jueves, 1 de octubre de 2009

Impuestos infelices



Ignoro, lector, si le hace feliz pagar más impuestos. O pagar algún impuesto siquiera. Supongo que no. Pero no lo sé. Las declaraciones que vengo leyendo, de un tiempo a esta parte, me hacen dudar. Por supuesto, me permito dudar de muchas cosas. Que la duda genera conocimiento, es sabido desde antaño. Y el conocimiento evita ser manipulables.
Por tanto vivo satisfaciendo, moderadamente, mi sed de conocimiento, esa cuestión inabarcable que estrictamente viene supeditada a mi existencia, que tampoco sé cuánto ha de durar. Y ante el resto de cuestiones que me afectan, por mucho que no sepa enumerarlas todas, creo saber adoptar algún criterio. El económico es crucial, por más que le restemos importancia, a menos que decida irme a vivir a la República de Vanuatu, donde son todos muy felices.
Carnegie, el conocido filántropo y millonario, pensaba que las enormes fortunas del mundo deberían ser en gran parte devueltas a la sociedad. Y, recordémoslo, esta sociedad es una carrera de perros en pos de la riqueza y el acomodo. A menudo no trabajamos más para ser ricos, cosa que no lograremos nunca salvo excepciones, sino para sobresalir más que los demás. No somos más felices por disponer de un poco más de dinero, sino por saber que vamos dejando atrás, en esta carrera, a otros perros que igualmente corren junto a nosotros con la lengua fuera. Atisbamos esas fortunas inmensas como un faro que nos guía en la oscuridad del alma, sin darnos cuenta de que casi nadie se hace inmensamente rico sin el esfuerzo de quienes no lo son. Y esto, lector, es otra manera de representar gráficamente la inmoralidad de la sociedad capitalista. Una inmoralidad que admitimos, toleramos, y de la que nos aprovechamos.
Justo parece, entonces, que las fortunas, grandes o medianas o pequeñas, devuelvan a la sociedad lo que de ella arrebataron, lo que su perjuicio ha ocasionado a muchos, se reconozca o no. Y que esa devolución coadyuve a la sostenibilidad de todos. De ahí la existencia de los impuestos directos sobre la renta. Los indirectos afectan sobre todo a quienes no pueden ahorrar. Quien se gasta todo su poquito sueldo en sobrevivir, paga todo el IVA de lo que precisa. Quien ahorra la mitad, paga la mitad del IVA de lo que gana. De ahí la falacia de no querer tocar los impuestos directos, como va a hacer este Gobierno, o eso dicen. Supongo que en eso consiste lo de gobernar para quienes no lo tienen todo, y yo, por tanto, estar muy equivocado.