Lleva
dos días sin llover en Costa Rica y el sol, entre nubes dispersas blancas, esponjosas,
azuza los sentidos que muy pronto se embriagan del verde perpetuo de estas
tierras sitas entre dos océanos. Con lluvia o sin ella, la monotonía de los
elementos artificiales (el tráfico pesado, los edificios) no empaña la espléndida
ubicuidad vegetal que, cual dios Yarilo exiliado, sobrelleva con resignada
postración los síntomas enfermizos y absurdos del ser humano.
Estar
aquí, en el paraíso, porque Edén es todo el istmo centroamericano, obliga a redefinir
los límites de la existencia: el frenesí, el neoprimitivismo indígena, la fertilidad
obsesiva... Parece muy lejano a lo que estamos acostumbrados, pero solo lo
parece, porque enseguida los sentidos se agrandan con la polaridad visual, la
multiplicidad de los sonidos politonales, y la polirritmia de los aromas y
sabores primigenios. Pese a que inspire sentimientos añejos, Centroamérica es y
siempre será moderna: dijimos que la conquistamos (descubrimos) y en realidad es
ella quien nos sigue conquistando (descubriendo) a nosotros desde entonces. Uno
no descubre aquello con que se topa al salir huyendo. Yo mismo, por tercera
vez, me siento encontrado en estas tierras montañosas y escarpadas, tropicales,
afectadas por el paso de los ciclones.
Los
turistas, esa infestación masiva que todo obstaculiza, se apean de los aviones
dispuestos a consagrarse de inmediato en rituales de aventura, selva o
tirolinas. Costa Rica es una economía tercermundista ni tan siquiera autosuficiente
en producir alimentos. La evolución supuso trocar el legendario monocultivo de pequeños
caficultores en un sistema bancario ruinoso adecuados para la construcción de masivos
complejos hoteleros. Todo lo demás quedó encallado. Los costes energéticos y de
las materias primas impiden que el país acceda a alternativas viables al
monocultivo de guías turísticos y animadores de todo tipo. Gritaron “Pura Vida”,
y casi todos aquí creyeron haber constituido el país más feliz del mundo, pero pronto
asomó la bancarrota sus narices por el dintel de la puerta.
Se
quejaba amargamente ayer un empresario. En el norte se paralizó una mina de oro
por las presiones de los ambientalistas y, una vez que todo quedó zanjado, los
nicaragüenses comenzaron a atravesar ilegalmente la frontera para explotarla
sin pudor. Costa Rica es así: tiene selvas y turistas. Pero no tiene una visión
que sepa apostar firmemente por su futuro.