Que a uno le abucheen no es malo. Otra cosa es que no le
guste. Las personas somos, por lo general, frágiles, buscamos el reconocimiento
de nuestras acciones y pensamientos, y precisamente lo hacemos “en” nuestras
acciones y pensamientos. Somos endebles, nos rompemos con fragilidad, y apenas
nos sentimos capaces de soportar los preludios de una crítica, y mucho menos la
crítica en sí misma. Necesitamos del apoyo y el afecto de los demás como demostración
de nuestro propio valor, el que disponemos cuando mostramos al mundo nuestras
ideas. Paradójicamente, ese valor que nos impulsa a cambiar el mundo es, por lo
general, individualista, y coincide con la manera en que hemos construido el
mundo moderno: cambiante, flexible, voluble, donde todo fluye.
Yo también abuchearía al presidente. A todos los
presidentes actuales, para ser más preciso. Pero con otras maneras y por distinto
motivo: el fomento de la liquidez humana. Como ya apuntase el sociólogo Zygmunt
Bauman, la sociedad en que vivimos es líquida, no es sólida, no forja valores
sólidos permanentes. Nuestros dirigentes viven impregnados de esa misma
liquidez como forma pragmática de desgobierno. Revisan continuamente los
conceptos, y los convierten en aquello que desean en el preciso momento en que
lo necesitan. Han sustituido con celeridad los pilares forjados a lo largo de
cientos de años por un “todo vale” que, justamente, a ellos les vale, les
resulta útil, les sirve para la liquidez temporal en que desempeñan sus cargos.
Por eso, sin ir más lejos, han creado una crisis imparable, y paradójicamente
se presentan ante nosotros como los salvadores.
En realidad, todos los fundamentos que parecían sustentar
el futuro en libertad de los seres humanos están siendo derruidos por el
vórtice en que se ha convertido la economía. Incluso la solidaridad tiene sólo
sentido en función del beneficio que reporta. Pero, eso sí, luego nos hablan con
grandilocuencia de impedir el calentamiento del planeta y de erradicar las
guerras, las mismas que ellos promueven o no detienen con sus decisiones
geopolíticas. Es todo falso, es todo pragmatismo. Mitifican algunos pocos problemas
para empujar hacia ellos al grueso de la población, y que olvidemos las
muchísimas pequeñas cosas que están desajustando con su pragmatismo.
Presidente, ¿cómo no voy a abuchearle, a usted y a tantos
otros presidentes? Merecen, todos ustedes, del Nobel de la Paz hacia abajo, mi
pataleta más indignada.