viernes, 18 de junio de 2021

Brevedades sutiles

La inmediatez cultural del mundo actual ha extendido su característica allende sus fronteras. Ahora la brevedad tuitera afecta también al enrevesado mundo de las relaciones diplomáticas e institucionales. Dada la prolijidad de estos asuntos, sospecho que sus representantes emplean algún tipo de código que les permita expresar con completitud aquello que enuncian sucintamente. Como entre pillos anda el juego, se entienden con muy poco: imagino que les basta el arranque de una frase, o la primera palabra, o la sílaba inicial, o incluso la letra con que se escribe para desplegar de facto todo su argumento. Por ejemplo, “ENE”. Donde todos leemos el nombre de una consonante, ellos saben leer “Nuestra voluntad de diálogo con el reino marroquí para resolver el problema del estrecho es firme y no cabe ponerla en duda”. Y mucho más, lo que pasa es que yo no tengo tanta imaginación para llenar una columna entera con el contenido de una letra.

Tardo diez segundos en recitar todo el alfabeto. Pongamos que, en aras de una perfecta dicción y por facilitar la comprensión ajena, voy despacio. Treinta segundos. Luego en los treinta prodigiosos segundos que nuestro Presiliente despachó con el señor de la Casa Blanca tuvo la oportunidad de abordar casi veintiocho temas de absoluto interés y máxima prioridad. La mascarilla no permite ver el movimiento de los labios del señor ese con quien había que despachar a toda costa, pero tampoco pasa nada por asegurar que se dedicó, principalmente, a escuchar lo que nuestro doctor estaba diciendo. Saber escuchar es de sabios. Saber decir muchas cosas en medio minuto, es de portentos. Pero me mosquea lo mucho que tarda en hablar el Presiliente cuando se dirige a nosotros, los ciudadanos, en sus locuciones… Deberíamos hallar un código para reducir esas tabarras a diez segundos.

Enhorabuena por los nuevos estilos diplomáticos. Fíjense en lo enjundioso que fue el encuentro entre ese señor que ocupa el trono de la Generalitat con el rey que ocupa el trono de España (y que desde la abdicación del monarca emirático sabemos que se trata de una simple silla de madera). Uno que no quiere ver al otro en aras de su excelso sentido de la concordia y el otro que ha de aguantar lo que le echen porque eso es el sentido de estado aunque por ello deba ser tachado de fascista. Lo importante: un minuto de concordia, diálogo, reconciliación y presentaciones. ¿Quién da más?

De verdad que lo que pasa en este país últimamente es para morirse o del disgusto o de la risa.