jueves, 20 de agosto de 2009

Lánguido verano



Cada tarde, al salir de paseo con Queco cuando menos aprieta este calor que achicharra campos y personas, desde el horizonte veo avanzar columnas de humo negro. Desde distintos horizontes cada vez, que unas veces oteo hacia el sur, otras hacia el norte, y así sucesivamente. Queco se divierte viendo pasar los aviones sobre nuestras cabezas, provenientes del embalse de Almendra, donde se abastecen del agua que luego vierten sobre las llamas. La otra noche, sin ir más lejos, murmuraban en el pueblo que uno de los fuegos avanzaba desde la raya que separa nuestra población de la vecina, que es más fecunda en comercio y agricultura. El rojizo resplandor de las llamas, como a brochazos sobre la línea de noche de la tierra, hipnotizaba miradas y entendimientos. Tan cercano parecía… Sin embargo, a pocos kilómetros que uno se desplazase, advertíase sin dificultad que aquellas llamas quedaban aún lejos, muy lejos, mucho más lejos que las lindes del pueblo. La preocupación podía esperar algo más. Me pareció una memorable metáfora sobre la solución a esta crisis que quiere calcinarlo todo.
Languidece el verano, sí, aunque el calor no termine de abandonarnos, cosa que desearíamos a la mayor prontitud, al menos yo, que siento mi cuerpo ausente de los asuntos en que me venía ocupando hasta hace poco. Ni siquiera me apetece entrar en discusiones sobre famoseo, política, fútbol o multas de tráfico, que son los asuntos de los que se habla estos días. Todo lo más, sonrío, entre malicioso e irónico, cuando algún padre, echándole relumbre a la familia, me habla de lo listo (o inteligente) que es su chico, pese a las malas notas, ésas que por verano delatan inmisericordes la molicie o la falta de ingenio. “Pero es muy vago”, concluye el padre atribulado por la realidad. “Claro”, pienso yo, aunque no lo diga, “y el mío es corredor prodigioso de maratón, pero se cansa”. Nos falta gimnasia, nos viene sobrando orgullo. Ésta no es manera de enfrentarse a los problemas.
Mediado quedó agosto, y van pasando las fiestas del toro, las semanas grandes e incluso los certámenes. Nada de eso me importa. Este verano apático y amedrentador no presagia nada bueno. La sociedad tiene miedo, como yo. Por eso apenas prestamos atención a las escasas noticias que pueblan los diarios. Ya sabemos lo que contienen. Alarmas, alarmas por el fuego. Fuego de llamas y, sobre todo, fuego económico, la devoradora realidad de este verano seco y angustioso de 2009.