viernes, 2 de julio de 2021

Derrotas encallejonadas

Cada vez que las huestes nacionalistas hablan de autodeterminación se meten más al fondo de un callejón sin salida. De un cul-de-sac se sale dando media vuelta. De una situación imposible, además, cabizcaído. Aceptar a regañadientes, sin que se note, que la autodeterminación es imposible no es otra cosa que ejercer el derecho a gestionar la derrota y al consuelo de berrear proclamas secesionistas donde les dé la real gana (normalmente en la calle y en alguna fecha señalada, por ejemplo el día del independentista emancipado).

Algunos se metieron hasta el fondo del callejón moliendo a palos a todos los demás en su huida (mucha Euskadi y libertad, pero hoy solo les aplauden en su casa a la hora de comer). Otros siguen pensando que merece la pena vivir complacidos con el culo tan bonito donde viven, pero sabedores de que hay una puerta bien grande a la entrada porque hay que irse de vacaciones o hacer negocios con los territorios más amplios y adyacentes (eso sí, luego hablan de autogobierno y de relación con el entorno por no pronunciar el fatídico símbolo del fracaso). Los hay que estando dentro arman un ruido infernal porque solo así pueden seguir alimentando las ilusiones de quienes una vez fumaron hongos hasta el delirio y ahora poco menos que se creen el reino de los Incas (de hecho, es todo tan de mentirijillas y psicodélico que llegan a proclamar durante unos pocos minutos la apertura del callejón por el otro lado pese a que este sigue ocluido). Al final, los de afuera del callejón, que ni entienden por qué pasa lo que pasa allí dentro ni tienen más sensación que el hartazgo por el constante ruido que meten los encallejonados, asumen resignados que eso del callejón es una cosa que hay que conllevar, como al petardo de la familia que no sirve para otra cosa que tocar los cojones (con perdón).

Los autodeterministas disfrutan de un sucedáneo de aquello que sueñan que habría de obrar el poder de contentarlos. Siempre dicen que no basta. Quieren ser chocolate del bueno. Pese a ser administrados y educados y sanados y entretenidos únicamente por ellos mismos, y además creerse que lo hacen de puta madre, mucho mejor que los de afuera, el sabor del sucedáneo suena (y es) engañifa para sus altos fines. No se dan cuenta de que, al masticarlo y dejando para los sueños eso de ser nación distinguida, ya han firmado la capitulación. Igual que los de afuera, que seguimos pensando que, en el fondo, a los del culo de bolsa se les debe algo desde hace siglos. Y no es cierto.