viernes, 28 de octubre de 2022

Ruido no temperado

A menudo me preocupo por cuestiones que, en puridad, no revisten la menor importancia. Son asuntos que ensordecen por el mucho ruido generado con ellos. Este ruido proviene siempre de las mismas fuentes y se repite, de un lugar a otro, con aburrida tenacidad. Las fuentes viven, esencialmente, de causar ese u otros ruidos, todos afines. Algunos lo confunden con la causa última de aquello que ensordece: la gobernabilidad, la política, el dinero, la fama, la ciencia o la historia, por citar unos pocos ejemplos. Todas las fuentes, sin excepción, asaltan nuestra voluntad con su enervada, mas no débil, barbulla. Diríase que es la única manera de llamar la atención de la grey, lo cual es incierto. Y, cual felices corderos, aunamos todos nuestro balido al ruido, como si este no resultara ya bastante. 

Habitualmente no me preocupo de lo que sucede bajo el ruido por haberse disipado mi atención, incapacitando el reconocimiento de la verdad sincera de cuanto está ocurriendo. Y es error solamente mío, lo admito. En lugar de inquietarme con el precio de los pellets o del gasoil, o de los muchos niños que de repente pretenden convertirse en ángeles, debería entender mejor las dinámicas que causan todo ello. El problema se desata cuando escarbo y compruebo que apenas hay profundidad en el sustrato de estos debates, que no existe lo que he denominado verdad sincera en casi nada. Son intereses, son ideologías, son convicciones y lucha por su prevalencia. Ya está. Se disturba nuestro almo reposo con asuntos mundanos y tempestuosos, y felices nos sumamos a ellos olvidando aquellos que son substanciales.

Nunca me preocupo por el fundamento de las cosas que intranquilizan el alma. En eso, creo que estoy igual de aborregado que aquellos a quienes critico. Un corte de servicio en una aplicación para comunicarse por teléfono con otros, las agresiones extemporáneas a la biología humana o la altitud de la everéstica tasa de ceodós me exacerban mucho más que la ausencia de los cantares no aprendidos de las aves que trinan por madrugada y que han volado quién sabe dónde. Vivo esclavizado de amor, celo, odio, esperanzas y recelos. Todo vale, bueno y malo (porque ambos sojuzgan y encadenan) con tal de no sentirme aéreo y sosegado, feliz y tranquilo. En estos tiempos que corren, mostrarse indignado o manifestarse hiperactivo y coronado de furia es mucho más valioso que prestar atención al plectro que puntea las cuerdas de un instrumento bien temperado. Lo que ha de quedar, empero, es el plectro.


viernes, 21 de octubre de 2022

La pobreza social

Cuando era niño, mi madre daba clase en una de las escuelas del centro, que entonces habitaba las familias más humildes que uno pudiera imaginar. Una tarde, mi madre volvió a casa muy afectada. Había en su clase un niño de estatura pequeña cuya familia, una madre y un hermano mayor, su padre había abandonado para irse con otra. Vivían en la más afectante pobreza. La criatura se pasaba los días con una sopa y un huevo frito como único alimento diario. La madre limpiaba escaleras y, una tarde, con una propina extra que le habían dado por limpiar una casa, compró un pollo asado para comerlo con sus hijos aquel fin de semana. El niño le contó a mi madre, su señorita, que durante la noche, acuciado por el hambre, el hermano mayor se levantó a la cocina y se comió todo el pollo. 

Esa época no es la de ahora. Aquellas gentes salieron adelante y, en su inmensa mayoría, prosperaron. Con el ingreso a la UE, España se subió al tren de los países ricos. Hoy habitamos una nación donde los ciudadanos del mundo menos desarrollado quieren vivir. El Gobierno justifica en el hemiciclo sus proyectos de gasto en los dos millones y medio de niños que viven en plena pobreza y que uno de cada cuatro ciudadanos lo lleva marcado en la frente (y los suyos aplauden: no sé muy bien qué, es aberrante). Luego afirma que hay un 1% de ricos y un 99% de clase media. ¿En qué quedamos? Ocultan la parte que no les gusta: desde que gobiernan hay un millón más de personas en riesgo de pobreza. La culpa, por supuesto, es del covid. El Presidente declara, ufano, que la crisis que se avecina (la culpa, por supuesto, es de Putin) la va a gestionar igual que gestionó la pandemia. Estamos apañados.

Los políticos siempre reclaman la necesidad de abultar más sus presupuestos para hacer políticas sociales. Se lo escuché al peneuvismo en días recientes. En el senado, concretando algo más, el presi acaba de alegar la lucha contra el cáncer para razonar sus deficitarias cuentas. Salvo entre 2004 y 2007, años de superávit, nuestro país no ha dejado nunca de ingresar mucho menos de lo que gasta. Esa diferencia la coloca el Tesoro en el mercado y lo llamamos deuda, un engendro ominoso que crece sin parar y que a usted y a mí permite vivir teniendo alrededor más de lo necesario y de lo no necesario también. El capital no lo pagará jamás nadie, pero sus intereses sí: quienes vengan detrás (que arreen, que diría el otro). Es lógico que nos suban los impuestos. También suben los precios y seguimos pagando. No nos queda otra.


viernes, 14 de octubre de 2022

Exhibición múltiple constante

Si la disidencia es traición, la avenencia esclaviza. Cualquier idea lanzada al coso de las disputas debería justificar su predisposición para el combate dialéctico. Importan las paradojas del argumentario, que siempre las hay, no lo bien pronunciado que suena en sus corifeos y la rápida asunción de sus turiferarios. Entre unos y otros cunde un exceso desasosegador. Siempre hay quien alabe las bondades del exhibicionista, vestidas con arpillera o tafetán, que eso es lo de menos. Pero, como decía el cantar, mucho vestido blanco y mucha parola, pero el puchero bulle con agua sola. El puchero es, claro está, la sabiduría.

Lo publicitado es importante, pero solo relativamente. Así, las mozas biquinineras de Instagram decoran sus turgencias con frases de burdo manual de autoayuda queriendo parecer profundas ante la parroquia. Sin serlo, claro, cosa que a sus seguidores importa un bledo, interesados como están en las otras profundidades, pero la cuestión es que ya nadie esboza un escote sin añadir el papelito de las galletas chinas de la suerte. Otros especímenes con menor generosidad genética actúan de modo similar, prefiriendo exhibir lo comprometidos que se sienten por cualquier causa que suene a necesario e insoslayable: el cambio climático, el sentir de los simios o la hegemonía neofascista en Europa. Yo casi prefiero lo de las mozas y no tan mozas con poca ropa: la perpetua manifestación woke es de una indecencia cansina, nunca sacia su necesidad de confrontar al otro bando y, de no existir, lo inventa. Es compromiso combativo ante al sinnúmero de irresponsables que por el mundo medra. Pura deflexión: el tránsito de la increencia al fervor produce conversiones masivas hasta el punto de que poco ha de faltar para que se cumpla uno de los preceptos órficos más sublimes: las almas regresando del inframundo (el inframundo es esto en que veníamos viviendo). 

Como hoy en día todo lo que parecía sólido es líquido, y lo líquido, gaseoso, se me antoja  que la única materia reacia a los cambios de forma hállase en el tejido convoluto de quienes pensamos que no conviene dejarse convencer por sofistas. Mal asunto: los orates han ocupado la dirección del manicomio. Desde fuera no hay forma de distinguir a un loco de un cuerdo salvo en que este último sabe callar. Véase, si no, lo del Colegio Mayor, y dígame si usted, turiferario de cualesquier causas últimas de la Humanidad, no es, mutatis mutandis, trasunto de jovenzanos groseros con subidón de estímulos genéticos (e instagrameros). 


viernes, 7 de octubre de 2022

Va ganando el clima

En ocasiones veo cambios climáticos, como el otro fantasmas, porque existían. El cambio del clima también existe aunque su alcance esté sujeto a revisión continua. Para muchos es la gran amenaza de la humanidad entera, comenzando por usted, caro lector, quien, como nos pasa a todos, se halla sometido tanto al cambio climático, que no es tan lesivo como lo pintan, como a los impuestos, que sí lo son. Todos los políticos moderados de Europa, no importa su signo, han adoptado la lucha contra el cambiante clima como práctica. Imponen prohibiciones, crean nuevos impuestos: usan las herramientas con que nos apabullan a diario y en esto no iban a ser distintos.

La Unión Europea pretende reducir el consumo neto de energía mediante estrategias que conllevarán la disminución del nivel de vida y su exponencial encarecimiento. Algo está percibiendo ya en su bolsillo. Y es muy injusto. Las subvenciones con que riegan al coche eléctrico, por ejemplo, no dejan de ser una transmisión de recursos aportados por ricos y no ricos hacia quienes disponen del poder adquisitivo suficiente para comprarse uno (los ricos). Además, las tecnologías sostenibles dependen en gran medida de las materias primas que controlan, hoy por hoy, gobiernos autocráticos, quienes deciden el precio de aquello que en Europa necesitamos y no se halla en nuestro subsuelo. Esta tensión económica origina recesión, no lo dude. A usted le va a afectar, como a mí, pero no a los burócratas de Bruselas, que ganan un sueldo magnífico (pagado por todos) para que nada les afecte en su ideológico actuar.

Más de la mitad de las emisiones carbónicas se producen en cinco países del mundo (saben cuáles). Europa apenas supone el 7% del total, y España solo aporta un 1%. No somos decisivos en lo de mitigar apocalipsis climáticos. A cambio, por empecinamiento ideológico y tozudez suicida, Bruselas nos va a arruinar a cuantos vivimos en el Viejo Continente (menos a los burócratas) con su empeño en diseñar leyes (Directivas) que empobrecerán rápidamente a los europeos (y ocasionarán revueltas en todos los países, no lo dude) sin que puedan llevarse a cabo. Deberían fomentar la investigación en nuevas tecnologías sin imponerlas antes de que su coste sea razonable, y derogar toda esa estupidez congénita de prohibiciones a los motores de explosión y a la exploración mineral y a la energía nuclear y a todo cuanto llena sus magines de prados verdes y montes jugosos. Pero no lo harán. Viven felices jodiéndonos a todos a cambio de su gloria.