viernes, 6 de septiembre de 2024

Hamás, jamás

Andan a tiros en Israel eliminando terroristas musulmanas. Anda Ucrania invadiendo Rusia. Y anda España con su aburrido espectáculo circense, donde enanos y orangutanes dirigen a pachas el tinglado del antiguo cotarro (es un circo donde leones de pacotilla pretenden devorar a los espectadores que contemplan todo lo que pasa con auténtica parsimonia).

Lo del Islam es así. Es la única religión mayoritaria del mundo que defiende una espiritualidad propia y una forma de percibir la realidad del mundo allende (e incluso ajena, en muchas partes del islamismo) las redes sociales, las convenciones progresistas (léase woke), el pensamiento filosófico indolente y las voliciones cambiantes y, lo que es peor, disolubles. Adivinen quién pervivirá de los dos mundos: el suyo o el nuestro. Aquí disfrutamos de un problema demográfico irremediable, ellos acuden en masa a nuestras tierras para frutear y usufructuar y repoblar. Como las nuestras se tuestan al sol en bikini o topless, y las suyas con un hiyab rectificado, consideramos su civilización muy inferior a la nuestra. Tan inferior, que las mocitas de aquí se casan en edades de inhacedera descendencia, y las de allá que vienen acá son jóvenes al devenir abuelas. En cambio, hay más perros y gatos que nunca, y defendemos los derechos de los orangutanes y demás bichos sintientes. En efecto, somos muy superiores: tal vez. El problema es que somos la civilización menguante a toda prisa. Tiene el Islam sus efectos colaterales: algunos están tan enloquecidos que quieren arrasar con todo. Y cuando ese todo coincide con Israel (y su pueblo), muchos en Europa y otras partes declinantes de nuestra avanzada cultura, aplauden o callan. Igual que ha pasado aquí, en la piel de toro, con la ETA. Allí, en Gaza, ha sucedido con seis rehenes israelíes a quienes los mamelucos de Hamás han descerrajado un tiro en la cabeza cuando el ejército los iba a libertar. Pero que esta realidad no impida el disfrute de lo que queda del verano, como es Hamás, y por ahí lo confunden con Palestina, país sin Estado porque no quiso, cosa que también se confunde, y el tema de los palestinos es muy cool para abatir moralmente la superioridad imperialista de los Estados Unidos y las razones de defensa de los descendientes de Sem que una vez conquistaron Sión.

Lo de Ucrania es más complicado. Europa se puso guapa tratando de coartar los emolumentos rusos del gas o el petróleo, pero olvidó que esa guerra se libraba en su territorio, por lo que prefirió seguir defendiendo al lobo que se come a las ovejas y al burro aquel de la burra aquella de la Comisión. Justicia, sí, pero con cuidado. Ni siquiera hubo de enfadarse Valdomero: solo necesitó esperar a que siguieran llegando las peticiones de suministro, cosa que hizo tan campante mientras se deshacía de enemigos, traidores, opositores y lo que él debe de considerar similar ralea.  La sorpresa ha saltado cuando, lejos de verse impelida a una derrota voluntaria que todos parecían apuntar (tal vez por hartazgo de la duración de una guerra que nunca inició, solo la padeció), Ucrania ha decidido darle a probar a los rusos de su misma expansiva medicina. ¿Recuerdan cuando, al inicio de la contienda, se suplicaba por parte de algunos mindundis que los ucranianos se dejara conquistar sin oponer resistencia para no exacerbar la conflagración e impedir que muriese la población? A esto me refiero con lo de declinante civilización del mundo sedicentemente libre.

En España a los rehenes asesinados por Hamás tras nueve meses de cruel cautiverio, los llaman en algunos medios de comunicación, fallecidos. Fallecen, sin más. Debe ser que Hamás los deja morir sin causarles tormento ni tiro en la nuca alguno, al igual que hizo ETA con Miguel Ángel Blanco o el ruso Valdomero y su batallón de abyectos aplaudidores con los ucranianos. Unos matan porque Alá es grande y los infieles minúsculos. Otros porque Euskadi es grandiosa y los demás vascongadamente prescindibles. Y alguno porque es bajito y todos le estorban en su empeño por volverse zar. Por descontado, como sucede en todas partes, las víctimas acaban en el olvido y la indiferencia y los homicidas aplaudidos, homenajeados, exaltados.  Todo esto es sumamente despreciable. Los rehenes israelíes fueron abaleados primero por los miserables terroristas de Hamás, luego por los conciudadanos israelíes que se lanzaron masivamente a la calle a protestar... ¡contra Netanyahu!, y posteriormente por cualquier individuo del planeta que piense, en lo más profundo de su ser, que Hamás existe porque existe Israel y que, mientras quede un solo israelita viviendo en suelo de Judea, es normal que haya judíos occisos.