Reino de Arabia Saudita. Dammam. 5:12 de la mañana. Hace
dos minutos que, en la habitación de al lado, suena un despertador. Su
propietario remolonea en la cama, aún restan diez minutos para que dé comienzo
el fayr, la Salat del alba. Me mantengo despierto, en la cama, queriendo
contemplar la blancura que, desde oriente, quiere impregnar la mañana. Cuando
subo a desayunar al último piso, donde se encuentra el restaurante del hotel
donde me hospedo, puede contemplarse un hervidero de coches recortados sobre la
calígine que forma el jansim sobre el horizonte. Llevamos varios días con
tormenta de arena.
A las 7.30 aparezco en recepción donde me espera Sami, un
joven yemení de 23 años que pagó una considerable cantidad de dinero para poder
trabajar en Arabia. Conduce con la misma imprevisibilidad y negligencia que
recordaba de hace 18 años, cuando trabajaba para Aramco. Conversamos durante el
trayecto. Me gusta ser tunante con él. Es musulmán, sí, pero vive completamente
excitado por cuanto sucede fuera de su burbuja islámica. Se casó en agosto con
una chica a la que volverá a ver dentro de dos años y para entonces, me
confiesa, ya habrá entrado en España, que es donde realmente quiere estar. Yo
le hablo de nuestras costumbres, las playas, el vino y la cerveza bien fría.
Ríe visiblemente nervioso, sobre todo cuando le explico qué es el toples. Me
pregunta si en mi país las ciudades son como en las películas, tan llenas de
edificios y coches, o es todo una decoración preparada para los filmes.
Entonces le miro con pena, pero le explico que no, que realmente es así, aunque
no haya demasiadas ciudades como New York.
Él quiere saber más de las playas, pero finalmente se
interesa por las cuestiones del visado. Le sorprende que no haya aduanas con
los demás países y no acaba de creer que se pueda ir en coche desde Madrid a Berlín
sin detenerse más que a repostar o comer. Comienza a admirarse del estilo de
vida europeo y yo barro para casa. En el norte no encontrará ni el sol ni el
calor al que está acostumbrado. Quién sabe. Quizá encuentre una manera de
introducirse como turista y…
Estamos llegando. Callamos. Me confiesa, sin yo preguntar, que ignore
las noticias del ISIS, que los musulmanes no viven preocupados por cuestionar
otras religiones, sino por el terrorismo que otros dizques musulmanes perpetran
de espaldas al Corán. Le agradezco la explicación y me despido hasta más tarde.
Y así cada día en el recóndito país de Alá