Hace unos días leía una atinada reflexión de un conocido
sociólogo. Se preguntaba –y respondía- sobre las causas por las que se repite,
con tanta insistencia, esa falacia de que la actual generación de jóvenes es la
mejor preparada de la Historia. Y digo falacia, porque falso es. Es cierto que
nunca ha habido tantos estudiantes como ahora. Es cierto que la escolarización se
puede considerar total. Y es cierto que al alcance de cualquiera se encuentra
la inmensa biblioteca de Babel, que denominamos Internet. Pero todo eso no
convierte la falacia en cierta.
Pondré un ejemplo. Cuando era niño aprendíamos, hincando
los codos sobre la mesa, que los grandes ríos de Siberia son el Obi, el Yeniséi
y el Lena. Hoy, los profesores, alentados por una pedagogía de textos con
colorines, dibujitos, letras grandes y muy poca información, a lo sumo piden a
sus alumnos que elaboren un breve trabajo sobre Siberia. Por supuesto, la
ausencia de gimnasia memorística conseguirá que el estudiante no recuerde los
tres grandes ríos, mucho menos sus afluentes: acaso que divague sobre la
posición exacta de los Urales, si es que tal nombre le suena.
Es cierto que la juventud actual sabe mucho de emepecuatros, de feisbuk, y que, ya puestos en harina, manejan las herramientas
informáticas con una soltura digna de admiración. Pero saben muy poco de todo
lo demás. Su incultura es lacerante a poco que se deje abierta una página
cualquiera de sus mentes. Y lo que es peor, en innumerables ocasiones, su
incultura no es sino su indisposición a querer conocer mejor el mundo que les
rodea. Para muchos, este hecho tiene múltiples causas, siendo una de ellas
particularmente sangrante: la bajísima capacidad lectora de los estudiantes.
Y hay que leer. Y mucho. Que todo viene en los
libros. Y ahora, muchas cosas también en Internet. Pero unas y otras no acaban
en las células grises por telepatía: se necesita algo de gimnasia mental. Ya lo
dije hace unas semanas. Muchos padres dicen que sus hijos son muy inteligentes,
pero vagos, y en eso se quedan, con cierta benevolencia, pensando que así lo
remedian ya todo. Y no. El remedio no consiste en encogerse de hombros ante la
molicie. Ésta siempre proviene del mismo rincón: la del atraso pertinaz y vergonzante.
Los conocimientos se pueden adquirir de muchas maneras, pero el sustrato básico
no puede ser otro que el trabajo constante, el esfuerzo, la exigencia, y el
reconocimiento de la brillantez personal.