jueves, 3 de septiembre de 2009

Y ahora, ¿qué?



Con el primero de los cuatro meses que anuncian el final del año en curso, han vuelto las reuniones y los titulares que, como onomatopeyas de la maquinaria social, anuncian quejicosos el devenir inmediato de nuestra sociedad civil.
Vivimos el gran desastre económico de la era capitalista, y apenas hemos desarrollado una mínima responsabilidad histórica. El mundo sigue empeñado en crear dinero mediante hipotecas y créditos, sigue siendo incapaz de resolver uno solo de los problemas eternos del ser humano, sigue persistiendo la privacidad y el lucro por encima de todo lo demás, y aunque estén las estructuras económicas resquebrajándose, aunque se estén abriendo hendiduras cada vez más profundas, nada de lo establecido parece cambiar un ápice para que, siquiera, el futuro venidero sea más próspero.
Para el ciudadano, es momento de apechugar, que las naciones se diseñan para que los de siempre sustentemos eso del estado del bienestar. Los políticos lo llaman confianza, lo que necesitan las empresas, los grandes capitales, para que todo fluya más rápido y hacia arriba. Por eso, que la situación actual sea ahora muy hacia abajo, y que debamos ser los de siempre quienes saquemos las castañas del fuego a estos gobiernos que apenas pueden hacer nada para arreglar los desaguisados, produce el más iracundo de los enfados.
Porque, ahora, ¿qué va a pasar? Que pagaremos más impuestos, era de esperar. Que aguardaremos a que otros países se desatasquen primero, parece lógico, visto lo visto. Que seguiremos oyendo hablar de pactos y acuerdos que a ninguna parte llevan, es incluso deseable. Pero nada de todo eso resolverá la crisis. Ya hemos gastado el 5% del PIB para ayudar a unos y a otros, para incentivar el consumo (¿cuál?), para que la actividad industrial se mantuviese (¿cómo?), y la recesión ha continuado su camino demoledor sin apenas despeinarse, y sin dejarnos más opciones, que es lo peor de todo.
Esta crisis es muy extraña, muy compleja, demasiado intrincada. Llega como consecuencia de todos los desatinos sociales, de la irrealidad en que se fundamenta el capitalismo moderno, de la avaricia de todos, ciudadanos incluidos, y no sabemos aún muy bien qué paisaje ha de dejar tras su paso. Pero una cosa sí intuyo. No logrará que aprendamos algo provechoso. Me temo que el fantasmagórico remedio que se ha puesto en marcha, ha de ser el germen de la próxima crisis, la que nos ha de llevar a todos definitivamente al carajo.