Parece un reloj suizo marcando las horas para el cinismo. Cada Navidad, los emisarios del progreso mundial vuelven a la carga. Siempre encuentran tiempo suficiente en sus agendas para salvarnos a todos de nuestras propias tradiciones. Según ellos, nada tan opresivo como desear una "Feliz Navidad". De momento no han remitido un formulario de consentimiento mutuo e inclusivo entre felicitador y felicitado. Dicen que se trata de un acto de microagresión cultural. Hay que ser idiotas... La cuestión es que, como sustitutivo, proponen eso tan insulso de las "Felices Fiestas", que ya se empleaba también mucho desde siempre (yo lo recuerdo desde niño, pero era una manera de no repetir siempre lo mismo).
Infinidad de individuos de cualquier edad necesitan pasar por la vida desproblematizándolo todo. Total, si los exacerbados wokistas derriban estatuas de Colón allá donde las encuentran, cómo no atreverse a algo tan cultural como es la Navidad, si justamente es la Navidad el saco de boxeo que más fácilmente se golpea... Convertir la Navidad en una suerte de cumpleaños genérico para toda la humanidad es la solución. Tal vez por aquello de suceder cuando el solsticio de invierno del hemisferio norte, que en el hemisferio sur, donde la Navidad es más celebrada, la cosa va de estío y buen tiempo: cuando el clima es bonancible, la gente no repara en estupideces.
Nuestras ciudades se van decorando de Navidad, pero evitando insinuarlo siquiera. En Barcelona, en el Raval, han colocado unas luces invernales tan acogedoras como una reunión de comunidad de vecinos. Sin nada remotamente relacionado con la Navidad. Solo formas abstractas que podrían estar festejando el último modelo de iPhone. Todo para no ofender a la populosa demografía musulmana que allí habita. En las escuelas, los niños tienen claro que se celebran los regalos y las cenas (razón no les falta). Me pregunto por qué no lo hacen en un McDonald's, ya puestos. Nadie pide que sean creyentes. Se pide ser consecuentes. En el Medievo, el Islam jamás practicó la duda en sus preceptos, razón por la que perdió el liderazgo que ostentaba en ciencias, artes, música y geografía. Europa, tan arrebatada de fundamentalismo cristiano, promovió un ejercicio muy sano de contraposición de opiniones, y de ahí provenimos. Qué menos que darse cuenta de ello...
El laicismo militante, primo amargado de la neutralidad, tiene por cimientos la apatía cultural. Ser culto es muy aburrido, además de muy cansado. Mejor aprender cosas en Netflix. Mejor subir fotos a Instagram. Mejor publicar chorradas en Facebook (¿aún existe?). Nos obsesionamos con no celebrar nuestras tradiciones y el islamismo, que ni siquiera se esfuerza en disfrazarse de multicultural, va imponiendo las suyas a causa de ese complejo de culpa crónico que padece Europa. España, siempre dispuesta a llegar tarde a todo, se ha subido al tren con entusiasmo, tanto a derechas como a izquierdas, alimentando su propio vacío cultural con folklore reinventado, alcaldes tontainas, y desprecio a lo propio. El consumismo, por cierto, jamás desaparece (pero todos se quejan de él, aun practicándolo). En otros países empiezan a entender que, sin una identidad clara, las sociedades se derrumban. En España, esa cualidad parece exclusiva de catalanes desquiciados y vascos otrora terroristas.
Este año me han felicitado ya las "vacaciones" en varios idiomas. A mí, que soy ateo, me parece ridículo. A otros ateos, no sé. La Navidad es algo más que la conmemoración religiosa del nacimiento, hace más de dos mil años, de un Mesías, hijo de Dios o lo que fuere. La Navidad es una festividad sincrética. En ella se fusionaron diversas celebraciones que ya existían mucho antes del advenimiento del cristianismo: las Saturnalias romanas, que coincidían con el solsticio de invierno; el culto al Sol Invictus, que se celebraba el día 25 de diciembre y que el cristianismo adoptó como propia para equiparar esta divinidad solar con la figura de Jesús; la festividad del Yule, de los pueblos germánicos y la Escandinavia precristiana, que celebraban el solsticio, y que posteriormente fueron asimiladas al tiempo de Navidad cristiano. Pero no solo se trata de una herencia europea: la Navidad incorpora elementos culturales de Siria y de otras naciones de Oriente Próximo y Oriente Medio, cuya influencia en el judaísmo se transmitió posteriormente a las comunidades cristianas...
Desde Europa y Norteamérica, aunque debiéramos exceptuar a la siempre devota México (no importa que invoquen también a ese esperpento llamado Grinch), la falta de perspectiva y el activismo exacerbado hacia una laicidad iconoclasta está derivando, como no podía ser de otro modo, en el desalojo acelerado de cuantas tradiciones o costumbres han venido tejiendo un modo de vida que otros ambicionan. Pero... ¡A quién le puede importar!, me pregunto yo. Usted celebre la Navidad, las vacaciones, el solsticio o lo que le dé la real gana del modo que mejor le parezca, faltaría más. Y si es usted alcalde, llene la calle de luces y respeto multicultural, nunca hacia la propia cultura, so pena de parecer inteligente. Los niños seguirán aplaudiendo las cabalgatas, las gentes visitando los belenes, y algunos acudirán a la misa del Gallo o a la taberna del Arquímedes. Por eso, déjenos en paz con sus pamplinas de ignorante secularizado. No necesitamos la misma matraca todos los años. A mi madre le encantaba la Navidad cristiana y eso es algo que, en la silenciosa oscuridad del alma recogida, contiene más sentido que todas las diatribas del mundo esparcidas por el orbe.
Feliz Navidad.