viernes, 9 de julio de 2021

Nos creemos libres y sanos

Si lo pienso bien, no me gusta el tiempo en el que vivo. Tal vez por esta razón me refugio en la literatura y música clásicas. Cualquier tiempo pasado debió ser mejor. Tal vez los vivientes de esas otras épocas tuvieran la sensación de que sus existencias eran miserables, plagadas de enfermedad, de muerte, de gobiernos absolutistas y tiránicos, de esclavitud… La diferencia es que nosotros creemos haber evolucionado hacia un estadio mejor, donde el hambre y la pobreza se han erradicado, abundan los alimentos y los elementos de ocio, disponemos de libertad y elegimos a quienes nos gobiernan. 

Hambre existe aún, y pobreza. De hecho, en el mundo avanzado nos aprovechamos continuamente de ello porque, de otro modo, no podríamos mantener el nivel de vida al que nos hemos acostumbrado. Tal vez horneemos pizzas industriales y compremos delicias empaquetadas, pero la comida es un asco, se lo digo yo. Cuando era niño, cogíamos los melocotones de la huerta y bastaba uno de ellos en una fuente, en el centro de la mesa, para darle fragancia a toda la estancia. He dejado de comprar melocotones, y nectarinas, y casi toda la fruta de verano porque es asquerosa: venden unos engendros que solo tienen de bueno el color, porque están duros y saben amargos. Al menos con las sandías no han podido: las mezclan con calabaza para que no tengan pepitas, mas las pobres se resisten a perder el sabor. No son como las de mi huerta de secano, pero gusta su frescura.

Ni siquiera nos hemos zafado del miedo. Miren lo del coronavirus. Ahora que las cifras de fallecidos e ingresados son ridículamente bajas, los gobiernos se ceban con los contagios para seguir masacrando las economías de quienes más viven de la libertad de las personas. Ahítos de soberbia, en vez de ir recomponiendo lo descompuesto, perpetúan su complejo de malos gobernantes: en Euskadi se sabe mucho de esto. Por miedo, las personas han renunciado no solo a sus derechos, también a respirar aire fresco y acostumbrarse a inhalar sus propias bacterias, lo mismo en el monte que en una calle desierta. Qué bien se gobierna con miedo. A partir de ahora surgirá una emergencia planetaria bajo cada roca donde se halle un cangrejo sospechoso de alguna lobreguez.

Pobreza. Alimentos. Dictaduras... Me queda la esclavitud de Twitter o Facebook, pero hoy la soslayaré, que esta mañana vine al trabajo contemplando, como cada día, el precioso amanecer sobre los campos, y no quiero que nadie lo use como pretexto para un tuit de esos tan vergonzosos.