda. Aunque contemplando las cosas que pasan, terror siento por ese futuro venidero.

viernes, 22 de noviembre de 2019

Prestidigitación

680 millones de euros no son nada. Solo una excusa para adherirse nuevamente al respeto por las sentencias judiciales. La cosa no afecta más. Al Gobierno, por descontado que no. Pero a la dirección del partido, tampoco. Total, son sucesos que se produjeron hace diez años, o más, prácticamente en la era cavernaria, y ya ni se acuerda uno, vamos. No importa que los condenados fueran altos, muy altos (altísimos) cargos en Andalucía, donde el partido es hegemónico desde la extinción de los ammonites. Porque la realidad es que ha pasado el tiempo, mucho tiempo, y ninguno de ellos posee ya un sueldo del erario andaluz y tampoco están afiliados. Luego la cosa no va con el partido. El partido está a salvo. Larga vida al partido. 

Como truco de prestidigitación no está mal. Magia Potagia, que dice Tamariz. Miren el pañuelo azul, de seda limpia, que esconde un perdigón negro. Unos polvos, unos pases y nada queda. Solo cicatrices en la epidermis de la ciudadanía, saturada bastante de corrupción. Y con el tiempo caminando y el espacio despejado de sombras, se pueden reinterpretar los hechos y, lo que es más importante, confrontarlos con los hechos recientes del antagonista, quien sí fue condenado como partido: ellos no. Incólumes, salvíficos en un 99%. Además, en todo momento han cooperado con la justicia, en ningún momento han pretendido obstruir la labor de jueces y fiscales (de la pobre jueza de instrucción nadie se acuerda). Y por descontado que el dinero no ha ido al bolsillo de nadie, salvo ese pequeño desliz de la cocaína y las putas, cosas que tienen antes que ver con las veleidades del espíritu humano, siempre tan frágil, que con las conductas de quienes gozaban de respetabilidad y confianza. En resumen: que nadie se ha enriquecido, no como los otros, que robaban a manos llenas; aquí solo se ha malversado un poquito (la omisión de la política clientelar, que es un palabro muy raro que significa mantenerse en el poder a toda costa, es significativa). 

Siempre sonroja más lo que hace el otro. Siempre. Es la consigna número uno para sobrevivir en política y conseguir que la gente se confunda. Para indignante, lo suyo, lo de ellos. ¡Cualquiera les pide cuentas! ¿Lo veían y se quedaban callados? Nunca sabían nada, estaban muy atareados resolviendo los problemas de la gente. 

En los partidos la corrupción no existe: nadie la ve, nadie la denuncia (le mueven de la foto). La vemos los demás, quienes la sufrimos y pagamos. 

viernes, 15 de noviembre de 2019

Revotáronse

Muchos votaron y no pocos se revotaron. Ya todo el mundo sabe que un partido se dejó el domingo dos millones y medio de votos, así como quien oye llover. Los que ganaron perdieron una bonita cantidad, muy parecida a lo ganado por los segundos. Los indepes (que dicen ahora) han ganado terreno casi sin que se note, y a mí me ha preocupado mucho. Entre los vascos se han anulado mutuamente. Y, oiga, aunque sea repetir lo ya dicho mil veces: los “degenerados” (cfr. la columna del otro viernes) han apañado casi un millón más de papeletas. Y esta cifra no es baladí. 

Se pongan como quieran ponerse los unos y los otros, el hecho es incontestable: más de tres millones y medio de personas han apuntalado a la voz en latín y, de todos ellos, creo que solo unos pocos confesarán ser fachas, franquistas, retrógrados o de extrema derecha. Los tiempos son otros. Que le pregunten a mi madre, que en el remake de las elecciones también depositó la papeleta a favor de ellos: “a mí me da igual lo que digan, yo voto lo que me parece”. Pues claro que sí. Quién se lo va a negar: ¿acaso los que se pasan la vida dando lecciones de democracia? Quienes opinen que los votantes son meros trasuntos de los programas electorales que apoyan, ya pueden ir buscando una perspectiva mejor sazonada.

Tanto remake, tanto devoto, tanto revoto… y resulta que el segundo que más ha perdido ha sido a la postre quien más contento ha obtenido (por delante del apestado con quien nadie quiere hablar). Por fin, su prédica ha sido escuchada en el empíreo donde yacen los astros, aunque algunos piensen que antes que estrellas, lo que hay son estrellados. Viendo cómo se han desarrollado los eventos políticos en tan breve espacio de tiempo, confío en que lo escrito por los partidos en esos panfletos que nadie lee sea papel mojado (que es lo que suele ser siempre). ¿Alguien estaba preparado para contemplar el revoto presidencial hacia quienes hasta no hace tanto le impedían conciliar el sueño por las noches? Yo no, al menos.

Iluminados por el dictado popular, dos dirigentes no demasiado antagónicos, pero insoportables entre sí, se han abrazado tras encontrar en la palabra “progresista” su particular bálsamo de Fierabrás. No seré yo quien denoste la coalición de gobierno antes de que se haya formado este, faltaría más. Y tan cínico como me he vuelto en estos asuntos de la política, pero aún no creo que tenga que ser, como anuncian, un caos. De momento, claro. Luego ya se verá.

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viernes, 8 de noviembre de 2019

De votos


De nuevo a votar. Casi lo olvido. Me acordé el lunes, cuando alguien me dijo, “los de Vox son unos degenerados”, minutos antes de que empezase algo en la tele que no vi. Respondí saliendo por peteneras. No me apetecía refutar una descalificación con otra: en esto de las opiniones políticas ya se sabe que lo de menos es la mesura. “No entiendo que haya mujeres que les voten. No merecen siquiera un lugar en el Congreso”. Acabáramos: de nuevo elecciones. Vivimos en un continuo remake.
Lo de Vox y mi interlocutor no es algo baladí. Este partido expone en su programa 100 medidas de cierta contundencia, tanto que muchas de ellas obligan a reformar la Constitución: suspender la autonomía catalana; derogar la ley de memoria histórica; deportar a los inmigrantes ilegales que delincan e impedirles el acceso a la sanidad; levantar un muro en Ceuta y Melilla; proteger la tauromaquia y la caza; derogar la Ley de Violencia de Género; prohibir los vientres de alquiler; fomentar el teletrabajo y la media jornada; fusionar ayuntamientos; cerrar televisiones autonómicas; rebajar el IRPF; reducir o suprimir los impuestos sobre inmuebles, patrimonio, sucesiones y las plusvalías municipales; promulgar leyes ‘antiokupa’; permitir el uso de la fuerza en la defensa del hogar; suprimir el Tribunal Constitucional…
¿Degenerados? No parecen muy viciosos o de conducta sexual anómala. Son, eso sí, extremistas. La extrema derecha, en su utopía regresiva, interpreta una música que a muchos suena bien pese a estar preñada de ataques continuos al orden constitucional y europeo. No he leído en ninguna parte que alguien en el debate contestase al señor de Vox con los arrestos que, en otros tiempos, políticos de raza (cuyos nombres resuenan aún en nuestra memoria) le hubiesen espetado. Y, estando frente a frente con tan inefable candidato, ¿ninguno es capaz de colocarle en su sitio? ¿Ni siquiera el que tiene a gala desenterrar a Franco e ilegalizar su fundación? ¿Tampoco quien teme por la buena suerte de su spin-off?
El problema es que primero les descalificamos, después desoímos las razones que han llevado a muchos a votarles (alguna hay que resulta incluso comprensible), y finalmente nos amedrentamos a la hora de elevar el discurso. No por el respeto, tan de moda, sino porque en otros frentes también se escuchan (y producen) barbaridades parecidas contra la convivencia y la igualdad, pero al parecer solo depravan cuando las dicen unos y no otros.

viernes, 1 de noviembre de 2019

Cuelgamuros

Ayer, mientras disponíamos las sepulturas del camposanto, llovía suavemente. Los cielos se tornaron macilentos y afligidos en la víspera del Día de Difuntos. Una vecina, que nos contemplaba remover con el zacho los terrones amazacotados, se lamentaba de que la lluvia malograría las flores. No se queje, repuse, no tenemos razón alguna para protestarle a la meteorología: bien caída es esta agua. Colocamos el centro más bonito y lozano, con plantas del jardín que florece en el corral, sobre la tumba de mi padre, al pie del muro. Los restantes arreglos: donde enterramos a mi abuela, a mi abuelo (quien descansa junto a mi tío) y la hermana mayor de mi madre. También coloqué un ramo de flores blancas en la tumba de Serafín, cuyos sobrinos la mantienen imperturbable durante el año con horribles flores de plástico.
Eché un vistazo al resto de enterramientos. La gran mayoría yacen olvidados, como se evidencia en las muchas tumbas desaseadas y mohínas. Algunas son vergonzosamente recientes. La España menguante comenzó a disminuir en la memoria de los vivos mucho antes de que lo hicieran sus ilusiones. Las sepulturas más antiguas datan de los tiempos de la posguerra. El cementerio fue removido durante la fratricida contienda por razones que nadie recuerda. En el pueblo vecino los republicanos fusilaron a grupos de agricultores contrarios al Gobierno y los trajeron a enterrar al mío. Nadie sabe dónde se encuentran. Tampoco queda nadie que reclame sus huesos. Ha de ser terrible saber que un antepasado tuyo fue masacrado sin contemplaciones en algo tan monstruoso como una guerra civil.
Celebré en su momento (hace 17 años ya) la unanimidad del reconocimiento moral a quienes padecieron la represión franquista. No puedo celebrar el espectáculo de la exhumación de Franco del inmenso cementerio que es el Valle de los Caídos, donde yacen decenas de miles de personas de ambos bandos, y al que la propia Ley de Memoria Histórica obliga a ser gestionado conforme a las normas aplicables a los lugares de culto y los cementerios públicos. Es lamentable que hayamos presenciado, nuevamente algunos, el sepelio del dictador. Nadie pensó en el sigilo o en las leyes.
El cementerio de mi pueblo acabará consumido por la naturaleza una vez que la memoria de las gentes olvide que una vez existió. Espero que le suceda lo mismo al del valle de Cuelgamuros porque significará que se habrán tomado decisiones con criterio, y no precisamente el partidista.