Cierto día, de ya hace bastantes lustros, porque hasta el momento llevo once, y ya enseguida me encamino hacia el doceno, como acaban de descubrir mis sobrinas, que para unas cosas son más listas que el hambre y para otras les falta despabilar, pero cosa mala (el horror de los colegios de solo niñas en Alemania, y en otros lugares, trae estas carencias). Que me pierdo. Decía que, una vez, hace mucho, llegó una joven pareja madrileña a Ciudad Rodrigo (Zumba L'ombligo, que decíamos los charros en plan de coña) en pleno mes de agosto, y en plena canícula, a solazarse con las murallas y el Parador y poco más que por allí hay. Al momento de sentarse a comer, entraron en uno de los muchos restaurantes de la Plaza Mayor e inquirieron aquello que en la zona es típico: "Huevos fritos con farinato, ¿verdad? Pues dos raciones". Los del lugar tomamos farinato en invierno, porque se trata de grasa de cerdo curada con pimentón y cebolla dentro de una tripa, y es una delicia bastante potente que conviene tomar con extremada mesura. Pero la pareja, tan joven y voluntariosa como torpe, por tal vez no reparar en la letra pequeña de la guía de viajes, pese a los treintaymuchos grados a la sombra, hubo de zamparse, con grandes sudores y esfuerzos, los contundentes huevos fritos con farinato, para regocijo de los maliciosos parroquianos que allí se daban cita a la hora del almuerzo y se divertían con los goterones de sudor que caían por el cuello de los dos turistas desorientados en lo gastronómico.
Uno, que nunca viaja por placer, solo por trabajo, motivo por el que puedo desdeñar al turismo, que es placer y regocijo en primera instancia, siempre avalado por un tour operador (negocios que proliferan como esporas incluso en las estepas de Mongolia), uno -decía- siente cierto cariño condescendiente por los turistas, no importa de dónde sean o provengan. Los hay incluso en estas Arribes que en el estío tornan insoportables. Dicen que dejan dinero, pero eso será en Ibiza o Mallorca, donde también dejan cadáveres de idiotas ingleses saltadores de balcones, porque en estas tierras junto al Duero los que vienen, pocos, solo dejan lástima, y en ocasiones ni eso. Pero bienvenidos son, de cualquier manera. Y si se toman unas cervezas y algo de ibéricos (esos que hacen al sur, en tierras de Guijuelo, que no tienen nada que ver con estas otras por igual Salamanca que sean), pues fenomenal también, y que les aproveche. Así, además, de ellos algo aprenden los lugareños, que se hallan cada vez más desprovistos de cosmopolitismo y de urbanidad y les pasa como a tantos sudamericanos que vienen a España a servir mesas y barras de bar, que o no saben tratar a los clientes o lo han olvidado, sean quienes fueren los susodichos clientes. Hay que tratar el consumidor como se debe: no a lo pueblo, que decíamos en la capital, o a lo burro, que es como lo digo yo, porque ante la falta de atención, de delicadeza y de interés, reacciono siempre llamando a la bicha por su nombre asnal.
Este verano se ha afamado uno de esos patanes gallegos que en su vida han sabido hacer otra cosa que rebuznar y que, aun sabiéndolo, lo tiene a mucha honra porque lo de llevar las orejas puntiagudas y ser idiota y cateto a un mismo tiempo no es cosa de poco mérito: lo es de mucho. Dudo que se comporte de esa guisa por arrastrar en su zafio espíritu el oprobioso rencor ancestral por los desprecios que, en tierras ajenas, sus antepasados hubiesen podido recibir de unos y otros. Nada de eso lo justifica. A este tipo de gañanes todo eso le trae sin cuidado, porque ni siquiera han leído jamás nada al respecto. Lo suyo es odiar al que viene de fuera o de dentro, sobre todo al de fuera, que eso de ser de otra parte, máxime en tierras nacionalistas hiperventiladas (yo bien lo escuché de mí mismo en las Vascongadas, siendo así señalado por los vascos de Francia, que tiene su aquel), parece un pecado de muy difícil penitencia para ellos, los autóctonos con apellidos amorcillados o enlonganizados con los que demostrar oriundez. Lo mismo hay que volverse no digo gallego, o vasco, o catalán, sino idiota y patán.
Qué le vamos a hacer. De lerdos está el mundo regionalista lleno...