jueves, 18 de junio de 2009

TDT


Leí, no hace mucho, en alguna parte, que la TDT es una variedad moderna del DDT, insecticida tóxico para el ser humano. Sinceramente, si ya en los tiempos analógicos la televisión era mala para la salud mental, la era digital puede causar el completo exterminio neuronal del telespectador.
Los grandes canales son agotadores. Sus mejores programas, y los peores también, están repletos de publicidad. Tanta, que la ilación de por sí muy escasa que en ellos se encuentra acaba por desaparecer.  Han aprendido a embutir publicidad en el propio discurso de los presentadores, como sucede en la radio. Y, conocedores como son del alma humana, los directivos de las televisiones cada vez echan más mediocridad a las parrillas, que el pueblo lo que consume es basura, basura visual, infecta y visceral, tal y como averiguaron hace años en EEUU.
Nos prometieron con la TDT una televisión interactiva, interesante. Pero hace muchas décadas que los caminos hertzianos se cerraron para la cultura, el conocimiento y el entretenimiento de calidad. Alguna vez se cuela algo que merece la pena, pero pocas, muy pocas veces. Y no iba a ser distinto con la llegada de la intoxicación humana digital. Si quiero ser benévolo, pensaría que todavía nadie se ha decidido a incorporar fórmulas novedosas, por miedo a eso que llaman rentabilidad, y que no consiste en ganar dinero, sino en ganarlo a espuertas, cada año más y más. Pero como de benévolo, en estas cuestiones, tengo más bien poco, lo que realmente pienso es que a las televisiones les da absolutamente igual todo, pues jamás pretendieron ser instrumentos de comunicación, sino de consumo. No puedo explicar de otro modo tanta teletienda, tanto tarot, tanto porno-sms, y tanta chorrada. Que ya da asco, oiga.
No hay nada en esto de la TDT que permita asegurar un avance cualitativo importante de la televisión que vemos en este país. El futuro de lo televisivamente interesante, de lo bueno, está en manos de los canales de pago presentes y futuros. Pague usted, lector y espectador, como paga casi todo, a menos que piratee y robe, o la pequeña pantalla habrá de vaciarle el cerebro, su dignidad e incluso el bolsillo, si es que no los tiene todos ya bastante vacíos. Cosa que no me espantaría saber, pues la TDT manifiesta, sin tapujos ni vergüenza, la toxicidad de un sistema social tan hedonista y patético, que fácil ha sido para lo vulgar llevar las riendas de nuestros objetivos cada vez menos humanos.