viernes, 6 de diciembre de 2024

Canción de otoño sin gaviotas

Este será mi último artículo (de momento) sobre esta cuestión tan atrabiliosa como es entender a los políticos conservadores de este país, quienes parecen tener más por costumbre venerar el poder de los socialistas que cuestionarlo a cada momento, como es su obligación cuando se encuentran en la oposición. Costumbre no solo atrabiliosa, también inveterada, a fe mía. Por fortuna, en tiempos recientes, una ayuso parece haberse percatado de esta desgracia y, por mantenerse firme en sus convicciones de contrapoder, ha encontrado finalmente su lugar. Parece un fenómeno paradójico, viendo como son sus correligionarios, tan sensibles y acomplejados, pero no me cabe la menor duda de que es la lideresa perfecta para este periodo actual, tan repleto de sancheces atrabiliarias hasta lo patológico.  

Su ascenso, antes que político, parece místico. Su grupo de apóstoles aún no ha decidido si es la Mesías de lo conservador o una vocinglera más vendiendo pescado fresco en la puerta del templo. La razón de esta duda nada cartesiana se halla, como queda justificado más arriba, en la actitud de los conmilitones -cayetanas al margen-. Porque la ayuso no es una mujer política como las concebimos habitualmente: responde a una narradora, que no una narrativa; a un espécimen capaz de simbolizar las ideas que defiende, y no un símbolo de lo que representa; una marca con denominación de origen al que sus enemigos ni siquiera saben cómo hacer frente por tanto mercado como les substrae. Los votantes peperos, dentro de su eterna búsqueda y el eterno retorno del próximo Aznar (praxis escatológica para quien aún no ha fenecido por mucho que sus ideas sí parezcan haberse depositado en lo más obscuro y tétrico del sarcófago místico), aún no parecen haber entendido que la ayuso es la respuesta a sus plegarias y no una síntesis del laboratorio político vigente, tan lleno de contradicciones como las que ellos parecen sedimentar en sus meninges. Fíjense, si no, en las restantes baronías, como la de Andalucía o Extremadura, tan similares a los despropósitos progresistas de las últimas décadas, que más que pastorear gaviotas, sus líderes lo que hacen es empuñar la rosa socialista, pero con la otra mano. 

Y se dirán ustedes: pero, ¿quién hizo a esta mengana? (iba a usar fulana, pero lo del fulaneo tiene mala semántica). ¿Tal vez aquel palentino que coincidera con ella en sus juventudes gaviotísticas que, arrastrado por el teodorico sin mesura (ni ingenio), cayó en perpetua desgracia? ¿Tal vez ese avispado periodista de la mar océana que, aburrido de pergeñar artículos en el norte castellano fue reclutado por un señor con bigote para servir de faro en la vorágine? ¿Tal vez el propio indocto que prontamente ha de sentarse en el banquillo como consecuencia de unos jueces sin parangón que, lejos de amilanarse cual lacayos agradecidos -y tiene unos cuantos, tanto en el Gobierno como en el TeCé-, le van a demostrar cuál es la mano que tira de la cadena? Esta ayuso es un excelente ejemplo de no-ficción, un personaje independizado de sus creadores que no busca autor ninguno porque escribe su propia historia, aunque de vez en cuando tenga algún traspiés, como lo de haberse echado un novio cutre y rico.

Encarna los valores básicos de la peña pepera, sus bases, que se dice ahora: bajar de impuestos, confrontar el cutre-socialismo, y ofrecer las tapas madrileñas como alternativa al apocalipsis. Es decir, justo lo contrario de lo que preconizan los parlamentarios del mismo signo en sus comparecencias. Por eso, lo más interesante de esta ayuso radica en sus votantes, quienes debaten si se hallan ante una deidad moderna o ante el martillo armagedónico con el que derrotar a las huestes contrarias (o ambas cosas a un mismo tiempo), tan escoradas a un izquierdismo banal y gritón e hipócrita que parece mentira que el palurdo gallego, visitante de ugetistas y aplaudidor de wokismos, no sepa aún lo que se le viene encima (principalmente a causa de sus naderías e inanidades). Al votante promedio del partido gaviotero le importan muy poco los crucigramas estratégicos de la calle Génova, perdidos definitivamente en cálculos de tránsfugas socialistas y esperas pacientes de que el barco se hunda: la ayuso es general zafada en trincheras y frentes de batalla, solo sabe vivir en fuego cruzado y siempre sale ilesa. 

Lo más ácido de esta historia es la falta de reconocimiento por parte de los suyos hacia todo lo que la ayuso representa. Ningún otro barón pepero se ha atrevido a convertir la confrontación en arte, la gestión en estrategia y la política en espectáculo. Tal vez porque carecen de talento, que es lo habitual. Por ese motivo los de la gaviota, con la sola excepción de la ayuso y la cayetana, llevan años atrapados en su propio laberinto, jugando a ser restauradores sin necesidad de romper molde alguno. ¡Con la que está cayendo! El gallego está amortizado desde el principio. Ni sé por qué lo colocaron ahí (otro punto flojo de la ayuso) y más le valdría retirarse a sus cuarteles de invierno, si los tiene, porque es la incapacidad manifiesta: él y su séquito de cucas y borjas y demás mediocres de medio pelo. 

Los votantes del PP no necesitan un nuevo Aznar. Necesitan, aunque aún no lo sepan, una ayuso que les enseñe a dejar de mirar hacia atrás, porque lo importante, lo relevante, es alcanzarle al indocto en el hígado por muchos sacos de arena que el chuloputas interponga en sus golpes (léase, el Ábalos a punto de ser imputado y creer saber ganar Madrid entera con otro turiferario de medio pelo).