El martes pasado fue un día digno de efemérides. Esa jornada, nuestro impresidente y su corte de turiferarios, selectos devotos cuya transcendental pericia parece ser el palmoteo, hubieron de enfrentarse a una calamidad tras otra. Por un lado, los tribunales decidieron seguir adelante con la investigación sobre su inefable esposa, la presidenta que dice algún vasquito sin demasiada sinapsis en el cerebro, pese aquello de que no es no, ¿o sí es sí? No me he enterado… Ibidem, es decir, también en el palacio monclovita (causa última de las demencias en que acaban incurriendo sus moradores: debería destinarse a otro empeño) resonó las consecuencias de que un mediador estrella, tal vez también estrellado, fuese detenido por fraude millonario al fisco (casi doscientos milloncejos de lereles, que se dice pronto).
Por supuesto, la capacidad de negación del chulo que nos desgobierna es casi tan desproporcionada como su iracundia, según cuentan los afines que se atreven a largar. En eso consiste ser sociata hoy: en solidarizarse hasta la sepultura con la enajenación vesánica de quien ha usurpado las siglas, el concepto y hasta la enjundia toda de eso llamado izquierdismo. Los socialistas de toda la vida piden que acabe esta esquizofrenia. Los de ahora, los votontos, ríen con cada ocurrencia vil del abyecto tirano (y tiene muchas, imposible recordarlas todas a bote pronto).
Es lo que sucede cuando nos desgobierna una camarilla de individuos cuya idoneidad para la cosa pública es equiparable a su habilidad para la felicitar al contrario. Ninguna. Entre insultos cruzados y gestos grandilocuentes, se han olvidado de una pequeña cosa llamada democracia, esa que supuestamente se basa en algo más que el nepotismo, el aseguramiento de cargos y prebendas, o la contratación de empresas afines surgidas de la nada (eso sí, pandémicamente opulentas). Todo eso ha ocasionado la pérdida de cualquier rastro de inteligencia en el panorama interior, y de influencia internacional, si es que alguna vez la pudimos haber tenido desde la irrupción zapateril en el coso parlamentario. Véase la gestión de la inmigración ilegal, ejemplo prístino de deshumanización, capaz de dejar boquiabiertos incluso a los más cínicos, o el origen de la misteriosa fuerza psíquica que obligó al innombrable monclovés a reconociera¡ unilateralmente el Sáhara como parte de Marruecos, pasando olímpicamente de las resoluciones de la ONU, que tampoco es un lugar excesivamente lúcido en lo conveniente.
Lo de la inteligencia interior creo que se esfumó el día en que el chalado palaciego moncluense decidió cometer pucherazo en las urnas internas que, después, aciago despropósito, los afiliados celebraron con estrépito eligiéndole a él, precisamente, y encasquetándonoslo los simpatizantes que bobotantes como son, no han tenido reparo en convivir con los ecos de los asesinatos etarras o la insolidaridad catalana. Con delincuentes y prófugos de la justicia, qué se puede hacer, se preguntará usted. Solo una cosa: sobrevivir el tiempo que sea necesario entregando cuantas gabelas y servidumbres sean exigidas, porque lo de gobernar es un verbo tiempo ha olvidado. Aguantar como sea. ¿Cuál era el título de ese libro que nunca escribió? ¿Manual de resistencia? Como lo sigan otros que le sucedan, vamos a estar apañados.
Sea como fuere, el naufragio es inevitable. Y hay botes suficientes para salvar a la tripulación.