Roosevelt alertó contra los oligopolios y la especulación,
pero no hemos aprendido nada desde entonces. Hace tiempo que el juego
empresarial más lucrativo consiste en utilizar el BOE como fuente de ingresos o
como plan B. De ahí el fenómeno de recolocación de políticos (las famosas
puertas giratorias) y los asesoramientos orales. De ahí la facilidad con que
los inversores convencen a los gobiernos de la obligación que tienen de
subsanar sus desastres. Usted monta un negocio para poder vivir y, si le sale
mal, se va al carajo. Ellos montan su tinglado para forrarse y, si les sale
mal, piden sin esfuerzo a los estados que les sigan haciendo de oro. No solo
hay milagros en el palco del Bernabéu.
Dicen ahora que las negociaciones helenas con Europa van
mal. Que Tsipras fracasa y Varoufakis merece escarnio. Dicen que la solución
son las dichosas reformas estructurales que todos llevan tiempo aplicando sin
demostrar que sirvan para gran cosa salvo masacrar a una generación completa, o
dos, de ciudadanos (el tiempo lo verá). En realidad, estamos fracasando los
ciudadanos. Estoy convencido de que no existe absolutamente ninguna manera de hacer
que nuestros gobernantes opten por formas distintas para salir de este agujero
negro en el que nos hemos convertido. Los acreedores bancarios mandan, y mandan
mucho, y ningún político es capaz de llevarles la contraria o intentar algo distinto.
Y si lo hubiera (Varoufakis) tiene enfrente a todo el sistema para impedirlo.
La única opción es: más de lo mismo, pero a ver si de otra manera sacamos un
trato mejor para los de a pie… En España ese más de lo mismo con un toque de
mejor estilo se llama Ciudadanos (y que conste que lo suyo suena muy bien). Y
la tropa utópico-anárquica contra las huestes capitalistas se llama Podemos (y
que conste que su discurso suena muy mal).
¿Democracia? Dictadura sin contemplaciones, diría yo. Y dictadura
asumida. Muchos ciudadanos de a pie defienden la conveniencia de seguir los
consejos y dictámenes de esas aves de rapiña que se inventaron la austeridad
para todos menos para ellos. En el mundo unos son indignados y otros no.
Algunos, como me sucede a mí, no sabemos salir del desconcierto y un día nos
levantamos con coleta, otro día tenemos sonrisa dentífrica, al siguiente nos
ajustamos los óculos del ministro de finanzas y después solo se nos ocurre
lanzar un corte de mangas al aire. Y ese es el verdadero fracaso. No saber intentar
(o votar) nada nuevo.