viernes, 11 de agosto de 2023

Arrancando mi estío

Alertan los periódicos de la siguiente ola de calor, porque se prevé que muchos fallezcan a su paso. Siempre es ameno tomar el primer café del día leyendo este tipo de noticias. Cierto es que sobramos tantos que casi lo mejor es irse muriendo, que decía el otro. Así, de pronto. Porque toca. Morirse de vivo, que decía mi padre. Pero de calor, no, por favor. Quédese pegadito al ventilador o al aire refrigerado. Lo peor que le puede pasar es constiparse, como me ha ocurrido a mí, por aquello de orientar el aire de unas aspas hacia mi tersa espalda por las noches. 

A mi hermano, el del pueblo, le he pedido que, por favor, mantenga estos días la casa en penumbra desde que sale el sol hasta la noche cerrada. Como tantos otros, manifiesta una peculiar querencia por dejar que la luz del día ilumine las estancias, lo mismo las escaleras que el salón o los cuartos de baño. No ignora, pero actúa como si lo desconociera, que la luz no solo arrastra aquello que nos permite ver bien las cosas, también navega en su grupa el calor. Por eso, por las noches, baja la temperatura, siquiera algo, y es cuando hay que abrir bien abiertas las ventanas, y dejar las persianas subidas, y permitir que el aire más refrescante empape bien todas las paredes y renueve lo que respiramos entre ellas. Pero que si quieres arroz, Catalina. El mundo cierra todo bien cerrado en cuanto se pone el sol. Menos mal que pronto arribaré yo por aquellos pagos para poner las cosas en su sitio…

Pero, como decía, por lo pronto me he congestionado. Voy a subirme en la bicicleta hecho un adefesio. ¡Cómo se puede pedalear con la nariz taponada y respirando con dificultad! Decía mi madre que nunca tomase las cosas frías (se refería al agua, pero también a los refrescos y demás bebedizos). Lo que nunca hago es tomarlas del tiempo, lo mismo en invierno que en verano. En el pueblo siempre dejábamos en la esquina más umbría el honrado botijo. Ahora nadie bebe de un trozo cocido de barro, pero pagan enormidades de dinero por decorar la casa con uno. El agua se enfría muy rápidamente en la nevera. A nadie puede extrañar que vengan, luego, los catarros.

Estoy cerrando la casa donde vivo y dejándolo todo preparado para que las habitualidades se agosten en silencio. El ritual sucede cada verano, vengan o no las olas de calor. Es como un pequeño coma sobrevenido por la fatiga térmica, pues esto del calor bien sabemos todos que cansa los cuerpos y hastía los pensamientos. He metido solo libros, lo de la bici, un mínimo de ropa y mis ganas de alejarme de todo. Cuando llegan estas fechas, suelo añadir lo de “para siempre”, pero nunca llevo a cabo mis pretensiones. Será que, en el otoño, de los campos o de la vida, renacen inútilmente las esperanzas.