viernes, 11 de junio de 2021

Apagones náuticos

Dicen que el otro día se cayó Internet. Yo no me enteré y espero que muchos de mis caros lectores tampoco se enterasen. En puridad se interrumpió un rato el servicio que una empresa de las nubes presta al Amazonas y a los espotifais y resto de aplicaciones que en el mundo digital habitan. ¡Me hubiese gustado ser testigo del gran desastre! Llevo soñando con un abrupto regreso a 1990 desde que advertí lo desagradable que se ha vuelto la red en muchas de sus manifestaciones, superando incluso a la televisión (que ya es decir) tras demoler la pretensión que teníamos por construir una vida más creativa y democrática junto con unas cuantas bondades más (todas las que concibiésemos, valían). Nada de eso pasó.

Supongo que comprar de todo en el Amazonas y que lo lleven a casa mientras se navega por Netflix es un beneficio inmenso para la humanidad. Eso del cine en el barrio o el comercio de proximidad resultaba un artificio tan medieval como la monarquía, pero sin capacidad de renovación. Todavía acudimos al supermercado porque nos gusta ver la bandeja de plástico con albóndigas envueltas en una película de plástico transparente antes de entregar el dinero que dicen que cuesta, pero si lo pensamos bien, estamos tan acostumbrados a comer cualquier porquería que daría lo mismo pagar primero y mirar después. Es solo una reminiscencia de cuando éramos jóvenes y soldados. 

Los tomates de mi huerta no los vende el Amazonas, desde luego. Como no tengo para los miles de millones de personas que habitan el planeta, los demás compran unos tomates que parecen crecidos en una página web. De modo que antes de Internet ya había cosas horribles y nos las llevábamos a la boca o nos las vestíamos o las leíamos lo mismo que ahora. Estábamos preparados para guglear debido al increíble salto cualitativo que supuso renunciar a oler a piel en los zapatos en aras del inodoro plástico con que se hacen las cosas. Eso sí, nos preocupa mucho el medio ambiente. 

Internet es un catalizador. El progreso lo inventaron tras la segunda guerra mundial como un afán por esparcir el ansia de disponer de todo y renunciar a lo poco y bueno en favor de lo muchísimo y malo. La sociedad de consumo es la tumba que aún no se ha cerrado por completo para la humanidad. Cuando se cierre, Internet será el esparcidor donde medren unas pocas corporaciones enormes y ricas, que, para entonces, habrán construido replicantes para divertimento de Blade Runners y comodidad del ser humano, finalmente liberado de su pequeñez física