viernes, 8 de septiembre de 2023

Aún pedaleando

Voy arañando los últimos momentos de mi tiempo de vacaciones, que en esta ocasión he prolongado  por tres semanas, más que en años precedentes. Unos pocos objetivos indiscutibles: dormir bien, alejar de la alimentación todos los pecados que nos devuelven a la ruta de la morbilidad, la mortandad anticipada, los venenos modernos disueltos en cada arteria y en cada vena, el egoísmo antropológico. Pero, sobre todo, por encima de cualesquier otras consideraciones que cabría calificar de waldenianas (y eso que Thoreau fue un embustero), alejarse del ruido y olvidarlo. Olvidarlo por completo. Minusvalorar su importancia y recuperar los puntos de vista que tiempo ha hubimos perdido. 

Lo de dormir buenas horas, en abundancia y placidez, no es tan complicado. Lo de alimentarse bien, sí que lo es: basta echar un vistazo a los mercados y saborear la ingratitud de cuantas verduras y frutas compramos. Pero, siendo este último difícil, es el tercero el que veo casi imposible. Para alejarse del ruido uno debe desconectar la televisión, aunque este artefacto es cada vez menos crucial en la transmisión de bataholas y barbullas, y sobre todo, desconectar las redes sociales. Desconectarlas del todo, no participar en debate alguno, ni siquiera apretar esos iconitos tan monos con que nos hacen sentir demócratas. Usted me dirá que las redes sociales están repletas de gatitos, de recetas de cocina, de consejos para una buen bricolaje, de paisajes, de anuncios de chismes y aparatos para engrandecer los músculos, y de tías buenas en bikini. Y es verdad, pero detrás de toda esa farfolla a medias entre lo banal y lo estúpido, siempre subyacen los mensajes, sibilinos o no, de adoctrinamiento. ¿No se ha dado cuenta de que media humanidad, la de la izquierda, principalmente, se pasa los días enteros diciéndonos cómo debemos comportarnos o insultándonos si no nos portamos como ellos dictaminan? (qué aburrimiento de izquierda cutre, por favor). Pues tales influencias, que eso de influir no solo está de moda, también resulta ser el nuevo portal del famoseo, van atosigando tanto y del atosigamiento se desprende tal capacidad casi consustancial de convencer al paisanaje, que en lugar de promulgarse como una visión de las cosas, se ha promulgado a sí mismo como la guía para ser merecedor de la pena en este universo, y no se descuiden mucho si les digo que tal vez también lo sea en otro universo paralelo u ortogonal.

El ruido… Qué gozo y felicidad el silencio, escuchar solo el trino de los pájaros y el soplido del viento entre los árboles, como me deleito cuando pedaleo en pos de recorrer más de setenta kilómetros en bicicleta en días alternos y poder disfrutar de una mente sana en un cuerpo al que yo gobierno, y no al revés. Casi le diría a usted, caro lector, que compre las galletas y bollos y picoteos que le plazca y convierta su existencia en un combate continuado contra el colesterol, los triglicéridos y la indolencia supina: sobre todo descanse el alma, acalle el cerebro, tapone los oídos y los ojos y dedíquese a las tías buenas que posan en bikini en cualquier playa para regocijo de la media humanidad que no entiende, ni quiere, de cuestiones de género, cosificación y transexuaidioteces. Porque ellos, sí, ellos, tiempo ha que nos vienen cosificando a todos, relegándonos al triste papel de estúpidos votantes, cerriles y fanáticos.