viernes, 31 de enero de 2020

Virus de enero

Estoy menos pendiente de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, que por fin se consuma (ya era hora, qué aburrimiento), que del avance del virus que asola los territorios chinos. Mis proveedores de tan legendario país, muy amables y simpáticos, acaso para compensar lo tercos que se ponen a la hora de negociar condiciones como si allende sus fronteras el mundo estuviese sumido en una obscuridad impenetrable, me mantienen informado de miedos, temores, vacaciones forzosas y otras cuestiones de tal cariz. A diario exhortan con sus mensajes a la solidaridad por los denudados esfuerzos con que el milenario país combate a un enemigo terrible cuyo tamaño apenas excede unos cuantos nanómetros (diez mil virus alineados caben en un milímetro). Sin embargo, no me atrevo a decirles que mucho de lo que se barrunta en los medios y de lo que me cuentan es, cuando menos, exagerado.
Habrá quienes hayan olvidado que, a principios de siglo (parece que fue hace mucho), China se vio afectada por una epidemia vírica similar que causó cerca de un millar de muertes. Entonces la cuestión sanitaria se gestionó fatal y la OMS, a quien le encanta anunciar a bombo y platillo sus alertas sanitarias, provocó una ola de pánico que se extendió rápidamente por todo el planeta. En la actual crisis, China está actuando con la lección bien aprendida. La neumonía que transmite el dichoso virus no parece que sea especialmente mortal: no están cayendo los chinos como moscas, con perdón por la irreverencia de la broma, que es lo que uno acaba pensando tras leer los titulares de la prensa. La gripe habitual mata cada año a casi medio millón de personas en el mundo. ¿De qué estamos hablando? ¿Del apocalipsis?
Lo del Brexit sí puede resultar un Armagedón de tomo y lomo. Pese a los análisis económicos y los estudios de escenarios, pese a todas las medidas de información que se vienen aplicando al asunto, resulta difícil evaluar cuál va a ser el impacto real y tangible. Las empresas grandes, que son las de siempre, dicen estar tranquilas y con los deberes hechos, como los chinos hogaño con su virus actual, pero ni con un huevo duro me lo creo. Están como todos los demás: esperando a ver qué sucede. Y a lo mejor no sucede nada: tensiones económicas, dificultades para hacer un doctorado, líos aduaneros… Pero todo lo que no suponga un enorme desastre para la Gran Bretaña será, esta vez sí, un formidable desastre para el resto de la Unión Europea. Y sin virus. 

viernes, 24 de enero de 2020

La montaña mágica


Siete años permaneció Hans Castorp en Davos, hasta la Gran Guerra. Siete veces siete años más tarde, el barullo del Foro Mundial parece un desfile de poder, con huestes alternando francachelas y conferencias, cual hoguera de todas las vanidades que en el mundo son: las más, efímeras; las menos, hereditarias. Para muchos un sacacuartos, para otros una comedia bufa, el dichoso Foro ha devenido lienzo atemporal donde predicadores, activistas y líderes de todo tipo cuentan con su minuto de gloria. Y quienes no acuden también, porque el cuadro de las monsergas sobre capitalismo, sostenibilidad y desigualdades no solo se bosqueja en los Alpes, también en los binoculares que tratan de no perder comba de cuanto allí se cuece, por escaso que sea el condumio de la olla.
Pareciera que los presidentes de todo lo presidenciable acuden juntos a un balneario a expiar pecados, que son muchos y todos capitales (nunca mejor dicho). Desde el ave purísima por el clima al santiguamiento por la pobreza, todo es contrición. Pero nadie les absuelve: se indultan solos. El sedicente Foro no sirve de mucho, digámoslo claro, salvo para apretarse las manos, sonreír e irse de cenas y parecer Amo del Universo, aun sin ser otra cosa que un mentecato, pero el peligro de consunción existe y de ahí que sirva el inefable tinglado para que poder y dinero busquen regenerar su maltrecha imagen, o al menos congraciarse con el resto del mundo, que somos todos los demás. Ibidem, a la vuelta de cualquier esquina te encuentras a un vocinglero, como esa repelente niña sueca que va diciendo que le han robado la infancia y los sueños (será por el oleaje azuzando el catamarán). Nunca faltan voces en el asunto de la ética universal.
Dice el señor que fundó el Foro que ahora quiere financiar proyectos de reducción de emisiones. A ver si me concede una subvención para plantar robles y encinas en la finca que tenemos en las Arribes, desamortizada de árboles por aquello de hacer pastar el ganado en tiempos remotos en que los pedos de las vacas todavía no alarmaban a nadie. Acción climática, que prometen los activistas, quizá porque lo del descontrol de las hipotecas suena bastante técnico. Esa batalla la van ganando, pese a Trump.
Espero que a nuestro sedicente gran estadista algo allí se le pegue, como a Góngora el arte de escribir versos, ahora que el tronío lo tiene pleiteado con los escribas, y que advierta que fue en Davos donde Mann ubicó el fin de una era.


viernes, 17 de enero de 2020

Gran angular

Me llama un amigo para ofrecerme su pésame tardío por mi madre. Agradezco el gesto: realmente el cuándo no importa. Enseguida derivamos hacia un asunto que nos concierne a ambos:  cómo van a ir las cosas este año. MI amigo, conocedor de mi afición por la fotografía, me dice que para la foto oficial la cámara hubo de estar dispuesta en Guadarrama de tantos como aparecían. Yo le respondo que simplemente han tenido que inventar un mejor gran angular. La foto monclovita recuerda a algunos de los lienzos de Goya…
He decidido no hablar de lo que haga este Gobierno hasta bien pasados cien días. Los que se suelen conceder de gracia, mejor de confianza. Sé que se trata de una liturgia agotada: muchos de los figurantes de la escalinata jamás concedieron a su adversario cien minutos de respiro. Pero me gusta ser generoso y, pese a todos los temores encendidos por lo que se ha cocido tras las últimas elecciones, que es mucho y preocupante, merecen el beneficio de la duda. Dicho esto, la foto de palacio bien requiere alguna reflexión.
La primera de todas las posibles reflexiones es la siguiente: este Gobierno sale muy caro. Muchos más ministros, muchos más vicepresidentes, un gabinete todopoderoso en la sombra, decenas de secretarios de Estado y centenares de asesores… Ya veremos para qué, eso es otro cantar. La sensación ahora es que el Presidente ha partido el pastel de manera que a cada uno le corresponde una porción raquítica del mismo (cosa que ya ocurría antes, por supuesto) y que solo por el cargo (“¡Ministro! Aunque sea de Marina”, que decía el otro) y sus emolumentos presentes y vitalicios ya los participantes del festín han de darse por contentos.
La segunda de las reflexiones es que resulta difícil para qué sirve tanto ministro. Yo no lo tengo tan claro. Hay por ahí unos cuantos cuyas carteras están más que transferidas a las autonomías (acaso falte algo) y otros cuya labor diaria se antoja eximia, por no decir inútil. Entiendo que este enredo de cargos algo tiene que ver con impartir competitividad entre ellos, que unos actúen de freno de los otros. Sucede que, en lugar de simplificar, este juego de contrapesos del poder se ha desplegado con aparatosidad.
La última reflexión es bien sencilla de redactar. Las democracias son gobernadas por autoritarios. Me resisto a decir dictadores, pero podría. Supongo que es lo que toca en tiempos de palabrería fugaz e intrascendente. La urdimbre del poder jamás fue tan frágil. 

viernes, 10 de enero de 2020

Llamas en el sur


Los eucaliptos arden. Y arden mucho y muy bien. Es una especie arbórea perfectamente adaptada al fuego. Si el incendio no es catastrófico, de sus raíces brotan nuevas plantas a los pocos días de haberse este extinguido. De este modo sus brinzales avanzan, compitiendo con otras especies de una manera sumamente eficaz. En casa hervíamos sus hojas, coriáceas, cuando aún esta costumbre persistía, para combatir los efectos del catarro con vahos calientes y fragantes, porque sus vapores alivian y fluidifican la mucosidad. Contienen un aceite esencial de propiedades balsámicas y desinfectantes que, no obstante, acelera el fuego como si fuese gasolina. Y qué decir de su porte, altivo y característico, de cuyos troncos incendiados se destraban lascas enormes, volutas sembradoras de pavesas. Ante un incendio donde arden los eucaliptos solo puede hacerse una cosa: huir. Todo lo más, esperar que llueva y que amaine el viento.
En el hemisferio Austral, en ese inmenso continente antiguo que le da nombre, los bosques están ardiendo con una malignidad desconocida hasta ahora. Las gentes buscan refugio en las playas. Cientos de millones de animales han perecido. Las cortinas de dióxido de carbono se extienden por la atmósfera enviando el anuncio del Armagedón a las alturas. Pero ni las llamas, ni los cuerpos carbonizados de los koalas, ni tampoco los extensos pastos negruzcos donde otrora se alimentaban los vivos, son mensaje suficiente para frenar la codicia de quienes han plantado este árbol para conseguir no un planeta más verde, sino un planeta donde prospere la pasta de celulosa sobre una colcha de negra calcinación y enormes réditos.
Unos dirán que exagero. Otros, que esto no hay quien lo repare. Pero la realidad es que, en cualquier lugar del mundo donde haya eucaliptos y azote el fuego, su negrura será engañosa: pronto el fuste rebrotará. Seguramente, otras especies autóctonas, como los robles, estén renegridos, pero no muertos, y por primavera salgan hijuelos de las raíces. Todos ellos perderán la ancestral carrera por la luz del sol. Los árboles que crecen lentamente se verán sobrepasados por los eucaliptos y, en pocos años, estos desplegarán su frondosidad impidiendo que llegue el sol al carballo que, doce metros más abajo, trata de sobrevivir. Y así, con algo tan tenue como es plantar un eucalipto, se acaba con la majestuosidad impenetrable de los bosques milenarios. Y luego llega el fuego azuzado por el cambio climático…

viernes, 3 de enero de 2020

Menudo 2020

Este último año de la segunda década del siglo XXI viviremos bajo el estigma de un político menor, muy menor e insustancial, pero enorme en su ambición y avidez. Fue hace unas cuantas semanas que dejé aquí escrito que el acuerdo firmado a las 24 horas de las elecciones no tendría por qué ser un desastre de colosales proporciones. Ya no lo suscribo debido a las inquietantes certezas que han surgido. Porque lo que estamos observando durante estas navidades es una negociación colectiva entre diez partidos, que se dice pronto, muchos de ellos abiertamente contrarios al orden constitucional pese a lo bien que aprovechan los recursos que dicho orden les confiere.

Cuando la única estrategia es gobernar, pese a quien pese, desdiciendo y sin mirar a quienes observan desde la otra orilla, porque unas terceras elecciones descabalgarían al mediocre jinete de su irreconocible montura, lo preocupante no es el Gobierno que se forma, sino los acuerdos que ha de ejecutar. Izquierda y nacionalismos. De eso se trata. De un nuevo poder hegemónico que acaba de conjurarse en medio de la más absoluta inevitabilidad. No porque fuese el único modo de alcanzar la gobernabilidad, sino por bloquear al otro bando, siendo este más afín en lo que subyace en el fondo, e impedir lo que siempre debió resultar transversal, por el bien de todos. Digan ustedes lo que quieran, pero este mastuerzo ya apareció escrito en los libros de Historia narrando lo que sucedió hace 90 años.

Cuando dos, o más, negocian, alguien paga. Primero el peaje. Luego, el trayecto. Finalmente, el destrozo. Yo tengo la sensación de que una masa de personas, no mayoritaria, ni mucho menos, pero muy adherida a un concepto político desgajador donde lo mismo entra una cosa que la contraria, porque todo cabe en las simas de la ruptura, coadyuvadas por un politicucho de tres al cuarto que ni tiene un proyecto en su cabeza ni, en muchos sentidos, algo estable dentro de ella, va a conseguir imponer su ferocidad y egoísmo al resto de los que hemos de pagar el pato. Ellos, los excepcionales y diferenciales, y nosotros, los que no merecemos ni ser escuchados. 

Claro que, ustedes dirán, para esto han votado las gentes al político menor e ínfimo. Para que los problemas de uno de los poderes del Estado se conviertan en problemas políticos, y gracias al juego de prestidigitación, seamos gobernados desde el Estado por quienes odian intensamente a ese mismo Estado. Una lógica aplastante. Menudo año…