jueves, 21 de mayo de 2009

Piratas sin caribe



¿Sabe usted lo que es un AK-47? Yo lo ignoraba hasta este asunto de los piratas somalíes. Se trata del célebre fusil de asalto Kalashnikov. Se fabrica en una docena de países y hay, de manera ilegal, más de 80 millones de estas armas en el mundo. Oxfam las ha bautizado como la máquina de matar preferida en todo el planeta. Es muy barata: hay quienes las adquieren por 30 dólares.
Los piratas que secuestran el Alakrana usan AK-47. Y armas lanzagranadas. Y antiaéreos. Y lanchas rápidas. Hace años eran pescadores. Comenzaron su actividad corsaria con el objetivo de expulsar a las empresas occidentales que, más que pescar, saqueaban sus aguas aprovechando el vacío de poder en el gobierno somalí. Hoy, al rebufo del dinero, aquellos pescadores se han convertido en terroristas sin escrúpulos que asaltan barcos indefensos para cobrar rescates suculentos. En un país donde hace ya más de dos décadas que impera el hambre y la guerra, sin infraestructuras, en perpetuo conflicto y bajo la negruzca sombra de la muerte, no puede extrañar que una parte de la población recurra al terror con objeto de lucrarse.
Los AK-47 no los fabrican los piratas. Tampoco los lanzagranadas. Alguien se los vende. En las guerras, y la piratería del Golfo de Adén no es sino consecuencia directa de la guerra, matan y mueren los de siempre, pero se enriquece alguien del mundo civilizado. Nosotros, los países desarrollados, permitimos tácitamente que el hambre y la guerra devasten no solamente países, sino continentes enteros. Y lo permitimos porque nos interesa. Eso sí. Alzamos la voz cuando, de tanto en cuando, algún informativo de la tele alerta sobre lo que pasa por ahí fuera. Con eso aliviamos la cochina neura burguesa que nos susurra desde lo más oscuro de las meninges, y luego se lo contamos a lo demás con el móvil o el laptop, esas miniaturas que disfrutamos porque en el Congo hay una guerra donde muere gente a espuertas, como si aquello fuese la Segunda Guerra Mundial, pero en negro.
Me asusta, en sentido social, que todos los problemas geoestratégicos del mundo provengan siempre de la misma cesta: el de nuestro opulento e imparable desarrollo. Nos conviene que la gente muera en silencio, así sus voces no disturban la retransmisión del partido de liga de los domingos. Pero, ¡ay!, cuando sus voces paupérrimas se tornan violentas y crueles, entonces sí que volvemos la mirada para preguntar, estupefactos, qué demonios es lo que está pasando.