viernes, 3 de junio de 2022

Oda al mito

Fue el único músico contemporáneo por quien he sentido algo más que admiración desde muy joven. Hubo un largo tiempo en que me sentí devoto de sus composiciones. Pasado ese tiempo, quedó la admiración y la inmensa satisfacción de haber vivido en su tiempo. 

La mía es una historia personal, muy íntima, que arrancó hace cuarenta años. Sin saberlo, le había estado escuchando por la televisión. Un documental concebido por el director de las sondas Voyager (documental que he ido apreciando cada vez mejor) adhirió su música a las imágenes y nos descubrió, a mí y al mundo, la asombrosa creatividad de quien yo ignoraba su nombre, raíces y obras. Aquella música inconcebible obraba como sortilegio en un ensalmo. Se apartaba de lo que sonaba en las radiofórmulas y discurría sobre las lindes de la música culta, o tal cosa me parecía. No se estructuraba como las canciones sino de forma parecida a las sonatas, sin llegar a lo clásico. El contenido melódico, sublime, resultaba de una originalidad asfixiante. Allí se encontraba la música que yo repetía en mi interior y la que siempre había circulado por mi imaginación musical. Alguien la había concebido antes: era él. 

Descubrí en aquel momento sus muchos trabajos. Apabullantes todos, salpicados de incursiones experimentales, extrañas y difíciles (también inaccesibles). Fue entonces cuando obtuvo un conocido premio cinematográfico, compitiendo y derrotando al portento que extrajo del silencio las fanfarrias más conocidas del séptimo arte. Devino inmensamente popular e inmensamente rico. Todos nombran esta obra al referirse a él; esta y otra más: ninguna de ellas me parece su mejor legado; sí el más conocido. Yo crecí y el músico, aunque adulto, creció igualmente. Estaba siendo testigo del despliegue de su ingente talento conforme adquiría con avidez sus discos nada más tener noticia de su publicación. Y los coleccioné todos. Con internet aprendí a encontrar lo más difícil de hallar. Todo fue mío. Con el nuevo siglo me fui despegando de él. Las nuevas creaciones me asombraban, pero sin hechizar. Descubrí mi propia ruta musical y a ella me entregué, apartándole de mi lado. De tanto en cuando volvía a él, casi siempre mirando hacia atrás. 

Los mitos, mientras viven, se sujetan al sentido de la vida. Solo cuando desaparecen devienen inmortales. He sentido mucho su muerte porque, con su partida, algo en mí ha desparecido también y para siempre. Escribo estas líneas porque no soporto ninguno de los obituarios dedicados a Vangelis.