En llamas arden los pastos secos, los bosques sedientos y
el matojo arruinado por el sol y el viento, que espera pasar las nubes de
estío. En llamas arde casi toda la piel de toro, salvo esta parte húmeda de
España, la del norte, por aquello de que siempre llueve en Gipuzkoa. Pero la
lluvia estropea el bronceado, los días de playa e incluso las semanas tan
grandes que de fiesta engalanan nuestras euskaldunas ciudades. Nadie quiere que
llueva en verano. Todos deseamos el regocijo del sol.
En España llueve poco. No se sabe si menos o más que antes.
El cambio climático lo está poniendo todo insoportablemente azaroso. Pero a
buen seguro que, pese al imperio de los gases de efecto invernadero, y de la
contaminación y el deshielo de los glaciares, aquí llueve poco, bastante poco, que
por tal razón son afamadas las hortalizas y frutas de esta tierra, un reino
llamado de España pero sólo en el pasaporte, pues en su territorio han vuelto a
proliferar las taifas otra vez.
Ayer se lo escuché decir de otra manera, pero
parecidamente, a un bombero, compañero de los cuatro fallecidos el otro día durante
la extinción del incendio en Tarragona. Los bomberos de las distintas
administraciones públicas usan radiofrecuencias distintas. Entre lloros y
lamentos pedía cooperación, porque eso no puede ser, que no se necesita ni más
dinero ni más medios: simplemente poder hacer todos juntos el mismo trabajo. Qué
angustioso me pareció su lamento. Nosotros, el pueblo llano, trabajador, nosotros
la sociedad civil, pedimos que quienes han conformado con el poder un ovillo de
embrutecida lana sin demasiado cardar, se pongan de acuerdo. Últimamente se
ciñen los acuerdos a lo económico, tirar de chequera es fácil si el dinero es
de los demás. No parece haber tiempo para regentar sobre las premisas del
orden, la sensatez y la coordinación.
Para qué me extraño. Los reyezuelos de taifas
saben gastar, pero no ahorrar. Y nosotros, paisanos de las parroquias
futboleras y el buen vivir, nos acordamos de lo sensato cuando nos hacen
jirones la piel. Cuando nos toca pagar impuestos. Cuando nos aprietan tanto que
no podemos sino exclamar basta. Aunque luego se nos olvide, y le echemos la
culpa al de arriba, el político diseñador de ministerios, cuyo único cometido
parece ser el de permitir que las taifas sigan gastando lo que no es suyo y
avanzar más rápidamente que el vecino hacia el precipicio que nos espera al
final de este desatino sin marcha atrás.