viernes, 29 de noviembre de 2024

Hipocresía selectiva

Muchos de quienes votaron a Donald Trump para presidente de los EEUU, también votaron a congresistas  demócratas al mismo tiempo. Algunos han querido indagar las razones de tan, en apariencia, extraño suceso: ¿votar a un fanfarrón con dejes fascistoides y, al mismo tiempo, a los representantes de la izquierda estadounidense para que los representen en el Congreso que ha de controlar la acción política del controvertido muchimillonario? Hubo quienes, como la congresista por New York, trataron de inquirir a sus dualistas votantes. La respuesta no dejaba opción a la duda: ambos parecían sinceros (pero Kamala Harris, no). Si la reelección de Donald Trump le ha parecido a muchos un fenómeno que desafía las leyes de la lógica, tal vez sea porque esos muchos siguen inmersos dentro de su caverna confundiendo las sombras que proyectan los ciudadanos sobre las paredes de su sesgadísimo mundo. En la era de la sobreinformación y la posverdad, resulta que parecer auténticos cobra sentido. 

No se trata de una lógica solamente circunscrita a los aparatosos espectáculos circenses de las distintas familias políticas (hay que empezar a llamarlas así: como a las mafias). En las cuestiones internacionales, un reino extraño y siempre agitado donde los conflictos son lo más parecido a una trágica telenovela global, también reina esta peculiar percepción de la verdad, de la autenticidad. El caso de Ucrania y sus detractores es especialmente conspicuo. Ciertos sectores, férreos defensores de los derechos humanos, cuestionan el uso de armas ucranianas contra objetivos rusos al tiempo que vitorean la resistencia palestina en Gaza. Un ejercicio de gimnasia moral que deja a cualquiera boquiabierto. No se trata de una falta de principios: se trata de la confortabilidad que proporciona aplicar siempre un doble rasero.

El ejercicio circense viene trufado de rencores, odios intestinos, miedos atávicos e hipocresía, mucha hipocresía, sobre todo por parte de quienes el miedo o el rencor les da exactamente lo mismo, porque lo que importa es la narración, el relato, que dicen algunos, la ideología o sencillamente el sustento de la propia estupidez. Si la doctrina nuclear rusa permite responder con armas atómicas a cualquier ataque en su territorio, un ataque con misiles ucranianos (como los que ya se han producido) debería haber desencadenado una respuesta nuclear. Sin embargo, aquí seguimos, vivitos y coleando, porque incluso las amenazas más grandilocuentes necesitan un poco de credibilidad para asustar. Lo paradójico es que, mientras algunos se escandalizan ante la posibilidad de que Ucrania haya ido demasiado lejos, parece aceptable que Rusia convierta ciudades enteras en escombros (aunque no lo es cuando Israel derriba Gaza). Por supuesto, Rusia, el agresor, se posiciona como la víctima que clama justicia. Es Moscú quien exige que su territorio permanezca intocable mientras bombardea indiscriminadamente a su vecino, que en paz vivía, y mucho mejor que bajo el yugo del Kremlin. 

La hipocresía reina en los animales racionales del planeta. Es una verdad elemental. Y ya ven, no he necesitado mencionar a nuestro indocto presidente para sustentar la demostración.