viernes, 13 de octubre de 2023

Israel, siglo XXI

Estuve en Israel hace ya demasiados años (de repente mi vida ha transcurrido en un pasado cada vez más distante). Coincidí en el avión con la habitualidad más insistente hacia el país de los judíos: varios grupos de gentes (casi todos personas en edad provecta, monjas y curas) que deseaban visitar los “santos lugares”. A mi lado se sentó un sacerdote, con expresión adusta y palabra escasa, a quien parecía molestar darme explicaciones cuando yo solo pretendía ser amable. Le cambió la cara al verme discutir con un asistente de vuelo que respondió a un pasajero (este último de evidentes maneras pueblerinas, que no rurales) empeñado en fumar que dentro del avión estaba prohibido por riesgo de que el aparato volase por los aires, y no del modo para el que fue construido. La admonición tuvo efecto, porque el pasajero no fumó, pero yo no pude sino increpar al azafato: si los aviones estallan a consecuencia de un cigarrillo, ¡qué fácil es cometer terrorismo! Basta encender un pitillo a escondidas. No dudo que lo hiciera con buena intención, pero alarmó a gran parte del pasaje, que parecía no haber tomado un avión en su vida. 

Acudí al aeropuerto de Tel Aviv, a mi regreso de Rehovot (donde el desierto se hace ciencia y conocimiento), con tanto tiempo por delante que una agente de la policía israelí, muy guapa y nada simpática, se detuvo casi con saña a inspeccionar todo mi equipaje. Digo todo porque no dejó nada, ni un mísero artículo por examinar. Allí me tuvo media hora, el aeropuerto estaba aún medio vacío y yo fui el párvulo que quiso pasar con comodidad y tiempo más que suficiente el control de policía. Finalmente me pidió disculpas (ya sonriendo) diciendo que, en Israel, rodeados como estaban de enemigos, debían tomar muchas más precauciones que el resto del mundo para evitar atentados. Debí haberla invitado a una copa: casi me daba pena. Lo mismo me había pasado días atrás con un taxista: un jovenzano que se lamentaba de haber tenido que entregar dos años de su vida al servicio militar. Aunque parezca contradictorio ahora, en Rehovot y el resto de ciudades donde permanecí, palestinos y judíos trabajaban juntos y en armoniosa paz. Ya les he dicho que aquello sucedió hace mucho tiempo. Luego llegaron los políticos y, sobre todo, los miles de árabes con ganas de matar a todo el mundo, y la armonía se convirtió en otra cosa bien diferente.

Mucho tiempo después, los terroristas árabes y musulmanes, los mismos que en nombre del inútil de su Dios -inútil porque es incapaz de deshacerse de semejante caterva de idiotas- degüellan profesores y queman vivos a soldados cautivos, se dedican a lanzar miles de cohetes iraníes sobre Israel, a matar bebés judíos, a violar mujeres judías y a asesinar a cuantos judíos se pongan a tiro. El Holocausto resumido en una jornada del siglo XXI. Y algo de tiempo después, otra plaga de idiotas, que se tildan a sí mismos de progresistas, empezando por el inútil del presidente (inútil porque no sabe hacer nada que no sea para bien de sí mismo) y acabando por los vocingleros con micrófono o columna en prensa, dedican sus ajadas meninges a hacer lo que sea menester por no conceder a Israel ni tan siquiera el consuelo de una lamentación fingida. 

De verdad que en ocasiones cuesta decidir quién es peor.