viernes, 21 de julio de 2023

Presidentes prescindibles

Saben ustedes que nunca voto. Y este año, tampoco, aunque tentación de ello he tenido: no acabo de confiar en la sabiduría del pueblo que lleva pronunciándose contra la nebulosa sanchista en cada ocasión. Digo nebulosa queriendo decir fetidez, porque todo, absolutamente todo en este gobernante hiede a desmesura, arrogancia, insensatez, ambición, avaricia y una descollante ausencia de toda ética, razón por la que nunca ha pensado que sus mentiras no son verdades cambiantes o que su imperio se sustenta en un artero vasallaje hacia quienes jamás debería haber confiado. 

Dicen, porque siempre hay alguien que conoce estas interioridades, que su desmesura y soberbia son puras. En realidad, se trata de un hombre enfrentado a un solo destino: gobernar, como sea y del modo que fuere, sin importar los destrozos que ocasione su indigencia parlamentaria. Si algo le beneficia, si alguna cosa permite continuar por el camino emprendido (un camino en el que, repito, no hay otro destino que sí mismo), lo toma sin dudar siquiera, porque toda sus construcciones mentales son inexistentes: es el perfecto hombre Lego, monta y desmonta las piezas sin avizorar una referencia que marque un rumbo, el que sea. Siempre ha decidido aquello que le permitía mantenerse en el poder el máximo tiempo posible, despreciando las consecuencias o ignorándolas, opinión en la que convengo. Por eso es, también, el perfecto hombre lego. Desprecia cuanto ignora, que es mucho.

Indultos, leyes a medida de unos pocos, concesión permanente de privilegios… ¿Qué es todo eso sino la forma que tiene de entender la praxis gubernamental? Supongo que en la soledad de sus pensamientos, que han de ser forzosamente muy tristes, repudia a quien aún tienen ganas de argumentar contra él. Ya tiene una claque, le aplauden hasta cuando los expulsa al Hades. Lo que no entiendo es el empeño de tantos por hacerle entrar en razones, cuando la única razón posible es eliminar a ese nefasto individuo de ahí, y que corra su misma suerte tanto mendrugo, tanta plumilla y tanto asesor que parecen concordar con los señores a quienes sirve.

Mucha sesión parlamentaria, pero sigue sin saber debatir, como cuando era soldadesca. Su sentido del ridículo ha de ser igualmente inexistente, o no se entiende la fiereza léxica con que intenta demostrar que no ha perdido un ápice de prestigio y rigor. Dicen en mi pueblo que, de donde no hay, nada se puede extraer. Y todo, absolutamente todo lo que he escrito hasta el momento sobre tan ominoso personaje, se explica en esta laxitud casi atávica de nuestros políticos por no leer nada, por no trabajar en nada, por no hacer otra cosa que mercadotecnia y proselitismo.