viernes, 2 de mayo de 2025

El apocalipsis comienza siempre en el trasero

Cuando se produjo en España (y Portugal) el apagón de este pasado lunes, recibí una serie de llamadas alertándome de varias noticias: la primera, que en los supermercados empezaba a desaparecer el papel higiénico y el agua; la segunda, que se había declarado una guerra. 

La primera de las llamadas es, justamente, la razón por la que yo pienso que hay mucha gente tonta del culo (nunca mejor dicho). Tiene su lógica que quienes arramblan con todo el papel higiénico lo hagan por falta de agua en los grifos de sus domicilios (lo que también inhabilita la eficiencia del jabón). Algo parecido sucedió cuando se decretó el confinamiento por el Covid-19, si lo recuerdan: hubo gente que empezó a comprar de todo y sin medida alguna, posiblemente presa del pánico de que todo el planeta se encontrara a escasas horas de una infección mundial de zombis, por la que todas las fábricas, redes de abastecimiento y profesionales afines habrían de desaparecer del mapa. Todo, y todos, destruidos inexplicablemente por el maligno virus, salvo ellos, claro está, bien pertrechados en sus casas con kilos y kilos de papel (el culo de Europa, literalmente, bien cubierto), y un arsenal doméstico de arroz, legumbres y lejía, amén de carnes, huevos, pescados y demás alimentos prontamente perecederos. 

De esta clase de tontos está el mundo bien surtido, por desgracia. Son especímenes humanos en posesión de un pensamiento tan básico y superficial como profunda es su incultura y egoísmo: son la élite del sálvese quien pueda. No piensan en los demás, ni siquiera en la posibilidad de que no exista realmente problema alguno, o no tan apocalíptico. Su pensamiento es un remolino básico: acaparo, consumo y sobrevivo. Si acaso se plantean algo más, es si TikTok seguirá funcionando (nunca dejó de funcionar) o si podrán postear su angustia vital con filtros dramáticos en Instagram. Imagino que el lunes, al comprobar que el mundo seguía existiendo sin luz, se llevaron un disgusto enorme cuando las redes de datos comenzaron a fallar una tras otra. La profundidad intelectual de estos nuevos preppers de supermercado es inversamente proporcional al volumen de sus carritos. Queda claro que también desconfían de las autoridades, por mucha calma que éstas pidan y aseguren que no hay ni habrá desabastecimiento puesto que el país, aunque sea de manera renqueante, seguirá funcionando (en verdad, no les culpo por desconfiar del indocto dictadorzuelo que nos gobierna desde el palacio monclovita).

Luego están los alarmistas del conflicto bélico. Gente que, tras percatarse de un apagón en toda la península, llega a la conclusión de que ha comenzado una guerra, tal vez mundial. ¿Quién? ¿Los rusos? ¿Marruecos? ¿Acaso los extraterrestres enfadados por la falta de respeto a sus crop circles? Todo es posible en sus mentes moldeadas por películas malas y noticieros peores. La hipótesis más elaborada que manejan es que el país ha sido bombardeado, pero solo en sus redes eléctricas. Porque, claro, todo ataque serio empieza con fastidiar el frigorífico. El enemigo ha lanzado misiles y bombarderos poderosos contra todas nuestras líneas de distribución de energía sin que los demás países se enterasen de nada y con el Gobierno huido (eso sí fue verdad) para salvarse a sí mismos en algún búnker. Todo lo cual induce a pensar que, de manera similar a los tontos del papel higiénico, esta otra clase de idiotas vive en una ficción donde cualquier cosa sucede siempre que lo crean ellos posible, como por ejemplo que el espacio aéreo sea atravesado por misiles mientras coches, aviones y paisanos siguen con su vida normal, pese a la extrañeza y espanto por el apagón; y también, que por su infantilismo social (y psicológico) no tengan ni repajolera idea de lo que pasa en el mundo y en Europa, donde un país -Ucrania- lleva en guerra (una de verdad) con Rusia desde hace tres años, y sigue teniendo luz y agua -aunque a trompicones, dependiendo de la zona arrasada por el enemigo-. 

Y en este contexto de histeria por parte de algunos, aparece un tercer actor: el Gobierno. Tarda seis horas en decir algo, y cuando lo hace, no informa de nada. Solo pide que no creamos bulos (qué obsesión con ser ellos los transmisores de las verdades eternas). Uno piensa, de inmediato, que si no informan de nada es porque no saben nada aún, y en ese caso uno se pregunta, igualmente, por qué no han arrastrado a la Corredor (sociata, torpe, pésima, montada en el dólar) de las orejas hasta el palacio monclovita para exigir explicaciones, y que por lo menos salga el indocto en la radio a mostrar algo de autoridad. Claro que, visto lo que pasó casi doce horas después, con el tonto mayor del Reino de España de nuevo ante los micrófonos para abroncar a las eléctricas, a las nucleares y a todo el mundo, menos a sí mismo y a la Corredor, por tener al país a oscuras durante un rato ya demasiado largo, uno piensa de inmediato que ni con una catástrofe de tan colosales dimensiones (y descomunal vergüenza ajena) el tipo va a admitir su inutilidad congénita. Y mientras tanto, la gente aplaudiendo al volver la luz, como si hubiéramos sobrevivido colectivamente a la guerra nuclear que los tontos del conflicto bélico pensaban que estaba sucediendo, y bien sentados en las terrazas a cervecear con ese espíritu épico que solo surge tras haberse enfrentado al horror de poner el móvil en modo ahorro de batería, sin conexión a Internet ni al streaming ése donde echan películas (de zombis y de guerras, seguro). 

Téngalo claro: cuando todo falla, no se recurre al sentido común ni a la cooperación. Solo al papel higiénico. Porque si el mundo se va al garete, al menos que te pille sin el culo al aire.