viernes, 25 de enero de 2019

Fruta madura


Me escribe Yoel, un buen y querido viejo amigo, proveniente de un pasado que contemplo con ensueño por encarnar esa proverbial época en la vida de un hombre donde la existencia tiene sentido y cada atardecer es magnífico. El email que recibo habla de cómo efectuar golpes de estado: apuntar a un país con petróleo, explotar sus recursos, demonizar al presidente, acusarle de comunista, bloquearlo económicamente, financiar a grupos desestabilizadores, elevar la tensión al máximo, elegir un salvapatrias, reconocer su legitimidad y listos. Seguro que lo han leído por ahí, creo que es una cadena. El email de mi amigo no menciona ni a Venezuela ni a Maduro. Pero habla de ellos.
Yo le respondo, casi de inmediato, que todos los amigos venezolanos que hice cuando trabajaba en el mundo del petróleo viven hoy, desde hace mucho, exiliados en cualquier sitio, lejos de su patria. Todos excepto uno, Vincenzo, catedrático de Física del Estado Sólido en la Universidad Simón Bolívar de Caracas, quien en su momento renunció a exiliarse para luchar desde dentro, con las armas de la dialéctica y la política, contra Hugo Chávez. Por cierto, hace mucho que no sé nada de Vincenzo, exactamente desde que lo nombré la última vez aquí en esta columna. Otros colegas de mi etapa actual, empresarios, venezolanos y aún residentes en Venezuela, han visto cómo sus vidas, su país y su futuro se estrechaban alarmantemente hasta la nada en que se ha convertido ahora mismo el precioso país del Parque Nacional de Canaima (con los tepuis, Roraima y Salto Ángel), Maracaibo, los Llanos y la Gran Sabana. Una nada representada en esos 7 dólares mensuales de salario mínimo en Venezuela cuando la cesta mínima de la compra para una familia cuesta 900 dólares. Casi 130 veces más.
Fue Hugo Chávez quien reformó hará ya la friolera de 20 años (cuándo ha pasado tanto tiempo en Venezuela) la Constitución de ese país, la misma que votó a favor Nicolás Maduro, la misma que, en su artículo 233, reza: "Serán faltas absolutas del Presidente o Presidenta de la República: su muerte, su renuncia, o su destitución (…) así como la revocación popular de su mandato."
Ya ven. Sin necesidad de cosa alguna ajena a la propia Venezuela. Sin necesidad de EEUU o de la CIA. Maduro caerá porque cada vez hay más gente como Vincenzo. Y en honor a ellos le respondo a Yoel, a mi viejo amigo, y también les digo a ustedes, que es mejor, por ahora, ver y esperar y pensar: mucho mejor que hablar de más.

viernes, 18 de enero de 2019

Pobreza invernal


Se los encuentra en la entrada de los supermercados, dando amablemente los buenos días o las buenas tardes. Son pobres, pero piden cuando sienten necesidad y no encuentran en las miradas ajenas la suficiente compasión. Es sobrecogedor pensar que bajo su sonrisa amable y el apunte estoico subyaga una humildad avergonzada. A veces me pregunto por qué no pasan adentro cuando disponen de algún dinero para comprar lo que necesitan. Pero, tonto de mí, la respuesta es obvia: ¿quién les va a permitir entrar a un lugar donde todo es limpio, ordenado y luminoso si ellos encarnan la suciedad, el desorden y la negrura? Alguien dijo una vez que los pobres molestan muchísimo, en todas las ocasiones. Tal vez por eso se quedan fuera, como los perros, con la diferencia de que a los perros se les acaricia y quiere. A los pobres se los apalea y detesta por lo que son.
Salvo el saludo es difícil la conversación con alguien que espera junto a una puerta. Yo, al menos, nunca lo he intentado y tampoco he visto en todos estos años a nadie que lo hiciera. No creo que la deseen. Dar los buenos días es la única excepción a su voto de silencio, por vergüenza o porque cuando uno se vuelve pobre junto a un supermercado de inmediato te conviertes en espectro. Y todos sabemos que los fantasmas no hablan. Por este motivo huelga preguntarse qué dirían si entablásemos charla con ellos. Seguramente aludirían a cosas ajenas al mundo en el que nos movemos, a cuestiones que no nos importan o de las que inadvirtamos su existencia. También en esto, como en lo de estar fuera, los pobres son como los perros, pero sin correa.
No puedo detenerme a pensar en estas heladas intensas de invierno y el frío riguroso del que me guarezco con un abrigo y buenos zapatos. Ellos llevan siempre ropas insuficientes y las zapatillas viejas y llenas de agujeros. Entonces me entra una lástima infinita e, hipócrita de mí, pienso que no hago lo suficiente por ninguno. En realidad no hago nada, salvo escribir esta columna, porque son infinitas las veces que ni siquiera devuelvo los educados buenos días de su pobreza y humildad. Y todo porque no me atrevo a mirar sus ojos. Todo porque no quiero pensar en el oprobio de tener que vivir en la calle y depender de la caridad ajena para sobrevivir. Todo porque me siento aliviado cuando no encuentro su silenciosa pobreza espectral a la puerta del supermercado. Todo porque prefiero antes hacerle una carantoña a un perro que a una persona.

viernes, 11 de enero de 2019

Diálogos insustanciales


La palabra diálogo ha pasado a ser sinónimo de democracia. Ante cualquier problema y bajo cualquier premisa. Suelen propugnarlo quienes menos dialogan, acaso porque su sola invocación limpia los miasmas que desprenden (caso de ETA). Incluso deviene argumento de autoridad, pues es tanta su necesidad y conveniencia, tanta la hondura y complejidad que refleja, que todo lo demás parece soslayable, cuando no despreciable. ¿Usted está a favor del diálogo? ¿Quién no? El debate parece permitir solo una disyuntiva: o diálogo o autoritarismo.
Yo prefiero que los políticos conversen más y dialoguen menos. Las conversaciones son informales y no profundizan en tema alguno: es un poco de todo. Cuando emprenden el diálogo lo suelen hacer de forma opaca, digan lo que digan: los ciudadanos ni sabemos con quiénes dialogan, ni qué es lo que dialogan, ni con qué objetivo. Un ejemplo palpitante lo encontramos con la cuestión catalana. A nuestro Presidente ahora le encanta dialogar: lo que no sabemos es para qué, pues solo le cabe aceptar todo lo que le pidan si lo que desea es seguir siendo quien dialogue. Mucha afición al diálogo no tenía cuando el “no es no”, pero la poltrona monclovita cambia de tendido los asientos.
Antes que diálogo, lo que hay es un pretexto para disimular que, en vez de hablar, unos exigen y otro acepta. Y todo en diferido, sin aludir siquiera a lo que piensan o sienten más de la mitad de los catalanes, los que no gobiernan, porque en Cataluña nuestro Presidente no se sienta a averiguar lo que piensa u opina quienes más apoyo obtuvieron en las pasadas elecciones. Claro que tampoco él obtuvo el mayor apoyo en las que se presentó hace unos años, luego la cosa parece que va de poderosos en la cuerda floja: ellos se entienden solos y se bastan a sí mismos. Que los secesionistas los ninguneen parece a estas alturas lógico: se consideran a sí mismos los catalanes verdaderos. Pero que lo haga el Presidente de esta España nuestra es cosa mucho más seria y nefasta: aunque incluso a esto nos estamos acostumbrando.
Para usted y para mí, ese diálogo es inútil, solo interesa a los independentistas y al de la Moncloa: no al país entero. Y mientras tanto, alrededor todo empeora, todo se agrava, todo se enquista. En pocas palabras: lo de Cataluña se está yendo al carajo (que es el tope del mástil de los navíos, donde anida el grajo al dejar de volar cuando hace frío, como estos días que el viento polar nos deja a todos ateridos).

viernes, 4 de enero de 2019

Desigual país


A finales de 2018, la OCDE publicó su análisis económico sobre España, donde tilda a la descentralización de grave obstáculo para el crecimiento y la igualdad. Conviene leer el informe, pese a tratarse de asuntos conocidos: mercado, normativa, renta, productividad, innovación, fiscalidad, pobreza, fracaso escolar, desempleo, etc. Todas las variables de importancia son heterogéneas en España. Claro que también lo son en esta Europa que, aparte de la unión hallada en su nombre, ha unido bien poca cosa. Por añadir algo, se podría aludir a la actual organización territorial como causa primera de corrupción en nuestro país, pero dejémoslo ahí. La OCDE no advierte que la falta de cooperación entre comunidades en cuestiones básicas y económicas se explica porque la descentralización en España no fue administrativa, que tal cosa vino después, sino política, lo cual imposibilita las tareas armonizadoras de cualquier Gobierno. 

Este estado autonómico es fallido, a mi entender, por ser no una fuerza integradora de regiones independientes, sino una fuerza centrífuga que ha creado pseudoestados eternamente insatisfechos. Resulta curiosa la ligereza con que estos arremeten contra la Constitución, máxime si tenemos en cuenta que esa centrifugación les ha favorecida no por las presunciones históricas de los territorios (existentes no en la medida colosal que los nacionalismos parangonan) sino por la ley electoral en ella observada, que concede a los nacionalismos mayor representación parlamentaria de la que les corresponde por votos, convirtiéndolos primero en bisagras de la gobernabilidad y luego en monstruos independentistas. Todo ello, por cierto, a costa de aumentar la disparidad social y económica de unos ciudadanos que tributan formalmente como una única unidad (cupos mediante). 

Personalmente veo complicado que se produzca ya ningún cambio orientado a paliar la desigualdad territorial, por lo que es previsible que, años mediante, se acabe produciendo la independencia por algunos anhelada. Las consecuencias de ello están por verse. De todo ello habremos de seguir hablando en este 2019, incluida la inquisidora corrección política, agente vertebrador que, surgido de la flaqueza ideológica, cuando no del absurdo, coadyuva a todo cuanto está pasando hasta acabar sometiendo a la sociedad, y en muchos ámbitos (el político, primero, pero no el único) a una opresión insoportable, hasta anatemizar el debate intelectual. 

Feliz Año.