¿Se he dado cuenta del frío que está ya haciendo? En breve,
el otoño dejará paso al invierno, que presumiblemente será tan crudo como el
anterior: con frío intenso, con paisajes blancos, con aire gélido que atraviesa
y corta. Este frío de otoño postrero no me asusta, pero sí ver toda la seroja pútrida
esparcida no en parques y calles, sino en nuestras instituciones.
Ateridos de frío, inmóviles como árboles desnudos ante aire
congelado, nuestros mandamases contemplan apesadumbrados las batallas que se
celebran en derredor, en las que otros disciernen el futuro de los territorios
que ellos han renunciado a defender. Hemos visto caer masacrados otros países.
Hemos escuchado las advertencias del enemigo, las mismas que llegan ahora a
nuestros oídos. Sabemos cuál ha sido la ilusoria retórica con la que los
gobiernos ahora arrasados han pretendido contentar a su pueblo, y es
exactamente la misma que nosotros venimos escuchando desde no mucho tiempo
atrás. Nos están llevando a la derrota más miserable y cruel de todas, y no
hacen nada por evitarlo. Se quedan quietos. Los unos, locos, dementes,
vocingleros, que no saben ya ni escapar ni unir al pueblo en un último
esfuerzo. Los otros, impasibles, esperando las migajas que queden, cual oropel
vacuo y arcón polvoriento. Ni siquiera atienden a los lamentos de las gentes,
que imploran, que suplican, que se lamentan por haber dejado en manos tan
nefastas e incapaces las ilusiones de su devenir futuro, de repente incierto y
aciago.
El pueblo burgués se sublevó en 1789 contra sus gobernantes
al grito de la libertad, la razón y la igualdad, derrocando lo establecido.
¿Qué nos impide hacer estallar una revolución similar ahora? ¿Tan comprometidos
estamos todos ante el imperio de los mercados y los mendaces gobiernos? ¿Hemos
de dirigirnos al degolladero sin tan siquiera escupir a las caras de todas
estas gentes que, con sus mentiras, sus guerras y sus incapacidades, solamente
nos quieren para satisfacer sus veleidades y caprichos? ¿Qué más hemos de
entregarles, si no les basta ni nuestro dinero, ni nuestro futuro, ni nuestra
felicidad?
Estamos atravesando el otoño más frío, como atravesaremos
el invierno más crudo y despiadado. En un mes acabará la primera década de un
siglo que, lejos de significar el avance definitivo de la humanidad, nos ha
sumido en nuestro propio desconsuelo. Y yo quiero encontrar esa revolución
definitiva que dé sentido a cada minuto que quede por delante.