Tocaba esta semana uno de esos duelos con que anualmente
nos obsequian nuestros políticos. A decir verdad, y ha de serlo por cuanto
tantos han dicho esto mismo en repetidas ocasiones, no se debatía sobre cómo
están las cosas en España. Los políticos debatían sobre sí mismos. Es lo más
triste, y aquello que demuestra hasta qué punto la iniciativa política de este
siglo XXI está varada en el partidismo.
No voy a entrar en consideraciones sobre vencedores o
vencidos. Sobre propuestas y críticas. No me apetece. Lo único que concluyo de
ello es que España se tambalea y a poco que nos descuidamos se cae, colapsada,
al suelo de los infiernos. Para mí, el estado del Estado es justamente ése:
crítico. Y si lo es, acaso debamos encontrar la causa en nuestra predisposición
social a ser considerados muy ricos. Sin serlo, incluso. No hace muchos días
leía en un diario económico que los españoles trabajamos una tercera parte del
año para cubrir los gastos del gobierno, las autonomías, los ayuntamientos y la
seguridad social. Y no sé usted, pero yo encuentro muchísimo dispendio en las
administraciones públicas. Sin ir más lejos, contamos en nuestro país con un
puñado de Ministerios cuya función aún no me explico. Y qué decir tiene de las burocracias
imperantes, y crecientes, de autonomías y concejos.
Además, me parece obvio que esta crisis no la va a resolver
Patxi López en Euskadi, ni Zapatero en España, ni Trichet en Europa. Es algo
tan global, tan pandémico, que nadie sabe ya qué hacer para resolverla. Cada
vez estoy más convencido de que su origen reside en la voracidad de nuestra sociedad
avanzada, que consume los recursos de la Tierra sin atender a nada más que al
dinero que va a obtener con lo que de ellos se obtenga. Que solo por esta razón
hay hambrunas eternas en muchos países del mundo, y enfermedades y pobreza que
jamás se resolverán, y devastaciones y guerras, y trabajadores oprimidos, y
niños explotados para que yo disponga en pocos meses de un nuevo MP4. ¿Es éste
el mundo en el que deseamos vivir?
Me admira que en ese debate parlamentario nadie
haya sido capaz de mirar un poco en derredor. Desconfío de las nuevas medidas
tanto como compruebo que las ya implantadas no han servido absolutamente para nada.
Esta situación necesita de una urgente entonación de mea culpa, sin ambages, y que nuestros líderes aúnen esfuerzos en
pos de un mejor futuro. Cosa que no van a hacer. Y ésa, y no otra, es la
situación a debatir.