viernes, 3 de septiembre de 2021

Estudiantes afganos

No tengo la menor idea de lo que España ha venido haciendo en Afganistán los últimos 20 años. Se han pasado en un suspiro, porque yo aún recuerdo, como si fuese ayer, el episodio que desencadenó nuestra intervención en la tierra pastún. Es culpa mía. Me he desentendido por completo del tema en estas dos décadas. Fíjense ustedes cuál no sería mi sorpresa al descubrir que todo aquello no ha servido para nada. Para robarle un tercio de la vida a mucha gente, poco más.

Salir por piernas de un lugar que has invadido, aunque sea amigablemente y para instaurar el amor universal, suele ser deshonroso. Especialmente para los militares, quienes se involucran de verdad en los saraos que se suceden en las tierras anexionadas. Pero con honor, o sin él, cerrar el quiosco y hacer el petate a marchas forzadas, con el Talibán en ciernes y bombardeando alrededor, conlleva traicionar a quienes allí han de quedarse. Luego lo venden como un repliegue exitoso en el que, de paso, traemos a un millar de individuos para que se refugien en este Occidente al que ayudaron allá donde los lejanos desiertos, las tribus y las amapolas. Ayudar, ¿en qué? A construir un país civilizado y moderno, democrático: eso nos dijeron (o nos han recordado estos días). Veinte años no han sido suficientes. Tal vez ni siquiera doscientos, pero esa es otra cuestión. Desde luego, cuando la cosa se ha cerrado con reuniones misteriosas entre los servicios de espionaje y el Talibán, no entre diplomáticos o gobiernos, es porque seguramente nos llevan engañando a todos desde hace mucho tiempo sobre lo que allí sucede. 

Mientras tanto, aquí a lo nuestro. Produce sonrojo escuchar la multiplicidad de estupideces en que se ha despachado la tropa. Y no me refiero a las sandeces feministas de turno, ni siquiera a los intentos de edulcorar la praxis de un Talibán como si aquellos guerreros tribales, reunidos no para defender una idea de país, sino la de un inexistente Dios que susurra a los profetas, tuvieran algún interés en lavar su imagen ante nosotros. Me refiero a las manifestaciones de los dirigentes, con el melifluo y bastante senil Biden a la cabeza y toda la recua de países “otaneros” detrás. Causa sonrojo escucharles hablar como si no nos hubiesen desalojado a patadas y de manera humillante, causando una catástrofe humanitaria y dejando a miles de otrora aliados en una situación cuyo fatal desenlace será revelado en poco tiempo. Es lo que pasa cuando juegas a ser Alejandro Magno en la piel de un Chamberlain mediocre.