viernes, 3 de abril de 2020

Libertad confinada


Cuando la Peste Negra de 1348, Venecia cerró su puerto y obligó a todos los viajeros a 40 días de aislamiento. De ahí la palabra cuarentena. Un par de siglos más tarde, Inglaterra luchó contra la peste con una ley que permitía encerrar a los enfermos durante seis semanas.
Es una represión históricamente aceptada. Quizá porque parece aparentar que el Estado está haciendo algo, y hay muchas cosas que el Estado debería estar haciendo, pero, salvo eliminar las libertades constitucionales (aprovechando una Alarma que, constitucionalmente, no está diseñada para eliminarlas) y reunir poder omnímodo para no tener que recabar la opinión de los demás, nada se está gestionando ni bien ni a tiempo. No importa. Hay pocas dudas a la hora de apoyar de forma incondicional la concentración de poder que se está produciendo. Al parecer, una crisis sanitaria es incompatible con la Constitución y el debate. La democracia ha devenido dictadura, pero simpática.
Un ciudadano asustado es dócil. El miedo conlleva obediencia. El miedo a perder la vida, fundado o no, ensordece la pérdida de libertad. El Gobierno enfoca la lucha contra el virus como una guerra y, por ello, recibe la aprobación nacional: en la guerra, todo vale, incluso un Gobierno de concentración en una sola persona y sus asesores. Y como es una guerra, desde los balcones muchos confinados dedican su aburrimiento a combatir: esto es, agredir a cualquiera que consideren que permanece en la calle más tiempo del debido, ya sea la señora del perrito o el caballero con el carro para la compra.
El Parlamento húngaro va a otorgar poderes dictatoriales a su ultraderechista primer ministro. Y se está produciendo una transición similar en Israel, donde Netanyahu, pese a haber perdido las elecciones, ha promulgado un decreto de emergencia que le permite posponer el inicio de su propio juicio penal. Corea del Sur, una democracia floreciente y robusta, ha utilizado aplicaciones para rastrear a los pacientes, aunque sin necesidad de suspender el Parlamento.
En España, el Gobierno está muy lejos de desplegar armas tan sofisticadas. Los viejos métodos funcionan. La incógnita por responder, aunque para una inmensa mayoría de ciudadanos ni siquiera importa, es si sabrá estar a la altura de las circunstancias cuando los contagios remitan y toque devolver todo el poder a su situación original, incluyendo los decretos de emergencia. Mucho me temo que aprovecharán el coma inducido de nuestra economía para seguir gestionando de igual forma nefasta al país.