¿Sabe usted lo que es un AK-47? Yo lo ignoraba hasta este
asunto de los piratas somalíes. Se trata del célebre fusil de asalto
Kalashnikov. Se fabrica en una docena de países y hay, de manera ilegal, más de
80 millones de estas armas en el mundo. Oxfam las ha bautizado como la máquina
de matar preferida en todo el planeta. Es muy barata: hay quienes las adquieren
por 30 dólares.
Los piratas que secuestran el Alakrana usan AK-47. Y armas
lanzagranadas. Y antiaéreos. Y lanchas rápidas. Hace años eran pescadores.
Comenzaron su actividad corsaria con el objetivo de expulsar a las empresas
occidentales que, más que pescar, saqueaban sus aguas aprovechando el vacío de
poder en el gobierno somalí. Hoy, al rebufo del dinero, aquellos pescadores se
han convertido en terroristas sin escrúpulos que asaltan barcos indefensos para
cobrar rescates suculentos. En un país donde hace ya más de dos décadas que
impera el hambre y la guerra, sin infraestructuras, en perpetuo conflicto y
bajo la negruzca sombra de la muerte, no puede extrañar que una parte de la
población recurra al terror con objeto de lucrarse.
Los AK-47 no los fabrican los piratas. Tampoco los
lanzagranadas. Alguien se los vende. En las guerras, y la piratería del Golfo
de Adén no es sino consecuencia directa de la guerra, matan y mueren los de
siempre, pero se enriquece alguien del mundo civilizado. Nosotros, los países
desarrollados, permitimos tácitamente que el hambre y la guerra devasten no solamente
países, sino continentes enteros. Y lo permitimos porque nos interesa. Eso sí. Alzamos
la voz cuando, de tanto en cuando, algún informativo de la tele alerta sobre lo
que pasa por ahí fuera. Con eso aliviamos la cochina neura burguesa que nos
susurra desde lo más oscuro de las meninges, y luego se lo contamos a lo demás con
el móvil o el laptop, esas miniaturas que disfrutamos porque en el Congo hay
una guerra donde muere gente a espuertas, como si aquello fuese la Segunda
Guerra Mundial, pero en negro.
Me asusta, en sentido social, que todos los problemas
geoestratégicos del mundo provengan siempre de la misma cesta: el de nuestro
opulento e imparable desarrollo. Nos conviene que la gente muera en silencio,
así sus voces no disturban la retransmisión del partido de liga de los domingos.
Pero, ¡ay!, cuando sus voces paupérrimas se tornan violentas y crueles, entonces
sí que volvemos la mirada para preguntar, estupefactos, qué demonios es lo que está
pasando.