Ni delgados. Ni longevos. Ni saludables.
Aquello del mito de la dieta mediterránea se ha acabado. Lo ha dicho la FAO, o
sea, la organización de las Naciones Unidas que se ocupa de erradicar el hambre
en el mundo. Pero también, pues la contraposición es casi inmediata, los que nos
dicen a nosotros, ciudadanos del primer mundo, que pasemos un poquito de hambre
para variar.
Tan ricas frutas, verduras y hortalizas como
disponemos a orillas del Mare Nostrum. Tan maravilloso aceite de oliva. Tan
buenísimos productos del campo, de ese campo llamado huerta, donde crece alegre
el limonero y luce el sol a raudales. Una riqueza de la que ni siquiera el buen
vinito está excluido, pues conocido es que no agrede cuando se bebe con
moderación. El mundo entero muere por nuestra dieta. Por nuestra cultura
culinaria, con esta gastronomía robusta y beneficiosa que en otros países, en
otras latitudes, envidian.
Al cuerno con todo. Los que envidiamos somos
nosotros ahora. Nos hemos vuelto sociedad de pasteles, grasas, de exceso de
solomillo. Tanto pescado, tanto boletus, tanta gaita macerada en aceite con
aromas de romero. Nos hemos convertido en domingueros de a diario. Ya ni
siquiera respetamos que las parrilladas sean mejor en domingo y en verano.
Fina y delicadamente, la FAO nos cuenta que
hemos deteriorado nuestros hábitos en materia de alimentación. Qué jocosos son.
Llaman deteriorar a consumir vorazmente suculentos entrecottes, a mojar pan en
todas las salsas, a deleitarnos con platos que rezuman grasa y proteínas, a
olvidarnos de las hojitas de lechuga y los tomatitos y el queso de oveja regado
con vino viejo. Lo llaman deterioro, cuando habría que llamarlo estupidez.
Y luego llega el sobrepeso. La obesidad. Las
sudadas en los gimnasios y la compra nada inteligente de las bandejas de
supermercados. Qué más da. Para lavar conciencias nos recreamos en Arguiñano y
sus buenos consejos. Y el rico rico, y qué bueno está todo. Tenemos la
conciencia tranquila. Tan tranquila que nos vamos de chuletones y costillas y
todo eso, porque, bueno, con moderación tampoco pasa nada (eso decimos mientras
nos los zampamos a dos manos).
Y luego (otro luego más) vienen las excusas. Excusas
ante la báscula, claro. No podemos hacer menos. Le dedicamos a los empresarios
y a los atascos todo nuestro tiempo. Y con carencia de tiempo, optimizamos.
Optimizamos el hipermercado. El microondas y la comida precocinada. El reloj y
la hamburguesa. Optimizamos todo aquello que nos deteriora, que dice la FAO.
Nunca optimizamos en el sentido correcto.
Pues oiga. Coma sano, leñe. Si quiere, le
cuento la receta. Es la misma que ha publicado la FAO hace unos días. Lo que
cambia es… que le haga caso. Y no me venga con excusas (luego).