jueves, 5 de noviembre de 2009

Mueren las voces egregias

Van muriendo, implacablemente, irremediablemente, tardíamente al menos, las voces egregias que una vez levantaron el más reciente espíritu humano por encima de cualquier conocida meseta. Claude Lévi-Strauss. Francisco Ayala, también. Ambos nada comunes, ni siquiera de verse exiliados, una vez, de sus respectivos infiernos. El uno, por judío. El otro, por republicano. Pero la Historia a veces se complace en devolver la cordura a tiempos que una vez devinieron enloquecedores.
Me pregunto cuáles serán, y cuáles vienen siendo, esas grandes voces egregias del presente, destinadas a prevalecer sobre el silencio del descanso eterno. Las voces vivas que hoy, alzadas sobre hombros de gigantes, siguen hablando, y que, como uvas desgranadas del racimo, irán cayendo lentamente con el devenir de los tiempos. Qué dirán otros de su paso por la tierra. Cómo las recordaremos. Si habrán contribuido más de lo que imaginan… Algunas de ellas, con su importante y decisiva influencia en la cultura, aguardan su definitivo ascenso al templo de los dioses. Pero la inmensa mayoría, que permanecen ocultas y grises bajo el infierno multicolor de lo famoso, obtendrán su eternidad de manera inadvertida, salvo para unos cuantos, y tácitamente marcharán como han vivido: sin romper la monocromía gris del ruido tecnicolor, ni la opacidad ocultadora del pensamiento masivo.
Quizá, usted, lector, no haya leído al judío egregio, ni tampoco al magistral republicano. No se avergüence por ello. Yo les he leído más bien poco, pero ya me aguardan los Tristes Trópicos y las Muertes de Perro encima de la mesita. Impresos, desde mi ordenador, en papel ciertamente ecológico (yo sólo descargo, consecuentemente, conocimiento: y le sugiero que comience a hacer lo mismo). Es triste, y en parte lamentable, que deba enterarme por los periódicos de los libros que debo leer sin demora. Como si la infinita eviternidad de su maestría debiera someterse ahora al dictado de la actualidad candente.
Además, no importa. Gusta, y mucho, disponer de cualquier excusa para volver la vista atrás, a esos tiempos recientes o pretéritos en que las voces egregias, como la del genial Levi-Strauss o el extraordinario Ayala, como la de tantos otros antes que ellos dos, hablaban palabras capaces de hacer avanzar al mundo. Por eso digo, citando azarosamente a uno cualquier de ellos, aquello de: “Odio los viajes y los exploradores. Y he aquí que me dispongo a relatar mis expediciones”.