viernes, 16 de septiembre de 2022

Lluvia y otoño

La noticia son las lluvias. Han vuelto. Iba siendo hora. Dicen que nunca llueve a gusto de todos. Para muchos, ni siquiera es necesaria. Tal vez un engorro. Porque uno se moja y hace más frío. El tráfico fluye peor. Ciertos oficios se vuelven difíciles. Por eso parece que tan solo llueve para poetas, gentes del campo y transidos de melancolía. Antaño la lluvia era fácil. Ahora no. Cuando cae en demasía, es culpa nuestra. Si en escasez, también. No viene la lluvia como en otros tiempos, sin duda más propicios. No viene con inocencia. Sin importar las crónicas. El verano acarreó un calor catastrófico. Y amplía el consenso (asaz sedicente) sobre el simpar desastre. El clima: que es cambiante, cierto e indeciso. Y asesino, otrosí. Qué poco miramos a la naturaleza. Los inmutables volcanes sí actúan con inescrutable precisión. Pero son tan lejanos, y en ocasiones tan sumergidos, que rara vez importan. (De uno más próximo y nuestro nadie habla cuajados ya los fluyentes ríos de lava). Da lo mismo. Se cubre el planeta de un terror casi cosmológico solo apto para sensibles o ignorantes (los hay en ambas orillas). Del terror parece provenir la lluvia, no de la normalidad climática que se mantiene, volcán más o menos. 

La lluvia anuncia el otoño. Espera la seroja agazapada. Pero está ahí mismo. No sabemos si será un otoño de lluvias. Quién sabe. Tal vez. De momento los jardines y montes se han empapado. Un poco, al menos. Con la lluvia llorando en los cristales se descorren las cortinas de agonía por la sed que padecemos. La lluvia, el viento y la sombra hacen la vida, dijo el poeta. También el sol. Y cuanto crece en la tierra. De arriba proviene el aire que respiramos. De abajo, los alimentos. En la tierra se halla cuanto nos permite aspirar aire a los pulmones. En los cerros tras la borrasca y las colinas alumbradas por el sol entre las nubes. También en el mar, donde la lluvia cae sin notificarlo siquiera. Es el ciclo al que estamos doblegados. No es el ciclo que sepamos doblegar nosotros. 

El otoño se percibe con cansancio. Ni siquiera el verano ha sacudido los hastíos. Más de lo mismo, dicen los viejos del lugar, que ya somos todos. No hay lluvia que arrastre las palabras malditas. Caen, cuales chuzos, siempre de punta, las noticias apesadumbradas como augurios disimulados. Más lluvia tormentosa. Más granizo en nuestros hombros maltrechos. Y, de repente, el asombro. En el perpetuo otoño de la guerra, un claro de justicia. Tal vez se aleje el frío. Tal vez se amanse el invierno