viernes, 28 de marzo de 2014

Revueltas en la uni

Me informaba de la quema de contenedores en las protestas universitarias de Madrid, en contra de tasas y recortes, cuando recordé que, no hace tanto, en otra universidad, esta vez catalana, los estudiantes echaron a patadas y con malos modales a la líder de UPyD (por otros motivos). Esto me hizo pensar en mi época de estudiante y de cómo afrontaba yo estos asuntos, que también surgían. No son nuevos.

En realidad, nunca los afronté. Siempre los evitaba. Me dedicaba a estudiar y a ocultar a propios y extraños mi parecer al respecto. Los diez o doce “compañeros” que venían en grupo a aleccionar a pánfilos (es decir, a todos los demás que no eran ellos) sobre la necesidad de combatir las injusticias, la represión y devolver la libertad a la universidad, empleaban una oratoria más afín a la lucha de clases marxista que a la política de fin de siglo. Aun así, si en algo les admiré siempre era su capacidad de movilización. Formaban una piña. Para todas las ocasiones: nunca había enemigo menor.

Claro está que sus arengas me entraban por un oído y me salían por el otro. No solo a mí: también a mis amigos más comunistas y reaccionarios aquella dialéctica les parecía demasiado temeraria, aunque compartiesen el fondo del asunto. Estando yo en Junta de Facultad (porque los estudiantes tenían la mala costumbre de votarnos a los pánfilos, no a ellos) recuerdo que llegaron a echar a un político que fue a hablar sobre la política de ayudas a la investigación. Evidentemente, no le señalaron la puerta mientras trataban de convencerle de que abandonase el salón de actos con argumentos bien hilvanados: lo hicieron con violencia verbal, a grito pelado. A falta de contenedores, vaciaron en el suelo las papeleras. Al día siguiente, en la cafetería de la Facultad, todo eran celebraciones. ¡Se había ganado una batalla muy decisiva!

A estos estudiantes combativos no les volví a ver jamás, ni siquiera en la orla de fin de curso. A veces reflexiono sobre la pasión que les provocaba su ideología revolucionaria y las ganas que tenían de hacer que todos pensasen lo mismo que ellos (para eso gritaban), y también en mi cobardía a la hora de rehuir la confrontación: creo que se trataba de algo muy práctico, ellos siempre eran diez gritando y yo en la Junta de Facultad estaba solo. Pero no lo lamento. Bien sé ahora mismo, a esta edad ya madura, que las noticias se construyen con imágenes de batallas, sí, pero el presente con acuerdos imposibles.

viernes, 21 de marzo de 2014

Mi lector nacionalista

Tengo un lector en concreto, Alfonso, que de vez en cuando me llama por teléfono y hablamos. Le considero un amigo. Me pregunta por el peque y aprovecha para decir si le ha gustado o no la columna. Es burgalés, pero curtido aquí, en Gipuzkoa, desde hace tanto que recuerda como lejanos los rigores de la meseta. Es nacionalista, se siente muy vasco (para mí una y otra cosa no significan lo mismo) y sabe que soy contrario al nacionalismo (aunque jamás seré contrario a lo vasco). Cuando nos enzarzamos en esta discusión (siempre amena) se nos pasa la tarde, interrumpida cuando a él le reclama la nieta o a mí el enano. Obviamente, para muchos vascos que sienten como Alfonso, yo soy de afuera (algo que sí comparto) y por tanto inhábil de captar el significado profundo de lo que solo se comprende cuando a uno lo ha parido el terruño, el txoko, lo que sea (algo que no comparto en modo alguno).

De alguna manera envidio a mi lector tan amigo, vasco y tradicionalista. Esto de no tener raigambre (o no vinculante, como es mi caso) le coloca a uno en cierta indefensión, en un estadio inferior a la hora de opinar sobre todo lo vernáculo, así sea ante vascos, catalanes, sardos, escoceses (por citar lugares donde he vivido, todos con su propio sentimiento nacionalista), riojanos, extremeños o aragoneses de pro. Complicado es hacer entender lo contrario: siempre cualquier cosa que se diga parecerá al interlocutor de menor fundamento por carecer uno de esa vivencia gástrica y tradicional. De ahí la conclusión en que muchos abundamos: que lo más sensato, y mejor, es no interferir, ser espectadores ante esos asuntos, asumir lo que en cada momento toque, disfrutar del paisanaje en la medida que se quiera y seguir tan a gusto porque, en el fondo, incluso al estado más independentista le interesa antes los impuestos de un ciudadano que sus raíces.

No soy nacionalista, nunca lo seré. Mi objetivo es amar la tierra en la que viva, esté donde esté, y amar igualmente lo que de ella trascienda. Quiero tener amigos nacionalistas y no nacionalistas, cada cual haciendo de su capa un sayo. Lo que no quiero es sentirme expulsado de ninguna parte donde yazga, porque ser de un lugar lo considero un usufructo, nada más. A mi amigo y lector sé que le enorgullece muchísimo que me guste lo vasco, como a tantos otros. Y yo siento por él que no pueda dejar de puntualizar que detesto hasta la médula aquello que nunca debió ni suceder ni consentirse: ETA.

sábado, 15 de marzo de 2014

De azotes y palizas

¿Su hijo, indolente, muestra renuencia a terminar los deberes de matemáticas? Ni se le ocurra darle unos azotes en el culo en presencia de una hermana: alguien le denunciará y un juez le condenará a vivir seis meses lejos de él (también le impondrá una multa de 200 lereles, pero esto duele menos). Abundemos que este padre, a quien la justicia encuentra culpable y ha condenado, le produjo en el labio y en un antebrazo a su hijo sendos hematomas. Ignoro quién le denunció: la noticia no lo explica y yo tampoco he querido saberlo.

¿Su hija, de 13 años y conducta habitual cuestionable, le propina a una compañera una paliza en presencia de otras chicas, con patadas en la cabeza y una mala baba que asusta? No se preocupe. Es menor de edad. No se le puede imputar nada. Además, déjela que se explique: le dirá que tenía buenos motivos para hacerlo porque lo que había hecho la agredida carecía de perdón. Los testigos, aparte de no impedirlo, grabarán el ataque con uno de sus fenomenales móviles y lo colgarán en youtube (lo cual me da a entender que la impunidad era una cuestión que a la bravucona se la refanfinflaba).

Lo más curioso viene luego, cuando las redes sociales, que siempre se adelantan a los medios de comunicación, ya han iniciado la inagotable discusión de la violencia en nuestra sociedad. Los unos, sumándose a la causa paternal, esgrimiendo con orgullo el virtuosismo de aquellos empellones propinados, siendo niño, por alguno de sus progenitores (si no por los dos), del mucho bien que le hicieron, y no entrando a dilucidar cuál habría sido el destino en sus vidas sin tantas hostias bien dadas. Los otros, escandalizados con la crueldad infantil, obviando que entre estos niños de ahora los hay adolescentes precoces que fuman (aunque menos) empedernidamente, beben hasta emborracharse en los botellones del fin de semana, y follan cuales monos sin haber apenas despuntado el bozo en sus labios.

Tengo para mí la impresión de que alguna cosa se ha desarticulado. De los casos arriba referidos lo deduzco. Porque el padre que, ahíto de irritación, olvidó sentarse a hacer los deberes con su hijo y se acordó del palitroque al que acostumbraron de niño, a quien debió pegar fue a la muchacha indolente de las buenas razones para el puntapié craneal. Aunque, bien mirado, casi lo mejor hubiera sido, como en El Quijote, meterles a ambos en una sala oscura y dejarles que menudearan a sus anchas y sin dar punto de reposo (I, cap. XVI)

viernes, 7 de marzo de 2014

"Que" galicado

Ay k ver lo molesto y el hincordio k se siente tras haver leido un testo con faltas de hortografia; no concivo tortura k se le paresca echa con palabras. Aunque mucho más sutil es el sufrimiento infligido por las incorrecciones gramaticales: de ellas solemos estar bien servidos (¡y bien perpetrados¡).

Recuerdo que, tiempo ha (era yo muy joven, ¡fíjense si el calendario ha mudado!), los periódicos solían disponer un hueco para que los famosos de entonces contestasen un formulario curtido de frases recocidas (o sea, muy hechas), cual interviú dizque simpática. Huelga decir que muchos se veían incapaces de expresar cosa alguna de talento con aquella colección de topicazos: en eso no se diferenciaban mucho de los famosillos de ahora… Pero, al grano. Una de las preguntas habituales era: “¿Qué faltas le inspiran más indulgencia?”. A esta casi siempre se le encontraba una misma respuesta: “las del amor” (ignoro si con ello trataba el entrevistado de erigirse como indulgente o como rogador: intuyo que más bien esto último, por no confesar la verdad). Pero tampoco faltaba quien respondiese: “las de ortografía” (trauma de la Lengua del cole, supongo). Una vez creo recordar haber leído: “las gramaticales”. ¡Yo hubiese estado de acuerdo con esta respuesta! Máxime tras el vistazo que he echado a la última edición de “El buen uso del español”, editado por Espasa bajo la autoría de la RAE.

¿Saben lo que es un “que galicado”? ¿Ignoran si el entrecomillado anterior es correcto? ¿Sabe usted que si advierte una coma delante de un “porque” la oración es causal de la enunciación, y de no llevarla se la ha de considerar causal del enunciado? Se lo cuento yo a mi hijo y lo mismo me muerde: ¡fino hilan nuestros académicos! ¡Tanto como me costó a mí distinguir cuándo escribir “adonde” (por haber encontrado el antecedente) y cuándo “a donde” (por incapacidad de hallarlo), y llega la RAE y decide que su uso ha de ser indistinto! Como semicatatónico hube de quedarme al descubrir que los profesores de química pueden decir “moléculas y iones” o “moléculas e iones” porque valen ambas…

En fin, para no aburrirles: que los usos de la lengua son los más variados posible (sin plural, y con “que” galicado) y la gramática ha evolucionado más que los iPhone. Mucho me temo que la próxima actualización del sistema operativo lingüístico sea el ortográfico (pero ahí han de encontrarme a mí queriendo plantear batalla). El punto, fuera del paréntesis. Gracias.