viernes, 9 de junio de 2023

Guerra eterna

Casi todas las semanas intento obtener información sobre la guerra en Ucrania. Siento que se lo debo a los ucranianos que allí se están dejando la piel por salvaguardar su país. Una guerra cuya respuesta internacional, que debiera propagarse en muchos ámbitos (frentes), me ha parecido, desde un primer momento, mezquina. No por egoísta o avara, que no lo ha sido, sino por su parquedad. La diplomacia ha encontrado formas (siempre las encuentra) de combatir el mal sin renunciar a lo que el mal mercadea. Usted dirá que la primera obligación de un mandamás es asegurar la mayor calidad de vida posible de sus conciudadanos, de ahí que la contestación militar (tan condicionada por las bravatas nucleares rusas) haya debido armonizarse con una cierta rígida transigencia en lo mercantil o económico. Pero eso es parecido a admitir que no se podía contestar de otra manera. Lo cual no deja de ser un círculo vicioso: la diplomacia solo encuentra formas para lo que le interesa. Pero, dígame, ¿por qué países con España han mantenido sus transacciones comerciales con Rusia en ligero aumento, si tan hartos e incómodos y enfadados estamos con Baldomero? Ah, misterios: lo hizo un mago.

En los últimos 15 meses nos hemos dado cuenta de que Baldomero no quiere abandonar Ucrania, por muchos reveses militares que sufra (que los sufre) o mucha farfolla que manifiesten sus mercenarios (que manifiestan). También nos hemos dado cuenta de que la posibilidad de que Baldomero sea “terminado” por los suyos o por los otros, es ínfima, y no precisamente por argumentaciones morales (si los yanquis matan al-qaedistas sin más explicaciones que por lo malos que son, por qué no habrían de querer matar a rusos enloquecidos y peligrosos que aún son peores). Un tercer aspecto del que nos hemos dado cuenta, aunque lo tuviésemos muy claro, es que la ingente malignidad rusa odia a Ucrania por entero, no solo a su gobierno, también a todos los ciudadanos y edificios e infraestructuras. Episodios como el de la presa recientemente hecha saltar por los aires son ejemplos que abundan en un concepto de la guerra donde todo y todos son exterminables. 

Hay muchos que afirman que esta va a ser una guerra eterna. Eternidad es el tiempo que parece que ha transcurrido desde que muchas ambigüedades prorrusas declararon la necesidad de que Ucrania se deje ganar. Como eternidad es el tiempo que aún habrá de pasar antes de que ese malnacido monstruo anormal del Kremlin perezca, así se lo lleve el cáncer, una bomba o un disparo de uno de los suyos. Y consciente soy de que tiene adeptos que, con alegría, querrían continuar su campaña. Pero esta, en concreto, la causó él y solo él. Y si eternos son todos los compases de esta guerra que jamás debiera haber existido, eternos serán los caminos donde Rusia habrá de sufrir, gane o pierda, solo por haber pretendido eliminar una nación, un pueblo, una democracia y un estilo de vida.