viernes, 26 de abril de 2019

Microcenturias


En ocasiones nos gusta indagar sobre la inmensidad del Universo y por eso cualquier persona sabe (o debería saber) que la estrella más próxima al Sol es Próxima Centauri, a un parsec de distancia. Parsec es un nombre feo para una distancia: no lo asociamos a metros salvo que medie afición por la astronomía o por la carrera Kessel de Han Solo, en cuyo caso responderemos que en metros son un tres seguido de 16 ceros. Cualquier número seguido de 15 o 16 ceros es muy grande y la cabeza se marea solo de querer imaginarlo, sin advertir que tras Próxima Centauri hay mucho Universo por observar: unos cuatro mil millones de parsecs, cifra que en metros supone añadirle 26 ceros a un uno. Sepan que algunos se hacen astrofísicos solo por esto…
Decía que la vastedad del Universo abarca más que el cielo. Si miramos hacia abajo (o lo que diantre quiera significar en este contexto tal adverbio) no hallaremos parsecs ni a Han Solo, aunque sí al increíble hombre menguante y sus femtómetros (o fermis), que en metros supone un uno dividido por quince ceros. Nuevamente, quince ceros son muchísimos, aunque estén en la parte decimal. Un protón mide 2,5 fermis. Nosotros, los seres humanos, nos encontramos justo en medio de la escala que se extiende del protón a Próxima Centauri. Y por debajo del protón también hay mucho espacio vacío, como dijo en cierta ocasión Richard Feynman, inaugurando con ello hace 60 años una famosa disciplina científica: la nanotecnología. Sepan que algunos se hacen físicos teóricos solo por esto…
Una de mis columnas suele ocupar poco más de un minuto de su vida salvo que tenga por costumbre efectuar una lectura lenta o se atranque con algo del vocabulario que empleo en ocasiones y le guste acudir al diccionario. Salvedad mediante, repasar lo que cuento en esta sección de los viernes a lo largo de todo un año consume una microcenturia, que es la millonésima parte de un siglo (equivale a 56 minutos, más o menos) y también la duración óptima de una conferencia, tal como estableció Fermi, el científico que ya apareció en el anterior párrafo.
Los debates electorales televisados duraron más. Como eran cuatro los candidatos, cada uno tuvo un cuarto de microcenturia para convencerle a usted de que tiene que votarle. Normalmente nos basta una nanocenturia para decidir el voto. Ya ven: en esto de las elecciones también hay mucho tiempo arriba y abajo de nuestra paciencia. Sepan que algunos se vuelven políticos solo por esto…

viernes, 19 de abril de 2019

Improperios


La Semana Santa de este año transcurre 80 años después del parte de guerra de Burgos donde Franco daba por cautivo y desarmado al “ejército rojo". El Episcopado español bautizó el conflicto como "plebiscito armado", si bien jamás como una cruzada, pese a lo que tantos creen y repiten por no haber leído aquella Carta Episcopal. Muchos nunca han perdonado tan gravísimo error a la Iglesia, olvidando con su rencor a quienes desde la propia Iglesia replicaron, con escasa fortuna, contra lo escrito en la carta de 1937. Porque de igual modo que existe una fe distinta a los templos y oropeles, refugiada en la voluntad de ayudar a los demás, de la que nadie se acuerda, también hubo una Iglesia hace 80 años distinta a la afiliada al franquismo.
Es curioso que la Iglesia haga estos días tan soberbio ejercicio de memoria histórica remontándose a 2.000 años atrás, acaso para olvidar lo sucedido desde hace 80. Es la Semana Santa un éxito para lo que en el siglo XXI se estila. Los tambores y capirotes derrotan en dignidad y atención los bramidos de quienes contienden en otras batallas menos escatológicas (de éskhatos, no confundan). Una construcción mitológica a la española que, pese a su aparente inmutabilidad (¿hay algo más encorsetado que la fe?), ha cambiado sorprendentemente con el paso de los años hasta devenir arte y cultura. No olvidemos que la fe produce fobias que el tiempo no cura y su materialización jerárquica unas pocas más: salvo en Semana Santa, cuando salen las cofradías a la calle, como lo llevan haciendo desde el siglo XVI, arrastrando representaciones escultóricas de una fe en la que muy pocos creen.
La Segunda República, con su agresividad y sus leyes laicistas, no pudo detener la Semana Santa salvo en 1932. Hoy es poco probable que nadie quiera siquiera poner fin a esta marea que refleja una religiosidad desesperada por no extinguirse. El que no quiera verlas, que se vaya a la playa, o acuda a las que gritan en favor de la república, o contra de España, o para declarar su fe en el crudiveganismo, o simplemente el orgullo de su sexualidad.
Cada loco con su tema, y todos por las calles requiriendo atención. Pero ninguna tan admirable como la religiosa, con su silencio, piedad y muerte devocionados. Y una teología contradictoriamente humana, magníficamente representada en los versículos del oficio de Viernes Santo donde se dice: “Pópule meus, quid feci tibi? Aut in quo contristávi te? Respónde mihi

viernes, 12 de abril de 2019

Al-fan-huí


Concluyó mi última columna como concluye la novela que titula la presente. Con el grito de los alcaravanes, aves de ojos amarillos.
Es "Alfanhuí" una obra de la que guardo grato recuerdo por su capítulo XVII, donde se habla de la siega y del gazpacho que, con mucha gracia, preparaba el chiquillo echando melón al tomate, la cebolla y los pimientos. Yo jamás he probado un gazpacho con este ingrediente, pero sí he juntado manojos en las hacinas durante la siega, porque no me permitían usar la hoz para cortar la mies: era yo muy chico. Ahora son remembranzas de una época en olvido, si no olvidada por completo, pero aquel capítulo, de una novela escrita mucho antes de mi nacimiento, eran como latidos postreros de un corazón a punto de partir al reino de lo blanco, donde se juntan los colores de todas las cosas: los amarillos de la siega y los ojuelos de los alcaravanes.
Con Ferlosio se sigue yendo esa época que ni tan siquiera esparce ya una sombra liviana en los entresijos de esta otra, tan decadente y onfaloscópica (por mirarse mucho al ombligo, aunque sin rezos hesicastos). Hogaño nadie sabe de la siega: en puridad, ahora mismo nadie sabe de nada, salvo tres o cuatro, tal vez media docena, donde apenas se distingue al recoleto del preciado de sí mismo. La carestía engendra genialidad, insignemente representaba en el cascarrabias hijo de Sánchez Mazas (aquel falangista a quien conocemos por una mala novela, pero una excelente película, y no por una pesada novela suya vascongada de la que se hizo una película aún peor). En contraposición, la opulencia solo produce famosos, ricachones, envidias y frustración generalizada. Por eso a nadie hubo de sorprender la reclusión voluntaria, en lo personal y en lo editorial (que no en lo periodístico), de Sánchez Ferlosio. De hecho, es casi una enseñanza eminente: huye, apártate, escóndete de los tiempos modernos, que no te encuentren…
No es el ensayo un mal lugar para guarecerse a partir de los 40, como sugería Pla. Tampoco la hipotaxis (ni la parataxis), salvo que se tenga espíritu de sajón. Por eso concluyo esta columna con una recomendación que contradice su propósito inicial: no vuelva usted a “El Jarama” ni tampoco a “Alfanhuí”. Camine los pasos de Ferlosio por sus artículos de opinión, repletos de vericuetos subordinados, precisión lingüística e ironía (y mala leche). Quizá descubra a través de él, como descubrí yo, que merece la pena odiar a Walt Disney por hacer hablar a los cervatillos y demás animales.

viernes, 5 de abril de 2019

La escombrera

Las elecciones son lo más parecido a la Noche de Reyes, salvo por dos insignificantes detalles: el primero, que somos nosotros quienes recibimos cartas repletas de presentes; el segundo, que los regalos nunca se materializan.
Basta echar un vistazo a las cuentas de Gran Capitán con que el actual presidente y candidato a reelección por su partido nos quiere comer las orejas: ingreso mínimo vital, cero copagos en medicamentos, matrícula universitaria gratuita, ortodoncia por cuenta del Estado, guarderías sin coste… Tan interiorizado tiene su papel de Rey Mago escribidor que ha acabado por pensar que los ciudadanos somos tontolabas (palabra que, justamente, proviene de la costumbre de hacer pagar el Roscón de Reyes a quienes, en lugar de regalo, su porción escondía un haba: “el tonto del haba”). Yo imagino que ni siquiera sus más recalcitrantes votantes se toman en serio tan inefable ristra de trampantojos, pero por si acaso ahí quedan…
Pero no. La gente sabe más de lo que estos expertos en engañifas aparentan creer. Sabe, por ejemplo, que el desafío independentista en Cataluña lleva años gestionándose de manera pésima por una de las partes (la otra parte ejerce su papel de aprendiz de tirano a la perfección) y que cualquier Gobierno que dependa de esos votos no hará sino empeorar la situación. Como sabe que las subvenciones y regalos se pagan con impuestos, porque el oro no crece en los árboles. Como sabe que hay cosas más urgentes que mostrar iniciativas dizque sociales de imposible ejecución, salvo que uno se llame Maduro (y ya sabemos cómo acaban esas cosas). Como sabe que las cuentas públicas merecen rigor para poder enfocarse en lo que sí importa, las pensiones y el desempleo, porque la alegría en el gastar tiene los días contados.
Uno mira a derecha e izquierda del hemiciclo y lo único que descubre son escombros, mediocridad o cobardía. Hasta los podemitas caminan cabizbajos porque, pobres ingenuos, creyeron que su populismo era capaz de trascender a sus ramplonas aspiraciones individuales. Ni unos ni otros (tentado estuve de escribir hunos) dibujan un proyecto de país, de prioridades, de coherencia fiscal, de respeto hacia ciudadanos y empresas, que son quienes día tras día hacen (hacemos) caminar esta piel de toro.
Qué amargos son los procesos electorales. Incluso despistan de mi deseo original de hablar del escritor que una vez describió a un niño de ojos amarillos, como los alcaravanes... Para la próxima.