Cada tarde, al salir de paseo con Queco cuando menos
aprieta este calor que achicharra campos y personas, desde el horizonte veo
avanzar columnas de humo negro. Desde distintos horizontes cada vez, que unas
veces oteo hacia el sur, otras hacia el norte, y así sucesivamente. Queco se
divierte viendo pasar los aviones sobre nuestras cabezas, provenientes del
embalse de Almendra, donde se abastecen del agua que luego vierten sobre las
llamas. La otra noche, sin ir más lejos, murmuraban en el pueblo que uno de los
fuegos avanzaba desde la raya que separa nuestra población de la vecina, que es
más fecunda en comercio y agricultura. El rojizo resplandor de las llamas, como
a brochazos sobre la línea de noche de la tierra, hipnotizaba miradas y
entendimientos. Tan cercano parecía… Sin embargo, a pocos kilómetros que uno se
desplazase, advertíase sin dificultad que aquellas llamas quedaban aún lejos,
muy lejos, mucho más lejos que las lindes del pueblo. La preocupación podía
esperar algo más. Me pareció una memorable metáfora sobre la solución a esta
crisis que quiere calcinarlo todo.
Languidece el verano, sí, aunque el calor no termine de
abandonarnos, cosa que desearíamos a la mayor prontitud, al menos yo, que
siento mi cuerpo ausente de los asuntos en que me venía ocupando hasta hace poco.
Ni siquiera me apetece entrar en discusiones sobre famoseo, política, fútbol o multas
de tráfico, que son los asuntos de los que se habla estos días. Todo lo más, sonrío,
entre malicioso e irónico, cuando algún padre, echándole relumbre a la familia,
me habla de lo listo (o inteligente) que es su chico, pese a las malas notas,
ésas que por verano delatan inmisericordes la molicie o la falta de ingenio. “Pero
es muy vago”, concluye el padre atribulado por la realidad. “Claro”, pienso yo,
aunque no lo diga, “y el mío es corredor prodigioso de maratón, pero se cansa”.
Nos falta gimnasia, nos viene sobrando orgullo. Ésta no es manera de
enfrentarse a los problemas.
Mediado quedó agosto, y van pasando las fiestas del toro,
las semanas grandes e incluso los certámenes. Nada de eso me importa. Este
verano apático y amedrentador no presagia nada bueno. La sociedad tiene miedo,
como yo. Por eso apenas prestamos atención a las escasas noticias que pueblan
los diarios. Ya sabemos lo que contienen. Alarmas, alarmas por el fuego. Fuego
de llamas y, sobre todo, fuego económico, la devoradora realidad de este verano
seco y angustioso de 2009.