viernes, 27 de diciembre de 2024

Nada que celebrar

Año Viejo. Año Nuevo. Qué viejos nos volvemos todos. Qué poco nuevo subyace bajo el sol. Podríamos hablar de cualquier parte del planeta, casi preferiblemente de esta Europa suicida y ciega, pero lo dejaremos -como siempre- en España, donde el festín de las uvas no sino otro acto más del inmenso teatro del absurdo que nos define, como sociedad y como forma de vida. Levantamos las copas y brindamos por un futuro que no existe, o que nos importa un comino, porque la cuestión es seguir tirando mientras el país sigue hundido en este lodazal de corrupción, de estupidez, de incompetencia y de cinismo al que todos nos adherimos. 

Un año más, en 2024 España ha demostrado que no es, ni de lejos, una democracia consolidada, sino un experimento dictatorial de los partidos políticos, esa colección de patanes, analfabetos y elefantes moribundos que, por tónica general, buscan apuntalar sus propios intereses, entremezclando los personales y los partidistas, algo que les importa mucho más que eso tan manido y cursi del bien común, o del servicio público, que decían antes, cuando aún conservaban una pizca de vergüenza ajena. Hogaño, no tienen ni lo uno, ni lo otro, ni les importa lo más mínimo. Democracia... bonito invento: una inutilidad que sirve tan solo con soñar que durante el cuatrienio siguiente podremos desalojar del gobierno al chuloputas que nos desgobierna ahora para dar paso al sosainas gallego ése, tan crepuscular y correcto, que por no tener no tiene ni la menor idea de lo que debería pensar como oposición. Pero sí: en algún momento habrá elecciones. Y en algún momento, el paranoico monclovita acabará con sus huesos no en la cárcel (adonde deberían ir juntitos él y todos sus diversos Consejos de ministros que le han transitado), sino en el oprobio, para mayor vergüenza de sus adláteres, sus partidarios, sus simpatizantes y demás residuos de la escorrentía intestinal presente. 

Votar, votamos. Algunos botan, otros se proclaman votontos, o botontos, que ya no recuerdo cuál de las dos inventé primero, pero la gran mayoría se limita a ahorrar algo para pagar a una Hacienda insaciable, máquina extractiva de primer orden aunque, realmente, no tengamos ni la más remota idea de cuál es el destino de los dineros que nos sustraen con atraco a mano armada. Aunque alguno de los rumbos sí los conocemos: van a mejorar las condiciones de vida de los vasquitos, de los catalanes y de los etarras que vuelven a casa ebrios de solemnidad y satisfacción, con el pueblo llano afín a sus monstruosidades, aplaudiéndolos como si se tratase de zalacaínes aventureros y no de meros endriagos de cuando los tiempos cavernícolas. Lo de los catalanes, a fuer de esperpento, no deja de ser esquizofrenia. Condecorados sus delitos con el honor de redactar las leyes que los eximen del talego, son el ejemplo más notorio del derrumbe ético de nuestras instituciones de gobierno. El gachó que le pone los cuernos a la bego cuando no está escribiendo redacciones de escuela para declararse hombre enamorado, lo vende a propios y extraños como una herramienta de reconciliación, pero no como lo que es: el pago para seguir mandando, aunque en puridad no mande nada. Algunos lo llaman pragmatismo político, saco donde cabe absolutamente todos los desvaríos de los mediocres (y hay unos cuantos, comenzando por los ministerios y acabando por los despachos ferrazosos), pero la única palabra que se le ajusta como un guante es traición. Aunque, bien pensado, ¿traicionar qué cosa? Eso de los principios fundamentales del Estado de derecho, moneda de cambio cuando no venta al mejor postor, es algo tan melifluo y blando que tampoco pasa nada si acaban junto al retrete para otros propósitos.

Y si la amnistía es pura corrupción política, la corrupción económica es pura absolución de los mediocres que la practican. No es un hecho aislado, y ya es bastante feo que tengamos un gobierno que huele a podredumbre por todas las costuras como para acostumbrarnos al espectáculo circense que tienen montado. Es algo tan grave como la indolencia e incluso la complacencia con que una gran variedad de medios de comunicación tienden a absolver a los encausados y al truño ese que duerme con la bego (si es que lo hace). Cuando una buena parte de la sociedad es capaz de atrincherarse de ese modo por salvaguardar la integridad de una ideología política proyectada en un caradura sin lecturas y sin cartilla, la cuestión es antes metástasis que resfriado. Pero nos venimos acostumbrando a no saber nada de nada, solo aquello que los vientos portan en sus aires, como los casos marroquíes, los casos venezolanos (con el otro imbécil de por medio: joer con los sociatas, vaya prendas eligen para gobernarnos a todos), los casos complutenses, los casos extremeños, los casos de las aerolíneas, los casos de la puta madre que los parió a todos... 

Oiga, me dirán mis caros lectores, sea usted serio: no insulte. Entonces elijo seguirles a ustedes la corriente y tratar de dirimir qué ha pasado con los fondos europeos, ese motor sin parangón que se vendió como eximio transformador de la economía española. ¿Verdad que da la risa? O veamos el panorama económico, esa historia de éxito que algunos venden (los gobiernos siempre venden como propios los éxitos advenidos) y que es más falsa que Judas. El crecimiento del PIB, basado en gasto público descontrolado y en deuda que no deja de crecer, es la máxima demostración de egoísmo que pueda concebirse en una sociedad humana. Y no solo egoísmo político: es el mismo egoísmo que las gentes comparten, a quienes no importa los desastres de un futuro (que no han de ver con sus ojos) ni las ruinas a que someterán a los descendientes si nada de todo esto cambia. Muchos lo defienden, y no solo desde el parlamento. 

Y luego está el cambio climático, el chivo expiatorio perfecto. En mi opinión, la inmensa mayoría de la gente, y de los políticos, piensa que es una cuestión que no se resuelve porque no nos da la gana, y no una consecuencia (lógica, desde ese punto de vista) de nuestro desarrollo humano. Culpar a una DANA por los desastres de Valencia, que dejó 231 muertos, es lo mismo que invocar la ira de Dios para castigar al pueblo por sus pecados. Se trata de fenómenos meteorológicos extremos, por supuesto, pero también se trata del resultado de décadas de negligencia. Tanto hablar del cambio climático, tanto hablar del efecto pernicioso de los gases de efecto invernadero, pero en treinta años (si no más) no se ha adoptado una sola medida para evitar construir en zonas inundables o paliar el deterioro de infraestructuras críticas. Las víctimas se quejan, y no con poca razón, pero sin una catástrofe sobrevenida jamás hubieran dejado de participar en la locura del cortoplacismo siempre que en algo los beneficiase. Los políticos priorizaron los votos y las licencias sobre la seguridad de las personas, cierto. Pero las personas votan a los políticos que habilitan esas prioridades y lo hacen sin rechistar. Culpar a un imponderable como el clima es mucho más fácil que asumir la responsabilidad de décadas de mala planificación y falta de previsión. ¿Para qué queremos gobiernos si son incapaces de mirar más allá del horizonte de sus años en activo? Ah, perdone usted, que ese es el trabajo de los técnicos y expertos, de los funcionarios y de las confederaciones hidrográficas. Nada, nada: teorías conspirativas, veleidades del espíritu, panegíricos de ecologistas desorientados... 

Y así, y no precisamente callandito, llegamos a 2025: con un país igual de dividido que cuando comenzó el año que ahora concluye; con un gobierno cual asociación de imbéciles unidos; con medio Estado corrupto; con una oposición más perdida que un cascabel en una fábrica de cencerros; con una ciudadanía no sé si agotada o simplemente asqueada de todo. No habrá Año Nuevo mientras la política siga siendo un mercado persa donde los principios son moneda de cambio. No habrá progreso mientras el Gobierno y sus aliados sigan saqueando el Estado para mantener su poder. No habrá esperanza mientras la oposición sea incapaz de decir una sola frase que la legitime como alternativa creíble. España no necesita brindis ni discursos. Necesita una regeneración completa de la clase política y de la propia ciudadanía. Necesita volver a una ética basada en el compromiso, la transparencia, la ética y el interés general. Necesita recuperar los mismos valores que otros envidian y que ninguno ya siente como propios. España necesita una humanidad nueva. Y Europa también. Y los restantes países occidentales. Pero nada de todo ello ocurrirá en 2025. Seguiremos hundiéndonos en este círculo vicioso de corrupción y decadencia y estupidez generalizada. La política es solo manifestación de la podredumbre intelectual de las gentes.

Feliz Año Nuevo. Y seamos honestos: realmente no hay nada que celebrar.

viernes, 20 de diciembre de 2024

Navidades Festivas (o viceversa)

Parece un reloj suizo marcando las horas para el cinismo. Cada Navidad, los emisarios del progreso  mundial vuelven a la carga. Siempre encuentran tiempo suficiente en sus agendas para salvarnos a todos de nuestras propias tradiciones. Según ellos, nada tan opresivo como desear una "Feliz Navidad". De momento no han remitido un formulario de consentimiento mutuo e inclusivo entre felicitador y felicitado. Dicen que se trata de un acto de microagresión cultural. Hay que ser idiotas... La cuestión es que, como sustitutivo, proponen eso tan insulso de las "Felices Fiestas", que ya se empleaba también mucho desde siempre (yo lo recuerdo desde niño, pero era una manera de no repetir siempre lo mismo). 

Infinidad de individuos de cualquier edad necesitan pasar por la vida desproblematizándolo todo. Total, si los exacerbados wokistas derriban estatuas de Colón allá donde las encuentran, cómo no atreverse a algo tan cultural como es la Navidad, si justamente es la Navidad el saco de boxeo que más fácilmente se golpea... Convertir la Navidad en una suerte de cumpleaños genérico para toda la humanidad es la solución. Tal vez por aquello de suceder cuando el solsticio de invierno del hemisferio norte, que en el hemisferio sur, donde la Navidad es más celebrada, la cosa va de estío y buen tiempo: cuando el clima es bonancible, la gente no repara en estupideces.

Nuestras ciudades se van decorando de Navidad, pero evitando insinuarlo siquiera. En Barcelona, en el Raval, han colocado unas luces invernales tan acogedoras como una reunión de comunidad de vecinos. Sin nada remotamente relacionado con la Navidad. Solo formas abstractas que podrían estar festejando el último modelo de iPhone. Todo para no ofender a la populosa demografía musulmana que allí habita. En las escuelas, los niños tienen claro que se celebran los regalos y las cenas (razón no les falta). Me pregunto por qué no lo hacen en un McDonald's, ya puestos. Nadie pide que sean creyentes. Se pide ser consecuentes. En el Medievo, el Islam jamás practicó la duda en sus preceptos, razón por la que perdió el liderazgo que ostentaba en ciencias, artes, música y geografía. Europa, tan arrebatada de fundamentalismo cristiano, promovió un ejercicio muy sano de contraposición de opiniones, y de ahí provenimos. Qué menos que darse cuenta de ello...

El laicismo militante, primo amargado de la neutralidad, tiene por cimientos la apatía cultural. Ser culto es muy aburrido, además de muy cansado. Mejor aprender cosas en Netflix. Mejor subir fotos a Instagram. Mejor publicar chorradas en Facebook (¿aún existe?). Nos obsesionamos con no celebrar nuestras tradiciones y el islamismo, que ni siquiera se esfuerza en disfrazarse de multicultural, va imponiendo las suyas a causa de ese complejo de culpa crónico que padece Europa. España, siempre dispuesta a llegar tarde a todo, se ha subido al tren con entusiasmo,  tanto a derechas como a izquierdas, alimentando su propio vacío cultural con folklore reinventado, alcaldes tontainas, y desprecio a lo propio. El consumismo, por cierto, jamás desaparece (pero todos se quejan de él, aun practicándolo). En otros países empiezan a entender que, sin una identidad clara, las sociedades se derrumban. En España, esa cualidad parece exclusiva de catalanes desquiciados y vascos otrora terroristas.

Este año me han felicitado ya las "vacaciones" en varios idiomas.  A mí, que soy ateo, me parece ridículo. A otros ateos, no sé. La Navidad es algo más que la conmemoración religiosa del nacimiento, hace más de dos mil años, de un Mesías, hijo de Dios o lo que fuere. La Navidad es una festividad sincrética. En ella se fusionaron diversas celebraciones que ya existían mucho antes del advenimiento del cristianismo: las Saturnalias romanas, que coincidían con el solsticio de invierno; el culto al Sol Invictus, que se celebraba el día 25 de diciembre y que el cristianismo adoptó como propia para equiparar esta divinidad solar con la figura de Jesús; la festividad del Yule, de los pueblos germánicos y la Escandinavia precristiana, que celebraban el solsticio, y que posteriormente fueron asimiladas al tiempo de Navidad cristiano. Pero no solo se trata de una herencia europea: la Navidad incorpora elementos culturales de Siria y de otras naciones de Oriente Próximo y Oriente Medio, cuya influencia en el judaísmo se transmitió posteriormente a las comunidades cristianas... 

Desde Europa y Norteamérica, aunque debiéramos exceptuar a la siempre devota México (no importa que invoquen también a ese esperpento llamado Grinch), la falta de perspectiva y el activismo exacerbado hacia una laicidad iconoclasta está derivando, como no podía ser de otro modo, en el desalojo acelerado de cuantas tradiciones o costumbres han venido tejiendo un modo de vida que otros ambicionan. Pero... ¡A quién le puede importar!, me pregunto yo. Usted celebre la Navidad, las vacaciones, el solsticio o lo que le dé la real gana del modo que mejor le parezca, faltaría más. Y si es usted alcalde, llene la calle de luces y respeto multicultural, nunca hacia la propia cultura, so pena de parecer inteligente. Los niños seguirán aplaudiendo las cabalgatas, las gentes visitando los belenes, y algunos acudirán a la misa del Gallo o a la taberna del Arquímedes. Por eso, déjenos en paz con sus pamplinas de ignorante secularizado. No necesitamos la misma matraca todos los años. A mi madre le encantaba la Navidad cristiana y eso es algo que, en la silenciosa oscuridad del alma recogida, contiene más sentido que todas las diatribas del mundo esparcidas por el orbe. 

Feliz Navidad.

viernes, 13 de diciembre de 2024

Constitución post-morten

Me he propuesto hablar hoy de la Constitución (hoy, sí: a tiro pasado, para no parecer a la moda, aunque vaya usted a saber en qué momento mis caros lectores leen estas columnas) sin mencionar explícitamente al Sanchupidez, así, entremezclando apellido con la palabra que rima con Sanchéz. No sé si podré.

Tampoco sé si comenzar diciendo lo resignado o lo irritado que me siento de comprobar las inteligencias públicas de nuestros políticos, tan aferrados a la estupidez y la degradación moral que podría decirse que lo son para aparecer algún día (alguno de ellos) en cualquier recuadro irrelevante de las enciclopedias almacenadas en Internet (donde cogen polvo lo mismo que las de las estanterías). Sus biografías, por descontado, las escribirán allí ellos mismos.

Nuestra clase política es, para los ciudadanos, redomadamente inútil: más inútil que un polo con sabor a mierda (con perdón). Son lo que son (inútiles) porque hay escaños en un hemiciclo que se tienen que rellenar con culos indolentes y pasivos. Son lo que son (mediocres) porque ni uno solo ha sabido proponer desde hace décadas algo que suponga una mejora indiscutible de nuestras vidas. Son lo que son (estúpidos) porque lo único que saben hacer es dividirse ellos y dividirnos a los demás, fomentar una insolidaridad regional desesperante y provocar el enfrentamiento continuado de la población. 

Todo ello es desesperante no solo porque se haya olvidado el propósito constructivo que debería liderar su empeño, que no es otro que posibilitar que seamos felices con lo que tenemos y lo que nos aguarda en el porvenir. Muy al contrario, todo su afán pasa por hacernos infelices ahora y en el pasado, destruyendo sin extenuación aquello que reescribió la historia de este país después una guerra civil propugnada el rechazo violento a unas ideas destructivas muy parecidas a las que hoy resuenan por todas partes. Hubo que elegir a un vulgar zapatero tras unas  bombas cruentísimas para percatarnos de lo fácil que es, en este país, abrazar el revanchismo insensato, por un lado o por el contrario.

Algunos llevan siglos emperrados en un independentismo tan mezquino como estrafalario. Otros, décadas mofándose de lo poco que les importa el resto de sus paisanos porque lo suyo es disponer de una fiscalidad parida en la noche de walpurgis de algún imbécil que quiso ser demasiado indulgente con los fueros medievales de quienes habían sido aplastados en la tercera guerra carlista (seguramente tal mentecato acabó siendo amonestado, de manera poco estética, por un belcebú con cuernos y rabo; pero esa es otra historia). Y, por acabar con este listado, los hay ahora que se han contagiado súbitamente del inopinado método para aprender idiomas y hacerse notar distintos ante la parroquia (cuantos más distintos todos, mejor): ahí están la promoción del uso del bable, el querer presumir de acento andalú  y el intento por convertirse en el mayor mastuerzo de Levante tras una borrasca destructiva. Por supuesto, los votos de todos estos últimos importan poco al Gobierno central (que no del centro), por lo que no dejan de ser fuegos de artificio revestidos de colores chillones. Para los primeros, los dañinos de verdad, los que solo piensan en atiborrar los estómagos de los suyos y recluir a los contrarios en gulags repartidos por su regional territorio (si no, al tiempo), esos enemigos de lo común y de la historia ven favorecidos sus abusos y tropelías con todo tipo de regalías, prerrogativas, prebendas y concesiones. Así, porque ellos (y los miles que los votan) lo valen.

Uno se resigna porque, incluso ante desgracias dantescas (danescas, debiéramos escribir) como las de Paiporta y otros municipios, la clase política en su conjunto, y es difícil excepcionar a ninguno, ha reaccionado del único modo que sabe: léase, incapazmente salvo para atizarse unos a otros con tan buena excusa. Hay quienes lo han dejado por escrito sin la menor contemplación. Todo ello nos devuelve la imagen de un reino dividido en subreinos de incapacidad probada donde los moradores de las praderas monclovitas se dedican sin escrúpulos a hacer lo que les viene en gana, ora sea medrando, ora sea dejando medrar, que toda suerte es poca para escapar de la medianía económica una vez que la indigencia intelectual ha quedado suficientemente probada.

Usted, caro lector, dirá que los políticos no son solamente los gobernantes y los parlamentarios. Bien cierto es. Políticos son todos aquellos que trabajan en los partidos, sean o no protagonistas, y casi extendería este sustantivo también a los afiliados (gran poder el de este colectivo: eligen a su exclusivo  representante y nos lo meten por salva sea la parte, como un supositorio, en las elecciones). A un lado y otro del Río Bravo solo se observan animales apacentados con hierbajos pseudo-políticos, sin viso alguna de civismo o pensamiento: dicho de otro modo, un atajo de sumisos lameculos del que más manda. Porque, oiga, no es solo en la ribera izquierda donde tal borreguismo planicerebral sucede (de la ribera derecha ya escribí la semana pasada).

La democracia constitucional no es otra cosa que un camino, no demasiado largo, hacia la renuncia y mansedumbre popular. No puede ser de otro modo cuando, sus organismos supuestamente más conspicuos, los partidos políticos, son cualquier cosa excepto democráticos. Que haya individuos en ese galimatías que llamamos "el pueblo" que sigan pensando en lo bien que lo están haciendo los suyos, es suficiente motivo para liarse a tiros con media España. Pero, en ese caso, estaríamos desandando el pasado para volver al año en que nació mi madre. Quién sabe: tal vez ese sea nuestro eterno retorno, nuestro ciclo perpetuo, matarnos los unos a los otros después de haber soportado a una panda de incapaces y a una chusma de sinvergüenzas.

Ustedes piensen lo que quieran (faltaría más): cada 6 de diciembre que pasa, el desánimo, aparte de cundir, deviene metastásico.

viernes, 6 de diciembre de 2024

Canción de otoño sin gaviotas

Este será mi último artículo (de momento) sobre esta cuestión tan atrabiliosa como es entender a los políticos conservadores de este país, quienes parecen tener más por costumbre venerar el poder de los socialistas que cuestionarlo a cada momento, como es su obligación cuando se encuentran en la oposición. Costumbre no solo atrabiliosa, también inveterada, a fe mía. Por fortuna, en tiempos recientes, una ayuso parece haberse percatado de esta desgracia y, por mantenerse firme en sus convicciones de contrapoder, ha encontrado finalmente su lugar. Parece un fenómeno paradójico, viendo como son sus correligionarios, tan sensibles y acomplejados, pero no me cabe la menor duda de que es la lideresa perfecta para este periodo actual, tan repleto de sancheces atrabiliarias hasta lo patológico.  

Su ascenso, antes que político, parece místico. Su grupo de apóstoles aún no ha decidido si es la Mesías de lo conservador o una vocinglera más vendiendo pescado fresco en la puerta del templo. La razón de esta duda nada cartesiana se halla, como queda justificado más arriba, en la actitud de los conmilitones -cayetanas al margen-. Porque la ayuso no es una mujer política como las concebimos habitualmente: responde a una narradora, que no una narrativa; a un espécimen capaz de simbolizar las ideas que defiende, y no un símbolo de lo que representa; una marca con denominación de origen al que sus enemigos ni siquiera saben cómo hacer frente por tanto mercado como les substrae. Los votantes peperos, dentro de su eterna búsqueda y el eterno retorno del próximo Aznar (praxis escatológica para quien aún no ha fenecido por mucho que sus ideas sí parezcan haberse depositado en lo más obscuro y tétrico del sarcófago místico), aún no parecen haber entendido que la ayuso es la respuesta a sus plegarias y no una síntesis del laboratorio político vigente, tan lleno de contradicciones como las que ellos parecen sedimentar en sus meninges. Fíjense, si no, en las restantes baronías, como la de Andalucía o Extremadura, tan similares a los despropósitos progresistas de las últimas décadas, que más que pastorear gaviotas, sus líderes lo que hacen es empuñar la rosa socialista, pero con la otra mano. 

Y se dirán ustedes: pero, ¿quién hizo a esta mengana? (iba a usar fulana, pero lo del fulaneo tiene mala semántica). ¿Tal vez aquel palentino que coincidera con ella en sus juventudes gaviotísticas que, arrastrado por el teodorico sin mesura (ni ingenio), cayó en perpetua desgracia? ¿Tal vez ese avispado periodista de la mar océana que, aburrido de pergeñar artículos en el norte castellano fue reclutado por un señor con bigote para servir de faro en la vorágine? ¿Tal vez el propio indocto que prontamente ha de sentarse en el banquillo como consecuencia de unos jueces sin parangón que, lejos de amilanarse cual lacayos agradecidos -y tiene unos cuantos, tanto en el Gobierno como en el TeCé-, le van a demostrar cuál es la mano que tira de la cadena? Esta ayuso es un excelente ejemplo de no-ficción, un personaje independizado de sus creadores que no busca autor ninguno porque escribe su propia historia, aunque de vez en cuando tenga algún traspiés, como lo de haberse echado un novio cutre y rico.

Encarna los valores básicos de la peña pepera, sus bases, que se dice ahora: bajar de impuestos, confrontar el cutre-socialismo, y ofrecer las tapas madrileñas como alternativa al apocalipsis. Es decir, justo lo contrario de lo que preconizan los parlamentarios del mismo signo en sus comparecencias. Por eso, lo más interesante de esta ayuso radica en sus votantes, quienes debaten si se hallan ante una deidad moderna o ante el martillo armagedónico con el que derrotar a las huestes contrarias (o ambas cosas a un mismo tiempo), tan escoradas a un izquierdismo banal y gritón e hipócrita que parece mentira que el palurdo gallego, visitante de ugetistas y aplaudidor de wokismos, no sepa aún lo que se le viene encima (principalmente a causa de sus naderías e inanidades). Al votante promedio del partido gaviotero le importan muy poco los crucigramas estratégicos de la calle Génova, perdidos definitivamente en cálculos de tránsfugas socialistas y esperas pacientes de que el barco se hunda: la ayuso es general zafada en trincheras y frentes de batalla, solo sabe vivir en fuego cruzado y siempre sale ilesa. 

Lo más ácido de esta historia es la falta de reconocimiento por parte de los suyos hacia todo lo que la ayuso representa. Ningún otro barón pepero se ha atrevido a convertir la confrontación en arte, la gestión en estrategia y la política en espectáculo. Tal vez porque carecen de talento, que es lo habitual. Por ese motivo los de la gaviota, con la sola excepción de la ayuso y la cayetana, llevan años atrapados en su propio laberinto, jugando a ser restauradores sin necesidad de romper molde alguno. ¡Con la que está cayendo! El gallego está amortizado desde el principio. Ni sé por qué lo colocaron ahí (otro punto flojo de la ayuso) y más le valdría retirarse a sus cuarteles de invierno, si los tiene, porque es la incapacidad manifiesta: él y su séquito de cucas y borjas y demás mediocres de medio pelo. 

Los votantes del PP no necesitan un nuevo Aznar. Necesitan, aunque aún no lo sepan, una ayuso que les enseñe a dejar de mirar hacia atrás, porque lo importante, lo relevante, es alcanzarle al indocto en el hígado por muchos sacos de arena que el chuloputas interponga en sus golpes (léase, el Ábalos a punto de ser imputado y creer saber ganar Madrid entera con otro turiferario de medio pelo).

viernes, 29 de noviembre de 2024

Hipocresía selectiva

Muchos de quienes votaron a Donald Trump para presidente de los EEUU, también votaron a congresistas  demócratas al mismo tiempo. Algunos han querido indagar las razones de tan, en apariencia, extraño suceso: ¿votar a un fanfarrón con dejes fascistoides y, al mismo tiempo, a los representantes de la izquierda estadounidense para que los representen en el Congreso que ha de controlar la acción política del controvertido muchimillonario? Hubo quienes, como la congresista por New York, trataron de inquirir a sus dualistas votantes. La respuesta no dejaba opción a la duda: ambos parecían sinceros (pero Kamala Harris, no). Si la reelección de Donald Trump le ha parecido a muchos un fenómeno que desafía las leyes de la lógica, tal vez sea porque esos muchos siguen inmersos dentro de su caverna confundiendo las sombras que proyectan los ciudadanos sobre las paredes de su sesgadísimo mundo. En la era de la sobreinformación y la posverdad, resulta que parecer auténticos cobra sentido. 

No se trata de una lógica solamente circunscrita a los aparatosos espectáculos circenses de las distintas familias políticas (hay que empezar a llamarlas así: como a las mafias). En las cuestiones internacionales, un reino extraño y siempre agitado donde los conflictos son lo más parecido a una trágica telenovela global, también reina esta peculiar percepción de la verdad, de la autenticidad. El caso de Ucrania y sus detractores es especialmente conspicuo. Ciertos sectores, férreos defensores de los derechos humanos, cuestionan el uso de armas ucranianas contra objetivos rusos al tiempo que vitorean la resistencia palestina en Gaza. Un ejercicio de gimnasia moral que deja a cualquiera boquiabierto. No se trata de una falta de principios: se trata de la confortabilidad que proporciona aplicar siempre un doble rasero.

El ejercicio circense viene trufado de rencores, odios intestinos, miedos atávicos e hipocresía, mucha hipocresía, sobre todo por parte de quienes el miedo o el rencor les da exactamente lo mismo, porque lo que importa es la narración, el relato, que dicen algunos, la ideología o sencillamente el sustento de la propia estupidez. Si la doctrina nuclear rusa permite responder con armas atómicas a cualquier ataque en su territorio, un ataque con misiles ucranianos (como los que ya se han producido) debería haber desencadenado una respuesta nuclear. Sin embargo, aquí seguimos, vivitos y coleando, porque incluso las amenazas más grandilocuentes necesitan un poco de credibilidad para asustar. Lo paradójico es que, mientras algunos se escandalizan ante la posibilidad de que Ucrania haya ido demasiado lejos, parece aceptable que Rusia convierta ciudades enteras en escombros (aunque no lo es cuando Israel derriba Gaza). Por supuesto, Rusia, el agresor, se posiciona como la víctima que clama justicia. Es Moscú quien exige que su territorio permanezca intocable mientras bombardea indiscriminadamente a su vecino, que en paz vivía, y mucho mejor que bajo el yugo del Kremlin. 

La hipocresía reina en los animales racionales del planeta. Es una verdad elemental. Y ya ven, no he necesitado mencionar a nuestro indocto presidente para sustentar la demostración.

viernes, 22 de noviembre de 2024

Escritura cansina

No me canso de escribir acerca de los desatinos que comete un día sí, y otro también, la Comisión Europea en todo cuanto toca o cree que le compete, es decir: agricultura, sostenibilidad, medio ambiente e industria. Todo lo importante. Del resto también se ocupa, pero menos (véase la armonización fiscal y presupuestaria). Ese conventículo de burócratas, más interesados en ganar el premio a la corrección política que en resolver los problemas de los ciudadanos, salvo que para ellos el verbo resolver sea sinónimo de empeorar, ha conseguido algo inusitado: hacer que Europa avance a paso firme hacia la irrelevancia. En la decadencia ya está, desde tiempo ha.

¿Me habla usted de agricultura, caro lector? Los despachos de Bruselas, esas oficinas ocupadas por funcionarios con el ego hinchadísimo, muy preciados de sí mismos, se caracterizan por ser un lugar donde nadie ha visto un arado más que en Google. Su afición habitual, a lo que llaman responsabilidad, es la de dictar normas para asfixiar a nuestros productores agropecuarios. El objetivo, dicen, es «proteger el medio ambiente». Lo que no dicen es que convierten a los agricultores en mendicantes de subvenciones mientras los supermercados siguen llenándose con productos importados que llegan en barcos contaminantes, pero que, claro, no cuentan en la hoja verde de emisiones de la UE. Aplausos para ese brillante ejercicio de hipocresía.

¿Me habla usted de la energía, estimado? La transición ecológica, ese mantra que repiten como un rezo religioso, es un ejercicio de suicidio económico colectivo. Alemania, la otrora locomotora de Europa, decidió que era buena idea depender del gas ruso mientras apagaba sus centrales nucleares y, de paso, su competitividad. En España, porque somos así, colocamos a una talibana ecológica como Teresa Ribera, más fea que Picio por dentro y por fuera, famosa por su alergia a la coherencia: un día antinuclear, al siguiente pronuclear, siempre desaparecida cuando hay que dar la cara, como durante la DANA. Pero eso sí, allí está, suspirando por su carguito europeo de vicepresidenta inútil mientras los ciudadanos se rascan los bolsillos para pagar toda suerte de impuestos.

Todo esto, por supuesto, bajo la batuta de doña Úrsula von der Leyen, la cínica maestra germana del arte de no hacer nada en pro de los ciudadanos europeos. Su liderazgo se ha convertido en un cóctel indigesto que solo los bruselenses parecen saber tragar: tres partes de alarmismo climático, dos de corrección política, añádase toneladas de incompetencia. Úrsula no dirige la Comisión; la pasea convertida en un espectáculo itinerante de eslóganes vacíos y reformas pésimamente mal diseñadas. Cada paso que da ahonda en la conversión de la UE en un triste experimento de ingeniería social, que seguramente estudien con alucinación y fruición los alumnos del mañana, cuando no los invasores extraterrestres,  mientras nuestros competidores –Estados Unidos, China, India– nos adelantan por todos los lados esbozando una sonrisa de suficiencia.

Y no olvidemos a Macron, el emperador sin corona de un país que lleva décadas anclado en su burocracia y su amor por las huelgas. El francés se dedica a pontificar sobre la grandeza de Europa mientras apoya todas y cada una de las políticas que la empequeñecen. Por su parte, Alemania, tras décadas de exportar coches y autosatisfacción, se enfrenta ahora a su incapacidad para adaptarse al siglo XXI. La pareja franco-alemana no lidera Europa: la hunde en un lodo de inacción, contradicciones y mediocridad.

Lo peor de todo es que no hay señales de cambio. La Comisión sigue obsesionada con ser la más verde, la más inclusiva, la más woke y la más lo que sea… nunca la más efectiva. Mientras tanto, los ciudadanos europeos, hartos de pagar las facturas de tanto desatino, miran con envidia cómo otros bloques prosperan sin cargar con el peso muerto de una élite política más interesada en las fotos de grupo que en el progreso real.

Europa no necesita más Ribera, más Macron ni más Úrsula. Lo que necesita es un baño de realidad, algo que –por lo visto– no llegará mientras sigamos gobernados por un ejército de burócratas incapaces de distinguir entre ideología y pragmatismo. Si no cambiamos de rumbo, pronto la UE será poco más que un anecdotario de lo que pudo haber sido y nunca fue. Mientras tanto, seguiremos pagando la cuenta de este circo en que han convertido a la vieja Europa.

viernes, 15 de noviembre de 2024

Votantes errados

Yo me lo pregunto en cada ciclo electoral: antes, durante y después. De hecho, voy conectando unos con otros hasta formar un enredo de colosales dimensiones que desprenda sensatez a la vieja pregunta de siempre, mas con renovada indignación: "Pero, ¿cómo es posible que la gente vote tan mal?". No es solo ya un reproche: ¡exijo explicaciones!. Y lanzo la cuestión porque, como bien saben mis lectores carísimos, yo jamás voto: me niego a insertar una papeleta dentro de un sobre en una urna dentro de un colegio (electoral). No pienso hacer lo mismo que los "otros", que "ellos": tanto si son votantos o bobotantes, como si son de otra cuerda. Llevo dentro el sentimiento, larvado muchos decenios atrás, de que esto de la democracia solo tiene sentido si se aplican mis propias ideas.  

Oiga, esto de las elecciones es un teatro donde los personajes, cuando portan etiquetas identitarias, tornan de semovientes (borregos, digámoslo claro) a inamovibles, cuyo objetivo último, como si en ello fuese la supervivencia de la especie, es seguir el ínclito objetivo del grupo con el que se identifican: sociata vota sociata; pepero vota pepero; voxero vota voxero; bilduetarra vota con bota... Y esa, y no otra, es la preocupación real: el dominio de los anejos, el sometimiento y opresión de los ajenos. Lo demás, lo que antaño creíamos que se trataba de las preocupaciones reales de la gente de a pie (economía, seguridad, educación...) no son sino paparruchas. Todos los temas acuciantes, y recurrentemente inquietantes, acaban enterradas bajo el ominoso peso de la turbia etiqueta. Ante la supremacía ideológica, las desviaciones no son opción, mucho menos legítimas: desviarse del consenso, de la narración articulada, es traicionar a la causa. 

Cuando la mayoría vota distinto de lo esperado (como ha pasado en USA, y como no pocas veces viene ocurriendo en España), el sistema (que no son sino los entresijos que rigen los aledaños, donde se cuece el poder y el dinero) entra en cortocircuito. Al menos hasta que es sustituido por otro. El sistema posee adláteres, e incluso turiferarios, de enorme impacto (pegada, que se dice en el balompié), y siempre bien pagados, preciados de su superioridad y no pocas atribuciones (bien regadas por el poder). Su reacción sigue el patrón clásico: primero agitan el estandarte de la incomprensión; luego el de la tristeza; después aparece la rabia; por último, el espectáculo. Yo, que no me aproximo a las urnas, resalsero de todas las alergias, sé fehacientemente que tampoco conviene acercarse a las redes sociales o a los telediarios: lágrimas, rabia y lamentos rebosan por doquier en ellos. A eso me refería con lo del espectáculo, notablemente bochornoso y vergonzante (recuerden a la menestra de Hacienda llorando por los días vacacionales que se tomó el indocto cuando imputaron a su doña). Al vencedor todo le vale. Pero los derrotados transforman su frustración en un victimismo donde el culpable siempre acaba siendo el otro: ese votante ignorante, manipulado, estúpido por decirlo claro. Jamás encuentran el problema no en los votantes, sino en las propuestas.

Esta teoría se ha visto corroborada con el triunfo de Trump, en Estados Unidos, a quien han votado hasta los propios demócratas. Pero yo solo pienso en España, en nuestra esquilmada piel de toro donde medran los enemigos y los idiotas. Dirán ustedes que no soy nada plural. No, no lo soy. Puedo permitírmelo porque no soy ideológico, o al menos no comulgo con la ideología de quienes representan (o eso dicen y creen ellos) las voluntades del pueblo así sea progresista (sociata, bilduetarra, juntero, tonto del haba...) o conservador (metan ustedes aquí a todas esas tribus melindrosas que pacen en la bancada del hemiciclo, sector derecho: todas tienen cabida). Me tienen unos y otros hasta los mismísimos cancanujos. Si uno fuese listo, y pienso que ya no lo soy (porque contradigo lo que pienso), bastaría con sentarse a aplaudir el deplorable espectáculo de la mediocridad y el declive que estamos padeciendo. 

viernes, 8 de noviembre de 2024

Y sobrevino la furia

Y sobrevino la furia. Los Montes de Chiva se elevan sobre una planicie que desciende suavemente hacia el litoral, creando una transición abrupta entre montaña y llano. El agua desalojada la semana pasada por la mortífera gota fría (que ahora denominan de otro modo, como una naDa invertida silábicamente), al encontrar barrancos y pendientes pronunciadas, avanzó a gran velocidad, arrastrando consigo tierra, piedras y cualquier cosa que encontrase en su camino. Los pronósticos, que siempre los hay, aunque no sirvan de mucho dado el escaso interés que despiertan, advirtieron de lluvias de hasta 300 litros por metro cuadrado en apenas unas horas, pero cayó mucha más, casi un cincuenta por ciento más. Qué exagerados son siempre los hombres (y mujeres del tiempo): parece como si estuvieran deseando que la naturaleza estalle su furia sobre las humanas cabezas para justificar sus emolumentos. Tal vez por ese motivo la alerta a los ciudadanos se activó cuando el agua ya había inundado casas y cubierto carreteras, poniendo en peligro miles de vidas, segando centenares de ellas, y generando un caos absoluto y epidémico en toda la región. Una alerta postrera nunca defrauda.

Y sobrevino la catástrofe. Una catástrofe con raíces profundas en la geografía y, cómo no, en la inveterada falta de inversión en infraestructuras críticas que se lleva imponiendo desde hace décadas. El desarrollo urbanístico siempre se ha priorizado por delante de cualesquier otros imperativos, sin atender los riesgos inherentes a la construcción en áreas cercanas a cauces y barrancos de fácil desbordamiento. La Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ), porque los técnicos de estas confederaciones tal vez sean los auténticos expertos que quedan en el país ya había propuesto hace más de quince años medidas específicas para desviar el cauce de barrancos críticos como el del Poyo y el de la Saleta, que recogen las aguas de las lluvias en los Montes de Chiva y las transportan hacia zonas densamente pobladas en el valle (pero que no todo sean loas, porque la CHJ también erró: alertó del vertido en el embalse de Forata de 1.000 m3/s y del barranco del Poyo de 1.726 m3/s, pero sin informar a Emergencias, cosa a la que estaba obligada). Huelga decir que, en nuestro país, este tipo de proyectos permanecen siempre en estado de parálisis administrativa: son estudios y planes que nunca jamás se materializan porque nadie piensa que las desgracias naturales puedan ocurrir en vida (siempre pasan en la vida de los demás). Ha de advenir una catástrofe de proporciones homéricas para que las vestiduras sean rasgadas y las lágrimas cobren sentido. Por eso mismo, un minuto antes, ni uno solo de los ahora despojos humanos, súbitamente desalojados de sus viviendas y de sus vidas por la furia de las aguas, hubiese consentido la certeza de una muerte en ciernes y una pobreza súbitamente instaurada en sus existencias. A posteriori, sí: a los damnificados todo se les perdona. También a posteriori muchos expertos advinieron: es el cambio climático. Es lo mismo que decir que la culpa es de todos y de ninguno. Antaño era la ira de Dios. Ahora es la herencia del progreso humano la culpable. Habiendo señalado la causa raíz, los sedicentes expertos se sienten cómodamente satisfechos.

Y sobrevino la crisis. Igualmente desastrosa, intercambiando muertos y desparecidos por indignados y airados. Piove, porco governo. En la nación de las 17 naciones, las 18 naciones son incapaces de coordinarse para movilizar recursos cuando una desgracia horrífica sobreviene. Que si la culpa es tuya, que si la culpa no es mía. Y mientras, el agua desbordando los barrancos y extendiéndose incompasiva por llanuras y zonas residenciales. Y mientras, las fuerzas de emergencia y los efectivos militares esperando a ser desplegados. Tenemos un sistema de emergencia que no se toma las emergencias en serio: es la conclusión. Los Montes de Chiva y sus barrancos, tan pateados por excursionistas los domingos que toca sendero, áreas conocidas por sus riesgos de avenidas de agua, son su geografía compleja, sus relieves y cauces irregulares, exigen algo más que posturas y -por qué no decirlo- senderistas encantados de haberse conocido pateando los montes. El barranco del Poyo es mortífero, en esta y en muchas otras vidas, y los montes de Chiva desaguan en la Albufera en riadas que inconscientemente atraviesan los pueblos afamados por la desgracia. No es algo que suceda ahora. Las violentas avenidas de su rambla provienen de la antigüedad, pero el ecologismo sendérico prefiere inadvertir la historia a reencauzarlo. Uno ya no sabe si esto le compete al gobierno autónomo o al nacional. Si escuchamos al peligroso idiota que nos desgobierna, la cosa nunca es del Estado, sino de los estadillos, esos entes autonómicos tan preñados de vagos y agradecidos que, cuando sobreviene la tragedia, no saben qué hacer. No lo supo su pequeño presidente y, por descontado, no lo sabe el paranoico que duerme monclovésmente. Las catástrofes históricas dan buena cuenta de la dimensión de sus líderes. Pero en España, siempre es la misma: ninguna. Sin visión, sin liderazgo, ¿qué queda? Nada. Ir a rebufo de las gentes y angustiarse con las angustias de los sufrientes. Para colmo de males, con tanta descentralización, el desgobierno nacional se entretuvo con las opulentas sinecuras televisivas (otro cuento de nunca acabar) y limitóse, a través del despreciable canalla de quien un día escribirán una biografía terrorífica, a decir: si necesitan ayuda, que la pidan. ¿Quiénes la necesitan? ¿Los políticos del signo que no gusta al monclovés porque gobiernan la comunidad, o las gentes que estaban sufriendo? Si el presidentito se ha revelado incapaz (como tantos otros), el que patentó las sancheces es algo mucho peor, pero ya no quedan sinónimos en el diccionario para ser originales (los ha gastado todos). Si esto es un Gobierno central...

Y sobrevino la tragicomedia. El pequeño marlasquín, a quien por ley compete declarar el nivel 3 de emergencia y asumir el mando de todo lo mandable, concluyó que no era necesario responsabilizarse de tamaño oficio porque, total, el estadillo levantino ya estaba actuando con corrección y no era cuestión, teniendo a los etarras y a los secesionistas como aliados, de enfangarse con algo que pareciese arrebatar a un estadito de sus autónomas competencias, no vaya a suceder algo parecido un día donde los bilduetarras trasiegan txacolí o los junteros comen la coca pascual, y se enfaden. Del pequeño incompetente de la región fallera (y arrocera) no necesitamos hablar: está más muerto que vivo, políticamente hablando, se entiende. Pero hagamos acto de contrición: ni Gobierno, ni Generalitat, ni los ciudadanos, estuvieron jamás a la altura de la catástrofe. Los últimos, por padecerla desatendiendo los avisos de la llegada del lobo. Los primeros, porque se cansaron de avisar, o vaya usted a saber por qué. Ninguna comunidad autónoma tiene medios para hacer frente a una catástrofe de colosales proporciones, cierto es. Ahora nos hemos dado cuenta de que el Gobierno central, tampoco quiere tenerlos. En vez de coordinar los recursos militares (oh, sí, combatir los desastres de agua es peor que entablar una guerra), nuestro peculiar cobardín "el indocto" brindó a los valencianos aquello de "pedid, y se os dará". Lo creíamos ególatra; ya sabemos que también quiere ser divino, un Yaveh todopoderoso, tan iracundo como aquel, pero sin capacidad para obrar milagros.

Y sobrevino la crítica externa. Muertos evitables, dijo la prensa extranjera. Administraciones inoperantes., reafirmaron. Nadie por ahí fuera entiende qué hace el Gobierno. 

Y sobrevino la solidaridad. Una marea de voluntarios cogió las palas y los cubos. Otros articularon ayudas tangibles o incluso monetarias (el de Inditex al frente, pero hemos de admitir que cualquier dádiva que imponga es arbitraria ante su inmenso poder). La solidaridad está muy bien, pero fatiga pronto. La solidaridad existía en el derecho romano. En el nuestro no viene a cuento. Una solidaridad que no gestiona el Estado es pura risión. Flor de un día. Caridad, que dicen los ingleses. Encomiable que tanta gente haya recorrido una decena de kilómetros para ayudar y apiadarse de quienes han perdido todo. Pero no soluciona nada. La solidaridad es una entelequia moral. ¿Fue solidaridad jugarse los partidos de liga? ¿Fue solidaridad que el indocto no reaccionase aquel mismo miércoles? ¿Eso cómo se llama? Ah, claro, que la solidaridad solo es del pueblo. Pax romana.

Y sobrevino la huida... El indocto psicópata no se maneja nada bien en el mundo real: solo en el mundo imaginario, por tergiversado y retocado, de sus acólitos y demás fauna agradecida, amén de los militantes (luego están los simpatizantes, numerados por millones, que nos lo encasquetan a los demás por motivos muy distintos, como el odio inveterado al contrario). El indocto casi-divino (hola don pepito) queda paralizado cuando no puede pronunciar una sola palabra ni hacerse una foto de diseño. No tiene la capacidad Real de enfrentarse a quien lo grita y apaciguar y entender su rabia y desasosiego (no es solo falta de empatía: es la acuciante opresión de saber que todos los demás le sobran, salvo cuando toca introducir una papeleta en la urna). Un presidente que huye en solitario de la iracundia parroquial es un retrato negrísimo de familia, de la nuestra, de la patria hermana y a la vez tan desavenida. Un presidente que huye del griterío no en un acto de inauguración o un desfile militar, sino del azote inmisericorde de las fuerzas naturales, es un presidente caído. Un presidente que reparte sonrisas al posar sus pinreles en el mismo lodo que ha destrozado vidas y familias y comunidades, es un presidente piltrafilla que no sabe a qué juega (solo sabe que está jugando, pero equivoca el partido). "Es nuestro momento", publicó una ministra tan imbécil como desconocida. Sí, el momento de que os vayáis a la mierda de una puta vez.

viernes, 1 de noviembre de 2024

Mancebías y expiaciones de ayer y hoy

Este interminable asunto de los fornicios y barraganerías que salen a la luz así, como de repente, porque es tema candente desde la época del australopiteco e incluso antes, salvo por el hecho de que la inmensa mayoría de los animales de sangre caliente pasan de hablar del tema para concentrarse solo en la mancebía, que es lo enjundioso (tampoco es que sepan hablar, pero es lo de menos), este tema, digo, no deja de tener su punto de hilaridad. Dice una periodista: "tengo amigas que se han tirado a Errejón" (el uso de verbos vulgares confiere a este tema un atractivo cutre solo entendible desde la basicidad humana). Ya hay que tener mal gusto, pienso yo, el tal Errejón bien parece un colibrí desplumado, pero qué le vamos a hacer: fama, dinero y poder, son tres ingredientes tortuosos que siempre caminan de la mano de la barraganería, y también del connubio, pero menos, porque este último es decente, y por ende aburrido, y aquella primera suple de fantasías los ardientes corazones menores de los humanos. 

El caso es que, por azares de la genética desarrollados durante dos millones de años, las mujeres sienten debilidad por los hombres poderosos. Y ricos. Y famosos. Aunque feos o idiotas, o ambas cosas al mismo tiempo (véase). Lo cual es estupendo, pero nos deja a los demás en el concierto estricto de las pasiones animales no alimentadas por los tortuosos ingredientes externos antes referidos. Es la erótica del poder, más fina y aguzada que el poder de la erótica, que por masiva, parece menos interesante de aparecer en los medios (tuve un vecino mecánico que se zumbaba cada día a una chavala distinta en su casa y jamás fue publicado tan portentoso quehacer en los periódicos). Una vez escuché que el soplagaitas que nos desgobierna llegó a desgobernarnos porque entre sus bobotantes se colaron no sé cuántos miles de mujeres exorcizadas por el atractivo del prenda. Me pregunto si los conventos, de repente, se han visto colmados de votantas expiativas, pero me parece que no. Una lástima. Aunque, oiga, aquel de Pontevedra era feo como él solo, y no sé si muy listo o no, pero vago de solemnidad seguro, y lo eligieron para, de inmediato, delegar casi todo en la chiquitina abogadesca aquella vallisoletana que dejó su bolso en el escaño que ocupaba el incansable lector del Marca cuando decidió que los designios de la nación bien merecían que él se fuera a emborrachar de whisky a un restaurante cercano. Y los conventos, a posteriori, no se llenaron tampoco. Hay gente que no tiene sentido del arrepentimiento.

El caso es que el caso Errejón vuelve a insistir, por si alguno se había despistado, en que el tránsito de cartujo a casanova es inmediato cuando las posaderas (como las ajenas en las que al parecer depositaba rayas de coca para esnifarla por darse valor en el catre) se acaban aposentando en un escaño o un sillón de alta administración: primero, porque empiezas a ser más conocido; segundo, porque se intuye que comienza a proliferar el parné; tercero, porque la gente es muy tonta. El andoba donjuanesco, al parecer, es bien cutre (y cínico) en eso del fornicio, pero digo yo que por ese motivo nadie debería ser inculpado o ajusticiado, aunque bien merecido lo tenga por otros menesteres igualmente sórdidos. A la cajera del supermercado le salió bien la cosa, y su andoba era tan cínico y cutre o más que el Errejoncete. Vivir para ver.

La culpa, en definitiva, del patriarcado. Aunque seas una calientapollas miserable y ruin, y te acuerdes tres años más tarde de que un individuo de baja estofa te echó de su casa después de habérsete tirado sin mucha gracia, casa a la que fuiste por voluntad propia pese a las evidencias que observabas de que el tipo era de pésima jaez. Pues eso.

viernes, 25 de octubre de 2024

Cariblanco augustado

La política española es el circo donde Pepé y Vox compiten para ver quién hace de cariblanco y quién de augusto, sin saber que ambos lo único que hacen es, en realidad, el ridículo. Nuestra pesadilla monclovita maneja a su antojo los hilos de su partido, de su bancada, de su tele, de sus aliados, de su mujer y no me equivocaría mucho al decir que también de su querida. El Pepé está perdido en el espanto de no saber enfrentarse a un cínico inverecundo porque, lo que en verdad le gustaría, es tener delante al del voxeo y sacudirle estopa mientras pende de una soga. Solo una ayuso tiene clara la jugada: el gallego, insípido como un té verde sin azúcar, ni tiene bemoles para dirigir el país, ni sabe escuchar a los que lo votaron. Quisiera enviar a la hoguera a su doncella orleanesa, pero no desconoce que eso también lo quiso el insulso de su antecesor (y acabó como acabó, por teodorizarse demasiado). Perdida la iniciativa en una batalla política a la que no se puede llevar las armas con que sestean sus señorías en el hemiciclo mientras alguno habla, el gallego se ha puesto el traje de enterrador de su propio partido, convirtiendo a los de la gaviota en un muermo tan atractivo como un documental de tres horas sobre la cría del congrio en aguas salitrosas. 

Por detrás del gallego este que, en su afán de modernizarse, incluso se ha quitado las antiparras, trasciende (pero poco) un tipo que se jugó la piel en sus años de mocedad y, de repente, con la epidermis a cubierto, ha necesitado envolverse en el santo sudario para que los opusinos y cristoreyanos de su entorno lo toleren. Han ayudado tantas veces al fulero monclovense en las votaciones, incluso leyendo las leyes que han de votarse, que se recogen en el fragor de una batalla que no saben ganar y dejan que los jueces les despejen el camino. Entre tanto disparate, es fácil al fulastre mayor del reino que desearía república dejarlos en evidencia. Tan sencillo como llevarse una cosa inútil en las rebajas de enero. La erótica política del gallego es tan inexistente como la terraplanicie y lo del otro es puro radicalismo bordado en estofa de la mala. Por supuesto, el inmodesto malandrín no acaba de perder el terreno que al gallego de la inutilidad orgánica produce descalabros tanto en sus pesadillas como en sus intervenciones. Cuando se inventó lo del Verano Azul, creo que pensó en convertirse en Chanquete, porque no se entiende de otro modo.

Vale. El Pepé ganó, por poco, y el gallego perdió el palacio por no entender nada de lo que sus votantes necesitaban. Rodeado de huestes de poco calibre, repleta la tropa de neosociatas camuflados, y con el único cañonero del partido (la ayuso) asaltado tanto por el iracundo impresidente (que no puede con ella) como por los correligionarios (ponlos cuerpo a tierra, maja, que son blanditos), con la única mente aguda (la cayetana) relegada a mamporrear a un pobre diablo ajusticiado en su ministerio por correveidile, este señor insulso (el gallego, me refiero) tampoco va a llegar, como no llegó el de Palencia. Y mejor que no llegue. 

viernes, 18 de octubre de 2024

La limpieza en política y otras leyendas urbanas

Recapitulemos. 24 de febrero de 2015 (cuánto tiempo ha pasado: madre mía). Debate del Estado de la Nación. Pedro Sánchez proclama: "Yo soy un político limpio". Aún no había alcanzado la tajadura, claro.  Un prístino héroe de acción. Hoy viene necesitando detergente industrial. Inmarcesible, exclama: "El que la hace, la paga". Un inmaculado justiciero de última hora. El villano de turno es el mismo Ábalos al que nuestro héroe justiciero sostuvo como ministro año y medio tras lo de Delcy, la otra villana por quien la prohibición de la UE de adentrarse en suelo europeo resultó ser desconocida para el infatigable héroe, que lo permitió cuando ya se hallaba en el garlito de los nepotismos muchos. 

El albo traje impoluto del gran monclovita se ha ido volviendo de un color más... digamos, de la gama del barro. Manchas que no solo las ha salpicado el villano: también varios ministros, dirigentes (la presidenta del Congreso, sin ir más lejos) y hasta su begoñísima esposa por quien vive enamorado (líos de faldas aparte) y para cuya elegía precisó de cinco días, que aprenda Dios que necesitó seis. 

Pero sigamos con la tragicomedia. Lo del "caso Koldo" obligó al villano a refugiarse en el Grupo Mixto. La narrativa oficial habla de un héroe "engañado y traicionado" por uno de los suyos, convertido al lado oscuro. Los jedis siempre acaban o muertos o siendo malos. Lo del villano, no obstante, es mucho más interesante que lo del héroe justiciero que lo defenestra a una isla desierta de desamparo y resignación: no me digan que lo de Delcy en Barajas no es digna de una película de espías, aunque espías de poca monta, con intercambio de lingotes dorados amazónicos mediante, y el héroe estafado de repente embestido por un muy conveniente ataque de ceguera y de amnesia (cuando no de incompetencia). 

De momento, la tragicomedia carece de epílogo. El último proviene de un pacto suscrito por el justiciero con unos verdugos. El antaño etarra orientaba a su huestes: "si para sacar 200 presos hay que votar a favor de los Presupuestos, pues votamos". El héroe de acción tomaba nota, el justiciero incansable hallaba nuevos derroteros nunca antes explorados (por miedo, por precaución, por vergüenza...). Mejor un pacto, por vergonzoso que fuere, antes que la pérdida del palaciego. 

Quedamos a la espera del desenlace. Casi diez años van transcurridos.

viernes, 11 de octubre de 2024

Sálveme yo, que usted no puede

El martes pasado fue un día digno de efemérides. Esa jornada, nuestro impresidente y su corte de turiferarios, selectos devotos cuya transcendental pericia parece ser el palmoteo, hubieron de enfrentarse a una calamidad tras otra. Por un lado, los tribunales decidieron seguir adelante con la investigación sobre su inefable esposa, la presidenta que dice algún vasquito sin demasiada sinapsis en el cerebro, pese aquello de que no es no, ¿o sí es sí? No me he enterado… Ibidem, es decir, también en el palacio monclovita (causa última de las demencias en que acaban incurriendo sus moradores: debería destinarse a otro empeño) resonó las consecuencias de que un mediador estrella, tal vez también estrellado, fuese detenido por fraude millonario al fisco (casi doscientos milloncejos de lereles, que se dice pronto). 

Por supuesto, la capacidad de negación del chulo que nos desgobierna es casi tan desproporcionada como su iracundia, según cuentan los afines que se atreven a largar. En eso consiste ser sociata hoy: en solidarizarse hasta la sepultura con la enajenación vesánica de quien ha usurpado las siglas, el concepto y hasta la enjundia toda de eso llamado izquierdismo. Los socialistas de toda la vida piden que acabe esta esquizofrenia. Los de ahora, los votontos, ríen con cada ocurrencia vil del abyecto tirano (y tiene muchas, imposible recordarlas todas a bote pronto).

Es lo que sucede cuando nos desgobierna una camarilla de individuos cuya idoneidad para la cosa pública es equiparable a su habilidad para la felicitar al contrario. Ninguna. Entre insultos cruzados y gestos grandilocuentes, se han olvidado de una pequeña cosa llamada democracia, esa que supuestamente se basa en algo más que el nepotismo, el aseguramiento de cargos y prebendas, o la contratación de empresas afines surgidas de la nada (eso sí, pandémicamente opulentas). Todo eso ha ocasionado la pérdida de cualquier rastro de inteligencia en el panorama interior, y de influencia internacional, si es que alguna vez la pudimos haber tenido desde la irrupción zapateril en el coso parlamentario. Véase la gestión de la inmigración ilegal, ejemplo prístino de deshumanización, capaz de dejar boquiabiertos incluso a los más cínicos, o el origen de la misteriosa fuerza psíquica que obligó al innombrable monclovés a reconociera¡ unilateralmente el Sáhara como parte de Marruecos, pasando olímpicamente de las resoluciones de la ONU, que tampoco es un lugar excesivamente lúcido en lo conveniente. 

Lo de la inteligencia interior creo que se esfumó el día en que el chalado palaciego moncluense decidió cometer pucherazo en las urnas internas que, después, aciago despropósito, los afiliados celebraron con estrépito eligiéndole a él, precisamente, y encasquetándonoslo los simpatizantes que bobotantes como son, no han tenido reparo en convivir con los ecos de los asesinatos etarras o la insolidaridad catalana. Con delincuentes y prófugos de la justicia, qué se puede hacer, se preguntará usted. Solo una cosa: sobrevivir el tiempo que sea necesario entregando cuantas gabelas y servidumbres sean exigidas, porque lo de gobernar es un verbo tiempo ha olvidado. Aguantar como sea. ¿Cuál era el título de ese libro que nunca escribió? ¿Manual de resistencia? Como lo sigan otros que le sucedan, vamos a estar apañados. 

Sea como fuere, el naufragio es inevitable. Y hay botes suficientes para salvar a la tripulación.


martes, 8 de octubre de 2024

Israel tras 365 días

Un año ha transcurrido. Como viene siendo habitual en nuestro moderno mundo, tan aquejado de demencia frontotemporal, parece que sucedió hace mucho, mucho tiempo. No ayuda la terrible (y muy lamentable) confusión que se ha adueñado de la pulcra narración de los hechos. Hace un año que Hamás, ese amable (en boca de algunos) grupo terrorista pro-palestino, se dedicó a asesinar a ciudadanos israelitas a sangre fría, a descuartizar bebés, a violar y apalear a mujeres jóvenes de ese país, a dotarse de rehenes y parapetarse tras ellos como medio de los túneles de Gaza. Un millar muy largo, dramáticamente largo, de víctimas israelíes perecieron de la forma más horrorosa, cruel, despiadada y sanguinaria en que un ser humano puede perecer. Este hecho, que debería ser comprendido, aseverado y objetivado de manera precisa, se ha visto, no obstante, sumido en el discurso antisemítico cada vez más habitual de nuestro insufrible mundo actual. Uno diría, en un acto de prístina lucidez, que la infausta suerte de tantos inocentes habría de concitar el desacuerdo ante el oprobio vivido, que su aciago los haría merecedores de poder desvincular su memoria de la simpatía o antipatía que nos pudiese suscitar el gobierno del país en el que vivían. Pues no. Todo lo más, han sido vinculados con incoherente ternura (tan falsa como hipócrita) a la sedicente desdicha de los ciudadanos palestinos, equiparando con ello su destino como pueblo (un destino elegido por sus líderes en tiempos no tan antiguos, cuando estos practicaban también el terrorismo) con las atroces muertes de quienes perecen como consecuencia de una saña ciega e iracunda, que no distingue personas ni ideas, ni destinos ni orígenes. 

Por patético que pueda parecer, contemplado ya con ocelos extraterrestres porque una parte no ínfima de terrícolas hace tiempo que hacen ojitos a las consignas palestinas con independencia de que sean prudentes o no, este cáncer se ha extendido de forma parecida a como prenden los regueros de pólvora, y no debemos situarnos lejos de la ecpírosis final. Nuevamente, y es lastimoso contemplarlo y, peor aún, afirmarlo, parece que cada ciudadano israelí necesita definirse frente a los demás. Es imposible comprender el empeño de buena parte de las élites políticas del mundo occidental, esas que no dudan en arrastrar a las cobardes masas gritonas de siempre, cada vez prolíficas en su beligerancia, en adoptar adoptado como suyo el mensaje que unos terroristas sin escrúpulos lanzan al orbe siempre que tienen oportunidad, incluyendo en él una relación contable de sus infamias. Desde estas páginas hace tiempo que vengo denominando como tontos de solemnidad a quienes así se comportan y definen, pero todavía no he analizado la causa de tanta majadería que, si solo fuese estupidez, por mí bien habría de quedar en esa circunstancia: el problema es que se trata de una aberración que, por desgracia, la Historia ha concitado en más ocasiones de lo que sería aconsejable.

Finalmente, tras un noviazgo pleno a lo largo del cual la novia (o el novie) ha ido concediendo más y más audacias al antropoide novio. El fundamentalismo islámico y la progresía woke han arribado a una coyunda cuya intención de procrear es, curiosamente, la de destruir: destruir los derechos humanos, las libertades, el pensamiento racional... todo eso que espanta a los infectos novios. La corte de este bodijo nauseabundo se completa con no pocos organismos internacionales que, de serviles, se han convertido en rameras, incluyendo oenegés y no pocos medios de comunicación. Uno cree, aunque sea de pazguatos creerlo, que todo cambiará el día del futuro en que los asesinos islamistas se dediquen a masacrar a esta panda de bobalicones de progresía errática, y espero que no suceda porque primero nos hayan exterminado a todos los demás. Todos sabemos que la santa yihad no distingue entre unos infieles y otros, es una ley que yace entre las tinieblas de un medievo retrógrado que solo admite la sumisión como precepto. 

No sería mal epílogo contemplar cómo Isarel acaba con todos ellos (ya que los demás hemos decidido quedarnos de brazos cruzados, o sentados al paso de su bandera, como hizo aquel imbécil forrado con el oro del Orinoco).

viernes, 27 de septiembre de 2024

שִׁ֥יר הַֽמַּֽעֲל֑וֹת מִמַּֽעֲמַקִּ֖ים קְרָאתִ֣יךָ יְהֹוָֽה

La primera vez que estuve en Israel, cuando palestinos y judíos convivían en paz y amistad mutua pese a las dificultades de un Arafat cerril y embustero, me sorprendió muchísimo ver a mujeres soldado, enfundadas en uniforme de camuflaje, fusil al hombro, semblante serio (bellísimo: son admirablemente hermosas las mujeres de Judá) y total determinación para defender su tierra, sus familias y su credo. El primer varón con el que coincidí fue un taxista que me llevó del aeropuerto a Rehovot (media hora de vehículo). Cada vez que veía soldados durante la travesía, me recordaba que allí el servicio militar era obligatorio tanto para hombres como para mujeres, y que duraba dos años. Se le sentía asqueado. Yo le respondí que, en las condiciones de convivencia de Israel con todos sus vecinos, lo normal era que la población estuviese en un continuo estado de guardia, con reservistas movilizables en poco menos que canta un gallo (expresión atroz para quienes hemos criado gallos: no son tan breves como el adagio informa) o en un santiamén o en un periquete (o, como dicen en Chile, altiro, por aquello de llamar para la refacción a disparo limpio). La última hembra con la que coincidí en Israel fue una jovencísima policía de frontera que, en vista de las muchas horas de adelanto con que había llegado yo al aeropuerto, procuró la inspección más minuciosa y detallada de una maleta a la que jamás haya sido sometido. Creo que me tuvo más de media hora entretenido en ir descomponiendo las ropas y enseres que portaba en la valija (pasó mucho tiempo hasta que aconteció la llegada sincronizada de los primeros viajeros en fila ordenada). Al término de la indagación concienzuda, justificó su meticulosidad examinante (no, no se disculpó por ello) en el peligro cierto que corrían aviones y pasajeros por los actos terroristas. Pero si no vengo: me voy, argüí. No importa, replicó, ellos no entienden esas diferencias. Pese a la molestia, y créanme que es un engorro ir detallando uno a uno qué es cada cachivache que uno porta en los viajes (por eso lo mejor es moverse a lo Machado, muy escasos de equipaje), me quedé razonando para mis adentros que aquella chica tan guapa tenía mucha más razón que el indolente taxista. Ella estaba de servicio y yo era un tonto redomado: con gusto le hubiese invitado a tomar algo. Esa ocasión la perdí.

Muchos años después, cuando hasta los árabes sauditas admiten que llevan décadas haciendo negocios con Israel, pese a no haberlos reconocido en un mapamundi sino hasta épocas muy recientes, y muchos de sus convecinos han aprendido a moderar sus ansias eliminatorias (muchos, pero no todos: los tontos iraníes siempre se empeñan en ser el hazmerreír del mundo árabe), resulta que Israel se encuentra envuelta nuevamente en guerras: al norte y al sur, con los iracundos hamasíes y los airados hezbolanos, tan resueltos siempre a implantar el terror; también con buena parte de la prensa, con la ONU, con Amnistía Internacional, con todos los de siempre y con unos cuantos más, por añadidura, que por alguna extraña razón se confiesan turiferarios de los árabes terroristas, pero no (de ninguna manera) de los únicos ciudadanos que eligen democráticamente en la zona a sus gobiernos. Uno diría que a estos últimos, lo mismo si son actores afamados que atontados alelados como nuestro mastuerzo presidencial, mejor es no hacerles ningún caso, y aliviado me siento de que Israel me haga caso en esto que pienso, porque el peligro más inminente son los primeros, los terroristas, los exterminables. Sin embargo, al mismo tiempo, siento cierta consternación cuando leo que muchos ciudadanos israelíes piensan que su gobierno debería alcanzar algún de acuerdo de paz con los perros rabiosos que solo piensan en aniquilarlos a todos (antes de que se los extermine a ellos). Imagino que en esa sociedad, como pasa en la nuestra desde hace tiempo, cada vez hay más indolentes zafios como el taxista que guerreras audaces como la hermosa policía que me registró.

Hay situaciones que requieren que las personas, hombres o mujeres, estén entrenadas y armadas, siquiera mínimamente, y predispuestas al combate. Resulta épico morir por las propias ideas, especialmente si estas son la democracia y la libertad, pero ambos conceptos son desconocidos o reconocidos como némesis, por buena parte de los ciudadanos árabes. De tener que morir, sin remisión ni duda, mejor hacerlo por la sangre de tu propia sangre, por los hijos, por la estirpe que uno lega al futuro, ese país desconocido que refería Shakespeare, donde lo que sucede no es sino ensoñación y alucinamiento hodiernos, aunque tal cosa poco importe, porque llegado el momento, hay que saber ser humano. La antítesis, si podemos llamarlo así, se encuentra en la legión casi imbatible de quejicas con que se victimizan ellos alegando siempre el infausto destino de los demás, unos demás a los que desconocen, con quienes no quieren saber nada, pero que, usados con la debida manipulación ideológica, pueden resultar muy rentables para que otros parecidos piensen cuánta razón hay en sus palabras. En los humanos, lo de perro no come perro es una falsedad, un fingimiento y una hipocresía: ha despertado la bestia escarlata de siete cabezas, también conocida como wokismo en ciertos ámbitos, y comunismo de ricos en otros. A las pruebas me remito: Lo País reconoce la potente obra social de los terroristas de Hezbolá. Si eso, además de idiotez, no es también ruindad, qué hemos de merecer...

Lo sé: merecemos lo que ya tenemos. Un Sánchez, un Zapatero y siete millones de estúpidos manejando el cotarro. Y los del otro lado, ventando el viento.


viernes, 20 de septiembre de 2024

Tras dos años sin el Sr. Marías

Yo siempre admiré a su padre, don Julián, un filósofo que, mucho antes de serlo, fue espectador y crítico de cine. Discípulo de Ortega y Gasset, y uno de los mayores intelectuales españoles del siglo XX. Su maestro afirmaba que "ver es pensar con los ojos", tal vez por ello encontraba el filósofo, en las pantallas de los cines, materia donde ampliar su entendimiento. Nunca admiré al hijo, don Javier, como escritor. O, al menos, no como escritor de novelas. Admito que me gustaban, y buscaba, sus ensayos a medio camino entre la columna y la contribución periodística. Pero sus novelas, no: ninguna. Alguna vez acudí a los críticos literarios en busca de lucidez, de iluminación, de discernimiento, inteligencia, sensatez, penetración, clarividencia. Todo fútil. No encontré sino obviedades, fruslerías y nimiedades, a menudo presentadas de una manera incluso más enrevesada que las propias digresiones de don Javier. 

Por algún motivo ignoto, al menos para mí, siempre sostuve que don Javier, el Sr. Marías, a quien muchos consideraban el mejor novelista español de la democracia, era incapaz de novelar adecuadamente. Sus muchas páginas contenían errores garrafales de puntuación, sintaxis con más de ricia que de riqueza, adjetivaciones torpísimas, lugares comunes y una enormidad de frases hechas, amén de muy escasa profundidad en sus continuados (y, al parecer, muy valorados) excursos. Todas las novelas que de don Javier leí presentaban una desorganización excesiva y una narrativa sin perspectivismo alguno, ninguna de ellas estaba escrita en tercera persona (cosa que, en sí misma, no es un desacierto), y, como sucede con otros escritores de igual o mayor éxito, caso de don Arturo, con una deplorable construcción de personajes y circunstancias. La cuestión, así abordada en mis adentros, no carecía de interés: me intrigaba sobremanera cómo era posible que el ensayista a quien más admiraba (como columnista) ofreciese una prosa tan sumamente torpe, reiterativa, incorrecta y, al menos para mí, inhóspita. Me resultaban incómodos los anacolutos, agraces las confusiones semánticas, irritantes las expresiones de mal gusto en una narrativa bastante parva y siempre entreverada de disquisiciones, cuando no se transcripciones literales de otros libros, propios o ajenos, incluidas las guías de ferrocarriles.

Admito que, muy probablemente, todo ello que en su momento me parecía desolador, para muchos resultase argumentos sólidos con los que proponer a don Javier al Nobel de literatura, cosa que yo hubiese secundado si toda su producción literaria estuviese contenida en sus ensayos y artículos dominicales, no en sus novelas, y mitigando con esfuerzo -eso sí- la indignación que me generaba su oposición a que tan celebrado galardón le fuese concedido a don Camilo. Mas todo esto son arrumbaciones que, en su momento, pudieron cobrar sentido. Hoy en día todo es muy distinto, porque el Sr. Marías salió triunfante y laureado de la lid que aquí expongo. La calidad literaria de los exponentes de la literatura superventas en nuestro país está más enrielada hacia las peripecias de don Javier que a las narrativas del mencionado gallego, o del vallisoletano Delibes, o incluso de la etapa de madurez del catalán y marraquechí Juan Goytisolo. Ha de tenerse en consideración que cuando el Sr. Marías se consolida como novelista, allá por la década de los 80, la piel de toro vive con exceso las experiencias lisérgicas de la movida, del aperturismo, del destape, y él, como creador literario, aventura una prosa muy alejada del estilo, el tono y el ritmo cadencioso de los grandes nombres totémicos, transidos en el realismo obsoleto, el vanguardismo extemporáneo, el tremendismo arcaico. De ahí que los años acabaran por convertirlo en un símbolo casi antisistema que había conseguido desbaratar el conservadurismo (no político, sino literario) de cuanto había sido hasta ese momento admirado dentro y fuera de nuestras fronteras. 

Don Javier, desde ese momento, se volvió omnipresente. La crítica, que ya no se ejercía en los libros o en los diarios, sino en los suplementos culturales de estos, especialmente los fines de semana, lo había aupado a un empíreo literario con más de nirvana que de ascesis. De tajamar del contrapoder a erigirse en poder, fue todo uno: rápido, veraz, casi aclamación. De cada nueva novela brotaban docenas de reportajes en prensa, radio o incluso televisión. Se convierte en columnista de primeras páginas, como su amigo el Sr. Pérez-Reverte, guion interpuesto, académico igualmente, de cuando en la Academia dejan de proliferar los filólogos para enturbiarse de escritores. En lo que no se convierte es en un buen escritor. Pero qué más da: su estilo, tan peculiar como entecado, es devorado por miles de lectores y adeptos (unos y otros no siempre coinciden, aunque ambos agiten por igual el turíbulo de su litúrgica prosa). Insisto en que, a mi entender, descuella en sus artículos suplementales, tal vez porque desde ellos se erige en un entrañable cascarrabias, repasado de todo, donde arremete contra el feminismo moderno o las redes sociales o la política. Muchos son quienes encontraron en estas usanzas suyas estigmas, cuando no el resemblar de una época periclitada, tan caduca como la que él coadyuvó a derribar cuando aún lucía melena en su cabeza. En todas partes proliferan gentes que saben adaptarse a las modernidades provengan de donde provinieren, ya se sabe. 

Las estanterías de la Fnac y similares engendros están repletas de autores vivos con muchísimo menos talento que don Javier y, posiblemente, idéntica o superior fortuna. El Sr. Marías podía permitirse vivir (y muy bien) de lo que vendía. Que escribiese con mejor o peor tino, a juicio de quien esto suscribe, es casi lo de menos. Lo determinante es que ya han transcurrido dos años sin su presencia y el mundo sigue girando: el literario y el antiliterario, que tanto denostaba. Futbolistas, youtubers, influencers y demás famosetes también perecerán, llegado el momento, y para entonces los centros de datos de todo el mundo se habrán colmado de tanta basura que solo algunos nostálgicos recordarán sus nombres. Todo permanece en los centros de datos: sus residuos son como capas geológicas compuestas de arenisca o sílice superpuestas unas con otras. Solo lo reputado, aunque no sea conocido, permanece en las bibliotecas. Díganme quién será olvidado más deprisa.

viernes, 13 de septiembre de 2024

Arderá el toro

En mi psique, hace tiempo que los estragos de la política son sábanas oreadas por un céfiro apacible que sopla no desde poniente, como un favonio, sino desde levante, por ser aquello que pretende impregnar cada día el aire que respiro con sus efluvios corruptos. Si, primero, me desentendí de los más afamados deportistas y cantantes y actores, todos muchomillonarios porque este mundo está hecho así de mal, y posteriormente me desentendía de escritores y músicos y artistas, al advertir que eran parte alícuota de una industria exactamente igual de grosera que lo anterior, ya solo me quedaba la política, los devenires que nos azuzan a los ciudadanos y contribuyentes (sobre todo a estos últimos).  Ahora que vivimos tiempos de drama casi litúrgico por todas las costuras del ancho orbe, lo que nos sucede en la piel de toro es más esperpento que sainete, aunque tenga un poco de todo, como bien lo atestiguan las continuas expectoraciones de los muchos lameculos, fidelísimos, turiferarios y cobistas que se plegan a los designios del más horripilante y zafio patán que nunca pudo pisar el palacio monclovita. Gobernar, no gobierna. Se mantiene. Y mientras duren los torcimientos de la rueca, seguirá colocando nepotes y engrosando las cuentas bancarios de su mujer, su hermano, su cuñada, sus amigotes de la infancia, sus amantes, sus sirvientes y sus tontos del culo, siendo estos últimos los más necesarios, solo un punto por debajo de los bo-votantes (bo-votontos, es acepción igualmente válida) que depositan la papeleta con su nombre en cualesquier urnas, así arranque su piel (y la de los demás) a tiras. Qué más da. Yo soy sociata porque el mundo me hizo así, ¿verdad?

En mis meninges, hace tiempo que este país se fue a la mierda. Exactamente el 11 de marzo de 2004, cuando los bombazos en los trenes de cercanías de Madrid llevaron a la presidencia a ese imbécil primigenio que lleva por segundo apellido Zapatero, que muchos creían la reencarnación de un cervatillo y que ha resultado ser un funesto espécimen por su abyección y vileza. Desde entonces, por malignos que fueren (para ser gobernante hay que ser malvado en buena parte, lo tengo clarísimo, porque una parte de la población jamás aceptará lo que promulgue y en su ánimo anidará cada vez más la revancha), no ha habido un solo monclovense listo, inteligente o ecuánime. Y tras el chuloputas que hay ahora, tampoco vendrá ninguno con los muebles bien pertrechados (sí, estoy mirando al gallego), salvo que acceda alguna ayuso si es capaz de no entorpecerse con cuestiones cutres de novios aún más cutres. Pero antes de que tal cosa suceda, hay que desalojar a ese partido gobernante que no deja de parecerse cada vez más a una banda mafiosa para quienes la convivencia de todos los españoles es una razón por la que descojonarse de risa. De entre todos los derroteros plausibles con que hubieran podido incardinarse los politicastros sociatas de hogaño, han elegido (por palmoteo al líder, no por su propio pensamiento, que no lo tienen o, cuando menos, no se observa) el de desahuciar al Estado que les da de comer. Como los virus hacen con los infectados, lo mismo. Lo cual tiene su gracia porque, una vez reconvertida esta pantomima de nación en una miríada de pequeños estaditos todos confederados, ¿para qué queremos la Moncloa y a ninguno de los idiotas que desde las instituciones del Estado le rinden pleitesía, cuando no abierta prevaricación coadyuvante? Es curioso que los sociatas del tinglado ese que medra en Ferraz deban asumir lo que le pasa al cuate de la Begoña por los santos cojones con tal de seguir ahí. Pues nada. Mientras llega la muerte de este Estado cada día más fallido, que aumenten el déficit y la deuda pública y el gasto público y lo que haga falta. Total, el patán ese que no sabe ni escribir sus propios libros ya ha proclamado que correrá el dinero por todas las autonomías como en la Arcadia los ríos de miel. Y mucha peña, esa que denomino bobotantes porque me da la gana, lo cree a pies juntillas. Pues eso. Una mafia aclamada por el pueblo al que esquilma sin rubor alguno y a la que arruina cualquier forma de oponerse a su omnímodo poder: vean, si no, lo que hay en la Fiscalía, en el Tecé, en el Banco de España ahora...

Esto acaba en revueltas por doquier. En violencia. En puro hartazgo de la infame satrapía del chuloputas, sus secuaces, sus lambeculos y bobotantes. O ellos o nosotros, ese será el dilema. La revisión de la España de 1936 en la Confederación de imbéciles y tiktokeros. Ni Europa, ni los jueces: nadie podrá salvarnos de la deflagración que se cierne sobre nuestras cabezas. Porque lo que viene sucediendo es un atropello donde unos pocos, poquísimos, se regocijan, bien lucrados, de nuestras ruinas, y siete millones de imbéciles aún no han despertado de su sueño ideológico. Y no cuenten con el gallego del ojo tierno: no sirve para remediar esto (ningún gallego pepero ha servido jamás). Hemos de ser nosotros.

viernes, 6 de septiembre de 2024

Hamás, jamás

Andan a tiros en Israel eliminando terroristas musulmanas. Anda Ucrania invadiendo Rusia. Y anda España con su aburrido espectáculo circense, donde enanos y orangutanes dirigen a pachas el tinglado del antiguo cotarro (es un circo donde leones de pacotilla pretenden devorar a los espectadores que contemplan todo lo que pasa con auténtica parsimonia).

Lo del Islam es así. Es la única religión mayoritaria del mundo que defiende una espiritualidad propia y una forma de percibir la realidad del mundo allende (e incluso ajena, en muchas partes del islamismo) las redes sociales, las convenciones progresistas (léase woke), el pensamiento filosófico indolente y las voliciones cambiantes y, lo que es peor, disolubles. Adivinen quién pervivirá de los dos mundos: el suyo o el nuestro. Aquí disfrutamos de un problema demográfico irremediable, ellos acuden en masa a nuestras tierras para frutear y usufructuar y repoblar. Como las nuestras se tuestan al sol en bikini o topless, y las suyas con un hiyab rectificado, consideramos su civilización muy inferior a la nuestra. Tan inferior, que las mocitas de aquí se casan en edades de inhacedera descendencia, y las de allá que vienen acá son jóvenes al devenir abuelas. En cambio, hay más perros y gatos que nunca, y defendemos los derechos de los orangutanes y demás bichos sintientes. En efecto, somos muy superiores: tal vez. El problema es que somos la civilización menguante a toda prisa. Tiene el Islam sus efectos colaterales: algunos están tan enloquecidos que quieren arrasar con todo. Y cuando ese todo coincide con Israel (y su pueblo), muchos en Europa y otras partes declinantes de nuestra avanzada cultura, aplauden o callan. Igual que ha pasado aquí, en la piel de toro, con la ETA. Allí, en Gaza, ha sucedido con seis rehenes israelíes a quienes los mamelucos de Hamás han descerrajado un tiro en la cabeza cuando el ejército los iba a libertar. Pero que esta realidad no impida el disfrute de lo que queda del verano, como es Hamás, y por ahí lo confunden con Palestina, país sin Estado porque no quiso, cosa que también se confunde, y el tema de los palestinos es muy cool para abatir moralmente la superioridad imperialista de los Estados Unidos y las razones de defensa de los descendientes de Sem que una vez conquistaron Sión.

Lo de Ucrania es más complicado. Europa se puso guapa tratando de coartar los emolumentos rusos del gas o el petróleo, pero olvidó que esa guerra se libraba en su territorio, por lo que prefirió seguir defendiendo al lobo que se come a las ovejas y al burro aquel de la burra aquella de la Comisión. Justicia, sí, pero con cuidado. Ni siquiera hubo de enfadarse Valdomero: solo necesitó esperar a que siguieran llegando las peticiones de suministro, cosa que hizo tan campante mientras se deshacía de enemigos, traidores, opositores y lo que él debe de considerar similar ralea.  La sorpresa ha saltado cuando, lejos de verse impelida a una derrota voluntaria que todos parecían apuntar (tal vez por hartazgo de la duración de una guerra que nunca inició, solo la padeció), Ucrania ha decidido darle a probar a los rusos de su misma expansiva medicina. ¿Recuerdan cuando, al inicio de la contienda, se suplicaba por parte de algunos mindundis que los ucranianos se dejara conquistar sin oponer resistencia para no exacerbar la conflagración e impedir que muriese la población? A esto me refiero con lo de declinante civilización del mundo sedicentemente libre.

En España a los rehenes asesinados por Hamás tras nueve meses de cruel cautiverio, los llaman en algunos medios de comunicación, fallecidos. Fallecen, sin más. Debe ser que Hamás los deja morir sin causarles tormento ni tiro en la nuca alguno, al igual que hizo ETA con Miguel Ángel Blanco o el ruso Valdomero y su batallón de abyectos aplaudidores con los ucranianos. Unos matan porque Alá es grande y los infieles minúsculos. Otros porque Euskadi es grandiosa y los demás vascongadamente prescindibles. Y alguno porque es bajito y todos le estorban en su empeño por volverse zar. Por descontado, como sucede en todas partes, las víctimas acaban en el olvido y la indiferencia y los homicidas aplaudidos, homenajeados, exaltados.  Todo esto es sumamente despreciable. Los rehenes israelíes fueron abaleados primero por los miserables terroristas de Hamás, luego por los conciudadanos israelíes que se lanzaron masivamente a la calle a protestar... ¡contra Netanyahu!, y posteriormente por cualquier individuo del planeta que piense, en lo más profundo de su ser, que Hamás existe porque existe Israel y que, mientras quede un solo israelita viviendo en suelo de Judea, es normal que haya judíos occisos. 

viernes, 30 de agosto de 2024

Los leones salvajes del Caribe

A finales del siglo XVI, León era una provincia con dos capitales, Oviedo y Ponferrada, que se extendía desde una diminuta provincia de Zamora (de la que Toro estaba desgajada por ser exclave) hasta el mar Cantábrico, salpicada por territorios que formaban parte de la provincia de Valladolid. De entre todas las provincias leonesas ahora integradas en Castilla y León, Salamanca destacaba por extenderse hacia casi la bahía de Cádiz (que entonces era la provincia de Sevilla) y Córdoba, atrapando la hogaño Extremadura y segando a tajo a la pequeña Ávila y la grandiosa Toledo. Para los que somos charros, de nacimiento, temprana o tardía adopción, aquella sí era una buena organización territorial. Luego, en 1830, nació el mapa provincial y regional que todos los ahora ya maduros ciudadanos aprendimos en la escuela, aunque muchos no se acuerden: La Rioja no existía, tampoco Cantabria, porque ambas formaban parte de Castilla la Vieja; Madrid, de la Nueva; León estaba aparte; Albacete formaba parte de la región murciana...

Allá en mis añoradas Arribes, nadie hace caso a las pretensiones de una exigua minoría (y un enloquecido Pesoe) por constituir León en una nueva autonomía desgajada de Castilla, aprovechando no sé qué dialecto que allí nadie habla (ni falta que hace) y un narcisismo nacido en la geografía política de los libros de texto de la temprana EGB: quiero decir, de los niños. Como suena. Tuve en el pueblo un amigo (porque ya no lo tengo, le perdí la pista tras mi desposorio, al cual fue invitado) que se presentó a unas elecciones autonómicas como candidato de la Unión del Pueblo Leonés (UPL), imagino que por hacer la gracia y sentirse gracioso, porque ni siquiera se votó a sí mismo. El sofismo era de lo más simple: Castilla y León no podían permanecer juntas porque, estándolo, se perdía toda seña de identidad regional de uno y otro antañones reinos. El sentimiento nacionalista de lo leonés surgía, por tanto, de un oscuro pozo sin iluminar, tan oscuro y tan falto de luces, que no había dos proleoneses que acertaran en una sola frase cuando soltaban sus (en muchos casos, contradictorias) proclamas. Luego ya hemos visto a lo que conduce el nacionalismo: a parir gañanes en Galicia (tierra de textiles panterráqueas), arruinar el Quebec, irrelevar las Vascongadas, y crear lo de Cataluña, que no hay quien lo entienda ni lo asuma. Pero entonces a los proleoneses aquello les parecía muy digno y necesario, tanto que en la propia Salamanca se creó una contracorriente para expulsar a León y dejar a zamoranos y salmantinos unidos tranquilamente a sus amigos castellanos.   

Será que allá no tenemos sentimiento regionalista porque preferimos mirar a nuestra vertiginosa Historia, algo que los demás ni tienen ni, tal y como va, tendrán jamás por mucho que les pese a los del terrorismo, el escapismo, el republicanismo de siete minutos, los gañanes de bar sin pulpo a feira o a los idiotas por doquier que nunca faltan. Los tontos no escriben la Historia: la Historia escribe la suya a ellos. Fue un zamorano, y anarquista para más señas, quien concibió el himno de Madrid (ese que nadie sabe cuál es), ejemplo de territorio con y sin bandera (porque tampoco nadie se acuerda de ella) y con un sentimiento autóctono tan vigente y contagioso que cualquiera, provenga de donde proviniere, inmediatamente se siente uno más, así mantenga dentro todas sus atávicos y sentimentaloides infectos regionalistas o nacionalistas. "¿Catalán? No pasa nada. Tómate otro gintonic, a este invito yo que tú ya sabemos que no pagas nada". En el fondo, madrileños y castellanoleoneses, y extremeños, andaluces, murcianos, e incluso levantinos, lo que somos es patriotas, ese género cinematográfico de lo horripilante que llena de gritos las almas secesionistas y comunistas y, ahora tambien, las pesoesanchistas. 

Ay, León. Para leones salvajes, mejor los del Caribe. ¿Verdad? Yo aún me acuerdo del anuncio, hoy tan wokizadamente denostado.

viernes, 23 de agosto de 2024

De patanes estivales a feira

Cierto día, de ya hace bastantes lustros, porque hasta el momento llevo once, y ya enseguida me encamino hacia el doceno, palabro que acaban de descubrir mis sobrinas, que para unas cosas son más listas que el hambre y para otras les falta despabilar, pero cosa mala (el horror de los colegios de solo niñas en Alemania, y en otros lugares, trae estas carencias). Que me pierdo. Decía que, una vez, hace mucho, llegó una joven pareja madrileña a Ciudad Rodrigo (Zumbalombligo, que decíamos los charros en plan de coña) en pleno mes de agosto, y en plena canícula, a solazarse con las murallas y el Parador y poco más que por allí hay. Al momento de sentarse a comer, entraron en uno de los muchos restaurantes de la Plaza Mayor e inquirieron aquello que en la zona es típico: "Huevos fritos con farinato, ¿verdad? Pues dos raciones". Los del lugar tomamos farinato en invierno, porque se trata de grasa de cerdo curada con pimentón y cebolla dentro de una tripa, y es una delicia bastante potente que conviene tomar con extremada mesura. Pero la pareja, tan joven y voluntariosa como torpe, por tal vez no reparar en la letra pequeña de la guía de viajes, pese a los treintaymuchos grados a la sombra, hubo de zamparse, con grandes sudores y esfuerzos, los contundentes huevos fritos con farinato, para regocijo de los maliciosos parroquianos que allí se daban cita a la hora del almuerzo, divertidos con los goterones de sudor que caían por el cuello de los dos turistas desorientados en lo gastronómico.

Uno, que nunca viaja por placer, solo por trabajo, motivo por el que puedo desdeñar al turismo, que es placer y regocijo en primera instancia, siempre avalado por un tour operador (negocios que proliferan como esporas incluso en las estepas de Mongolia), uno -decía- siente cierto cariño condescendiente por los turistas, no importa de dónde sean o provengan. Los hay incluso en estas Arribes que en el estío tornan insoportables. Dicen que dejan dinero, pero eso será en Ibiza o Mallorca, donde también dejan cadáveres de idiotas ingleses saltadores de balcones, porque en estas tierras junto al Duero los que vienen, pocos, solo dejan lástima, y en ocasiones ni eso. Pero bienvenidos son, de cualquier manera. Y si se toman unas cervezas y algo de ibéricos (esos que hacen al sur, en tierras de Guijuelo, que no tienen nada que ver con estas otras por igual Salamanca que sean), pues fenomenal también, y que les aproveche. Así, además, de ellos algo aprenden los lugareños, que se hallan cada vez más desprovistos de cosmopolitismo y de urbanidad y les pasa como a tantos sudamericanos que vienen a España a servir mesas y barras de bar, que o no saben tratar a los clientes o lo han olvidado, sean quienes fueren los susodichos clientes. Hay que tratar el consumidor como se debe: no a lo pueblo, que decíamos en la capital, o a lo burro, que es como lo digo yo, porque ante la falta de atención, de delicadeza y de interés, reacciono siempre llamando a la bicha por su nombre asnal.

Este verano se ha afamado en lo de zaherir a turistas madrileños uno de esos patanes gallegos que en su vida han sabido hacer otra cosa que rebuznar y que, aun sabiéndolo, lo tiene a mucha honra porque lo de llevar las orejas puntiagudas y ser idiota y cateto a un mismo tiempo no es cosa de poco mérito: lo es de mucho. Dudo que se comporte de esa guisa por arrastrar en su zafio espíritu el oprobioso rencor ancestral por los desprecios que, en tierras ajenas, sus antepasados hubiesen podido recibir de unos y otros. Nada de eso lo justifica. A este tipo de gañanes todo eso le trae sin cuidado, porque ni siquiera han leído jamás nada al respecto. Lo suyo es odiar al que viene de fuera o de dentro, sobre todo al de fuera, que eso de ser de otra parte, máxime en tierras nacionalistas hiperventiladas (yo bien lo escuché de mí mismo en las Vascongadas, siendo así señalado por los vascos de Francia, que tiene su aquel), parece un pecado de muy difícil penitencia para ellos, los autóctonos con apellidos amorcillados o enlonganizados con los que demostrar oriundez. Lo mismo hay que volverse no digo gallego, o vasco, o catalán, sino idiota y patán. 

Qué le vamos a hacer. De lerdos está el mundo regionalista lleno...

viernes, 16 de agosto de 2024

Boxeadoras por cojones

Cada día es más sórdido regirse por los códigos jurídicos y éticos del mundo moderno. Habrá quienes se sientan encantados de reconocerse en ellos, cómo no, pero la única realidad que puede deducirse de todo lo que está sucediendo es que los locos se han apoderado del manicomio humano. De manera que si a usted le agrada el decurso de cuanto viene sucediendo, no le quepa la menor duda de que usted está entre los locos. Una locura peligrosa. Una locura que necesitaba darle la espalda a la realidad biológica, a la realidad humanista, a la realidad histórica y a la realidad social.

Miren lo que ha sucedido en los juegos del olímpico con el asunto del boxeo femenino. Es lo que sucede cuando el sentido común se pervierte y queda subvertido por una cierta ideología, siempre la misma (la de los idiotas que rechazan formar parte de la naturaleza biológica). Como basta la palabra de un maromo, por la que se diga sentir mujer, para ser mujer, y no sus indicadores biológicos y hormonales y sexuales, ahora resulta que se permite competir a maromas sospechosas de ser maromos contra mujeres que lo son de cuna y nacimiento. De hecho, en las finales de boxeo femenino han competido y ganado hombres, aunque andan unos y otros tratando de justificar que no lo son porque resulta que son otra cosa aunque sea obvio lo que auténticamente han sido y serán. Genial. Ni los machistas más acérrimos podrían haber cavilado una humillación más notable contra el sexo femenino, el de las mujeres de verdad, no el de esos estúpidos con cojones que ni siquiera han tenido el valor de cortárselos (algo que habría que hacer con todos ellos si lo que desean es darle golpes a una mujer: al menos que demuestren su sacrificio).

Entre el olimpismo funcional, allá donde los prebostes sostienen la vacuidad de las reivindicaciones elegetebeinosecuántos sin enmendar sus delirios porque, como decía anteriormente, el sentido común ha quedado de repente proscrito, la cosa se ha silenciado bastante. E incluso los hay que se han vanagloriado de ello. Con un mundo así de ancho, así de extenso, con las amebas jugando a desempeñar el papel de vertebrados y los animales de sangre caliente reconvertidos súbitamente en irrealidades sexuales, todo es posible. Pero sobre todo es más posible entre los maromos, como se ha comprobado en los juegos parisinos de la irreverencia y de la nadería más espantosa, porque yo no he visto a ninguna mujer con dudas sobre su sexo apuntarse a las competiciones masculinas para las que pudiera sentirse impelida. En realidad, me parece que a las féminas con sensibilidades maromísticas solo se las necesita para esterilizarlas y arruinarlas de por vida. Los hombres, de cualesquier condiciones, han sabido labrar su éxito sobre la inanidad del mundo moderno.

Lo siento mucho por las mujeres que se ven derrotadas por especímenes humanos de dudosa legitimidad e indudable caradura. Y no me refiero solo a las derrotas olímpicas, me refiero a las que se propugnan en todos los órdenes de la existencia. Pero, oigan, caros lectores, es por donde el mundo moderno ha querido decantarse: la superación de la realidad biológica y la adherencia a una suprarrealidad mediocre y falsa cual tahur pillado en la trampa. Porque es una trampa. Es una construcción hartera y hortera que, por razones difíciles de entender, ha prosperado entre los aburridos de la vida y los urdidores de revoluciones muchas. Pero usted, a quien tal vez la calamidad del boxeo femenino (o de cualquier otra disciplina femenina, salvo la gimnasia artística y otras por el estilo donde la femineidad se impone con holganza a los cojones disfrazados) no le ha causado espanto, todas estas razones le han de parecer caroetovetónicas, fascistas, degradantes y contrarias a la variedad del mundo. Pero aquí, en todo caso, los únicos fascistas humilladores de la mujer son usted y otros como usted, que abrazan la religión de la igualdad solo para prosperar y no tener de qué preocuparse. 

Bendito verano. Y yo cansado de hablar de dupas sin sabor...