viernes, 13 de septiembre de 2024

Arderá el toro

En mi psique,  hace tiempo que los estragos de la política son sábanas oreadas por un céfiro apacible que sopla no desde poniente, como un favonio, sino desde levante, por ser aquello que pretende impregnar cada día el aire que respiro con sus efluvios corruptos. Si, primero, me desentendí de los más afamados deportistas y cantantes y actores, todos muchomillonarios porque este mundo está hecho así de mal, y posteriormente me desentendía de escritores y músicos y artistas, al advertir que eran parte alícuota de una industria exactamente igual de grosera que lo anterior, ya solo me quedaba la política, los devenires que nos azuzan a los ciudadanos y contribuyentes (sobre todo a estos últimos).  Ahora que vivimos tiempos de drama casi litúrgico por todas las costuras del ancho orbe, lo que nos sucede en la piel de toro es más esperpento que sainete, aunque tenga un poco de todo, como bien lo atestiguan las continuas expectoraciones de los muchos lameculos, fidelísimos, turiferarios y cobistas que se plegan a los designios del más horripilante y zafio patán que nunca pudo pisar el palacio monclovita. Gobernar, no gobierna. Se mantiene. Y mientras duren los torcimientos de la rueca, seguirá colocando nepotes y engrosando las cuentas bancarios de su mujer, su hermano, su cuñada, sus amigotes de la infancia, sus amantes, sus sirvientes y sus tontos del culo, siendo estos últimos los más necesarios, solo un punto por debajo de los bo-votantes (bo-votontos, es acepción igualmente válida) que depositan la papeleta con su nombre en cualesquier urnas, así arranque su piel (y la de los demás) a tiras. Qué más da. Yo soy sociata porque el mundo me hizo así, ¿verdad?

En mis meninges, hace tiempo que este país se fue a la mierda. Exactamente el 11 de marzo de 2004, cuando los bombazos en los trenes de cercanías de Madrid llevaron a la presidencia a ese imbécil primigenio que lleva por segundo apellido Zapatero, que muchos creían la reencarnación de un cervatillo y que ha resultado ser un funesto espécimen por su abyección y vileza. Desde entonces, por malignos que fueren (para ser gobernante hay que ser malvado en buena parte, lo tengo clarísimo, porque una parte de la población jamás aceptará lo que promulgue y en su ánimo anidará cada vez más la revancha), no ha habido un solo monclovense listo, inteligente o ecuánime. Y tras el chuloputas que hay ahora, tampoco vendrá ninguno con los muebles bien pertrechados (sí, estoy mirando al gallego), salvo que acceda alguna ayuso si es capaz de no entorpecerse con cuestiones cutres de novios aún más cutres. Pero antes de que tal cosa suceda, hay que desalojar a ese partido gobernante que no deja de parecerse cada vez más a una banda mafiosa para quienes la convivencia de todos los españoles es una razón por la que descojonarse de risa. De entre todos los derroteros plausibles con que hubieran podido incardinarse los politicastros sociatas de hogaño, han elegido (por palmoteo al líder, no por su propio pensamiento, que no lo tienen o, cuando menos, no se observa) el de desahuciar al Estado que les da de comer. Como los virus hacen con los infectados, lo mismo. Lo cual tiene su gracia porque, una vez reconvertida esta pantomima de nación en una miríada de pequeños estaditos todos confederados, ¿para qué queremos la Moncloa y a ninguno de los idiotas que desde las instituciones del Estado le rinden pleitesía, cuando no abierta prevaricación coadyuvante? Es curioso que los sociatas del tinglado ese que medra en Ferraz deban asumir lo que le pasa al cuate de la Begoña por los santos cojones con tal de seguir ahí. Pues nada. Mientras llega la muerte de este Estado cada día más fallido, que aumenten el déficit y la deuda pública y el gasto público y lo que haga falta. Total, el patán ese que no sabe ni escribir sus propios libros ya ha proclamado que correrá el dinero por todas las autonomías como en la Arcadia los ríos de miel. Y mucha peña, esa que denomino bobotantes porque me da la gana, lo cree a pies juntillas. Pues eso. Una mafia aclamada por el pueblo al que esquilma sin rubor alguno y a la que arruina cualquier forma de oponerse a su omnímodo poder: vean, si no, lo que hay en la Fiscalía, en el Tecé, en el Banco de España ahora...

Esto acaba en revueltas por doquier. En violencia. En puro hartazgo de la infame satrapía del chuloputas, sus secuaces, sus lambeculos y bobotantes. O ellos o nosotros, ese será el dilema. La revisión de la España de 1936 en la Confederación de imbéciles y tiktokeros. Ni Europa, ni los jueces: nadie podrá salvarnos de la deflagración que se cierne sobre nuestras cabezas. Porque lo que viene sucediendo es un atropello donde unos pocos, poquísimos, se regocijan, bien lucrados, de nuestras ruinas, y siete millones de imbéciles aún no han despertado de su sueño ideológico. Y no cuenten con el gallego del ojo tierno: no sirve para remediar esto (ningún gallego pepero ha servido jamás). Hemos de ser nosotros.