jueves, 25 de junio de 2009

Futuro temible


La crisis, interminable, es un monstruo que exhausta el presente y se alimenta del futuro. Nos acosa hoy con más desempleo, menos confianza, más incertidumbre, y obliga a nuestros representantes a improvisar. No parece haber recetas y soluciones que sirvan para mucho. Y mientras fagocita nuestro sacrificio actual, amenaza nuestros sueños, que lo onírico del ser humano es la puerta de entrada de lo porvenir, nunca de lo ya venido.
Vamos a pagar muchos impuestos por decisiones cuestionables. En los meses del año que hemos visto pasar, casi un millón de personas ha perdido su trabajo. Nuestra producción industrial se encuentra por donde las calderas del Pateta. Quien dice consumo quiere decir supervivencia. El déficit público está donde ni la bencina lo alcanza. Y la recaudación fiscal es muy inferior a la del ejercicio pasado. Y todos estos mimbres, todos ellos, los pagamos los ciudadanos y los han orquestado los del Gobierno. Aplico el verbo orquestar porque, al menos, no han construido nuestros próceres la crisis, simplemente han manejado, espantosamente mal, la batuta con que deberían haberla enfrentado en lugar de mentir, interesadamente, como nos han mentido. Y oiga, que todo tiene su perdón, pero que al menos lo reconozcan. Yo admito que ésta es una desigual contienda, que no dejamos de ser un país enfangado en una batalla donde asestamos cachetes y no mandobles. Está muy bien inyectar dinero a las empresas, pero está muy mal no advertir lo podrido que mantienen el sistema y la avariciosa acaparación de recursos sin mover un dedo por cambiarlo. Solamente por tal motivo creo yo que esta gran crisis no se resolverá nunca, pero eso sí: la convertiremos en mucha más pobreza para algunos pobres desgraciados.
Vivimos queriendo tenerlo todo y queriendo disponer de absolutamente todo. Y eso no puede ser.  De ahí que nos vaya a tocar pagar sin protestar las avaricias de unos, y las ambiciones de otros, y las mediocridades de muchos. Qué negrura la nuestra en el horizonte. Al menos que sirvan de algo todos esos impuestos con que nos van a exprimir, y que nuestras existencias futuras sigan siendo cómodas y modernas como hasta ahora. Tal es mi deseo. Bien quisiera disponer de una varita mágica y poder zanjar de un plumazo todo este trasunto maloliente de la economía. Y ni eso, que bien me conformaría con que se iluminase el entendimiento de los mandamases, que están dando todos un espectáculo un poquito lamentable…