Hace 72 años de la liberación de Auschwitz. Y no sé bien
cómo expresar en una breve columna los sentimientos que me produce su recuerdo.
Solemos asociar Auschwitz al Holocausto judío, pero las atrocidades
allí cometidas fueron constantes en todo el entramado de campos de
concentración (KL) de las SS desde 1933 y las sufrieron, mucho antes que el
colectivo semita, los comunistas y socialistas alemanes, los considerados
“maleantes” (gentes como usted y como yo), los polacos de toda condición, los
soldados soviéticos prisioneros, los gitanos…
Las pocas imágenes gráficas existentes de lo perpetrado
en Auschwitz-Birkenau provienen de un reportaje gráfico de las SS en plena
campaña de homicidio masivo de los judíos húngaros en 1944. En ellas puede
observarse cómo de los trenes cargados de gentiles, ignorantes de lo que les
deparaba tras las alambradas, los nazis seleccionaban a los aptos para trabajos
forzados como esclavos (un 25%) y el resto, mujeres embarazadas, ancianos,
niños y padres que los acompañaban, enviados a su exterminio inmediato
(confieso que sigo obsesionado con una foto de Birkenau que puede hallarse en Wikipedia,
donde se ve a una anciana y sus tres nietos caminar hacia la cámara de gas). En
la primavera y verano de 1944 los crematorios y el zyklon B no dieron abasto:
los nazis llegaron a prescindir de ellos y fusilaban a los judíos ante las
fosas en llamas donde ardían los cadáveres, cuando no los mataban a golpes o
arrojándolos vivos al fuego, niños inclusive. El horror del nazismo,
representado en el terror visceral impuesto por las SS en sus KL, es una
lección que no debería olvidarse jamás.
Pese a ser uno de los periodos de la historia mejor
estudiados y documentados, muchos niegan el Holocausto. Cuando fui a visitar
Auschwitz hubo quienes me exhortaron a no creer lo que viese. No creer en las
ruinas de los barracones y cámaras de gas, los vestigios, las fichas de los
nazis, la profusa documentación burocrática de las SS, no creer en las
evidencias históricas, ni en los testimonios (de uno y otro bando) y mucho
menos en el trabajo científico de los historiadores. Decidí no perder el tiempo
en replicarles. No soy historiador y no sabría cómo convencer a un fanático.
Necesito ese tiempo para seguir devorando libros académicos sobre los KL o
Auschwitz. Y aprender más. Y vencer mi dolor. Y mi pena. Hay millones de almas
que, desde su silencio, siguen pidiéndonos solamente una cosa: que no
olvidemos.