jueves, 15 de octubre de 2009

Yo también abucheo



Que a uno le abucheen no es malo. Otra cosa es que no le guste. Las personas somos, por lo general, frágiles, buscamos el reconocimiento de nuestras acciones y pensamientos, y precisamente lo hacemos “en” nuestras acciones y pensamientos. Somos endebles, nos rompemos con fragilidad, y apenas nos sentimos capaces de soportar los preludios de una crítica, y mucho menos la crítica en sí misma. Necesitamos del apoyo y el afecto de los demás como demostración de nuestro propio valor, el que disponemos cuando mostramos al mundo nuestras ideas. Paradójicamente, ese valor que nos impulsa a cambiar el mundo es, por lo general, individualista, y coincide con la manera en que hemos construido el mundo moderno: cambiante, flexible, voluble, donde todo fluye.
Yo también abuchearía al presidente. A todos los presidentes actuales, para ser más preciso. Pero con otras maneras y por distinto motivo: el fomento de la liquidez humana. Como ya apuntase el sociólogo Zygmunt Bauman, la sociedad en que vivimos es líquida, no es sólida, no forja valores sólidos permanentes. Nuestros dirigentes viven impregnados de esa misma liquidez como forma pragmática de desgobierno. Revisan continuamente los conceptos, y los convierten en aquello que desean en el preciso momento en que lo necesitan. Han sustituido con celeridad los pilares forjados a lo largo de cientos de años por un “todo vale” que, justamente, a ellos les vale, les resulta útil, les sirve para la liquidez temporal en que desempeñan sus cargos. Por eso, sin ir más lejos, han creado una crisis imparable, y paradójicamente se presentan ante nosotros como los salvadores.
En realidad, todos los fundamentos que parecían sustentar el futuro en libertad de los seres humanos están siendo derruidos por el vórtice en que se ha convertido la economía. Incluso la solidaridad tiene sólo sentido en función del beneficio que reporta. Pero, eso sí, luego nos hablan con grandilocuencia de impedir el calentamiento del planeta y de erradicar las guerras, las mismas que ellos promueven o no detienen con sus decisiones geopolíticas. Es todo falso, es todo pragmatismo. Mitifican algunos pocos problemas para empujar hacia ellos al grueso de la población, y que olvidemos las muchísimas pequeñas cosas que están desajustando con su pragmatismo.
Presidente, ¿cómo no voy a abuchearle, a usted y a tantos otros presidentes? Merecen, todos ustedes, del Nobel de la Paz hacia abajo, mi pataleta más indignada.