Leí, no hace mucho, en alguna parte, que la TDT es una
variedad moderna del DDT, insecticida tóxico para el ser humano. Sinceramente,
si ya en los tiempos analógicos la televisión era mala para la salud mental, la
era digital puede causar el completo exterminio neuronal del telespectador.
Los grandes canales son agotadores. Sus mejores programas,
y los peores también, están repletos de publicidad. Tanta, que la ilación de
por sí muy escasa que en ellos se encuentra acaba por desaparecer. Han aprendido a embutir publicidad en el
propio discurso de los presentadores, como sucede en la radio. Y, conocedores como
son del alma humana, los directivos de las televisiones cada vez echan más
mediocridad a las parrillas, que el pueblo lo que consume es basura, basura
visual, infecta y visceral, tal y como averiguaron hace años en EEUU.
Nos prometieron con la TDT una televisión interactiva,
interesante. Pero hace muchas décadas que los caminos hertzianos se cerraron
para la cultura, el conocimiento y el entretenimiento de calidad. Alguna vez se
cuela algo que merece la pena, pero pocas, muy pocas veces. Y no iba a ser
distinto con la llegada de la intoxicación humana digital. Si quiero ser
benévolo, pensaría que todavía nadie se ha decidido a incorporar fórmulas
novedosas, por miedo a eso que llaman rentabilidad, y que no consiste en ganar
dinero, sino en ganarlo a espuertas, cada año más y más. Pero como de benévolo,
en estas cuestiones, tengo más bien poco, lo que realmente pienso es que a las
televisiones les da absolutamente igual todo, pues jamás pretendieron ser
instrumentos de comunicación, sino de consumo. No puedo explicar de otro modo
tanta teletienda, tanto tarot, tanto porno-sms, y tanta chorrada. Que ya da asco,
oiga.
No hay nada en esto de la TDT que permita
asegurar un avance cualitativo importante de la televisión que vemos en este
país. El futuro de lo televisivamente interesante, de lo bueno, está en manos
de los canales de pago presentes y futuros. Pague usted, lector y espectador,
como paga casi todo, a menos que piratee y robe, o la pequeña pantalla habrá de
vaciarle el cerebro, su dignidad e incluso el bolsillo, si es que no los tiene
todos ya bastante vacíos. Cosa que no me espantaría saber, pues la TDT
manifiesta, sin tapujos ni vergüenza, la toxicidad de un sistema social tan
hedonista y patético, que fácil ha sido para lo vulgar llevar las riendas de
nuestros objetivos cada vez menos humanos.